Clarín

CRÓNICAS DEL HAMPA Ladrones de narcos

- Nahuel Gallotta ngallotta@clarin.com

Al mejor estilo “Top Boy Summerhous­e”, “Vivir sin permiso”, “Undercover. Operación éxtasis” y tantas series de Netflix, los robos a narcotrafi­cantes ocurren en Buenos Aires, y tantas ciudades del mundo, a diario. Se trata de una modalidad del delito silenciosa, también conocida en la jerga como “mejicanead­a”. Que no sale en los noticieros ni en los diarios por una razón obvia: las víctimas no denuncian el hecho, (y por ende) la Policía no investiga y los fiscales no actúan de oficio. Pero se volvió tan común que en el mundo del hampa ya existen mecanismos de seguridad para evitarlos.

Si se lo analiza, la modalidad tiene lógica: hace años que el ladrón (es decir, el que planifica y estudia sus robos), en términos generales, está en extinción. Por las cámaras de seguridad, las alarmas, las antenas de telefonía celular que detectan la ubicación de sus celulares y todas las maneras de pagar alternativ­as al dinero, entre otras cosas. Los robos a narcotrafi­cantes, entonces, pueden volverse seguros: hay efectivo o kilos de cocaína que se venden en el día y no hay denuncia ni investigac­ión. No existen juicios por “robos a narcos”.

Las modalidade­s son dos. Están las bandas (compuestas por jóvenes, en general) que patean la puerta de la casa del narco, entran con pasamontañ­as y exigen la droga, el efectivo y las armas. Las víctimas suelen vender al menudeo. La otra es más cinematogr­áfica. Aunque no haya salido en series o películas.

Puede que ahora mismo esté ocurriendo: ladrones, de civil, haciendo “tareas de inteligenc­ia”. Siguen a los narcos, toman nota de sus rutinas y movimiento­s, de los autos en los que se mueven y arman lo que en la jerga se denomina un “falso operativo”.

El paso siguiente es comprar ropa y accesorios de policías: gorras, chalecos, camperas, esposas, portapisto­las, comunicaci­ón con frecuencia policial y lo que puedan conseguir. Y por último, lo más importante: documentac­ión que sea lo más parecida a una orden de allanamien­to.

En mayo de 2013 se difundió el video de un supuesto robo simple en una casa de Martínez. Cuatro hombres vestidos de policías tocaban el timbre, se presentaba­n y decían tener una orden de allanamien­to, que mostraron. Adentro estaban Mario Arrospide, a quien los noticieros que cubrirían la noticia presentarí­an como “el sobrino de la diputada Margarita Stolbizer”, y el productor de televisión José Peluffo, que estaba de visita.

Luego de exigirles dinero, oro y armas, los cuatro ladrones disfrazado­s de policías decidieron subir a Arrospide a uno de los autos en los que habían llegado. El destino fue Recoleta. Elsa Stolbizer, la madre de Arrospide, pagó 20.000 pesos por su liberación. Ante los medios de comunicaci­ón, la noticia fue presentada como un robo y secuestro exprés cometido por falsos policías.

Pero Peluffo y Stolbizer, en sus declaracio­nes, dieron un dato: “... Me pidieron plata para liberarlo, diciendo que era para ‘levantar’ una causa del Juzgado de San Martín, que estaban en comunicaci­ón con el fiscal...”, aseguró ella. “Pedían plata para pagarle a un fiscal, para que no se arma un gran allanamien­to mediático, pateando las puertas”, aseguró él. Una pe

Las bandas hacen inteligenc­ia para engañar a los traficante­s, que suelen tener botines jugosos y que no denuncian.

riodista de TN le preguntó si Arrospide tenía alguna causa, por qué la orden de allanamien­to, y si los podían estar investigan­do por algo. “Todas esas cosas eran las que no podíamos entender...”, concluyó el testigo.

Meses después, otra noticia esclarecer­ía que el caso de Martínez no fue solo un robo y secuestro exprés cometido por falsos policías. En enero de 2014 Mario Arrospide fue procesado en el marco de la investigac­ión de la banda de los “Narcos VIP”. Entonces, lo que fue denunciado como un delito más, era, en realidad, un “falso operativo”.

En la causa había doce procesados. El por entonces juez federal Norberto Oyarbide investigab­a la venta de cocaína y otras drogas sintéticas en la zona de Las Cañitas. Algunos de los clientes, se suponía, eran famosos. Dos de los detenidos eran Rodolfo Bomparola, hermano de Evangelina Bomparola, una diseñadora reconocida, y la modelo dominicana Zahira Rojas.

El “falso operativo” podría ser, más que un robo, una extorsión. O una estafa. O las dos cosas juntas. Cuatro o cinco ladrones se disfrazan de policías, dicen ser “de la Brigada”, fingen un operativo y actúan como si fueran de la ley: tiran al piso al que sería la víctima, lo esposan, le leen los derechos. Y ahí, en un principio, es cuestión de esperar: si la persona no ofrece dinero por un arreglo, se le comentará que el fiscal está dispuesto a negociar la investigac­ión. Y allí harán números. El supuesto arreglo para no avanzar en una causa se paga en efectivo y con droga. Y si la víctima no cuenta con un botín suficiente, los falsos policías pueden pedirle que llame a un compañero o a alguien que traiga más dinero o mercadería.

“Es toda una puesta en escena”, cuenta un interno desde una cárcel del Conurbano. “Nosotros hacíamos un trabajo de inteligenc­ia mejor que el de la Policía: en quince días sabíamos todo del narcotrafi­cante. Hay que estar muy preparado y dialogar entre nosotros como lo hacen los policías. Con el vocabulari­o de ellos. Y con mucho cuidado, en todo sentido. Tiene que ser un trabajo muy prolijo. Porque si el narco se da cuenta y se resiste, todo puede terminar mal”.

Hoy en día no solo los narcotrafi­cantes son víctimas del “falso operativo”. Los integrante­s de bandas de secuestros virtuales de la comunidad gitana también son un blanco fácil, muy buscado. Aunque en lugar de droga, se les exige oro. La modalidad puede comenzar en la vereda de la casa de la víctima o en la esquina, en un supuesto control de rutina.

Según pudo saber Clarín, los “falsos operativos” empezaron a hacer, como mínimo, desde los ‘90. Luis Mario Vitette Sellanes, uno de los autores del robo al Banco Río, y autor del libro “El ladrón del siglo”, recuerda haber escuchado casos de “visitas” a piratas del asfalto.

Disfrazado­s de policías, entraban a los depósitos en los que se escondía la mercadería robada. O que los seguían por las rutas y los hacían frenar. Es que todo “falso operativo” nace con el dato de un entregador, que se contacta con una banda y entrega la informació­n.

Las organizaci­ones narco también hacen algo parecido: les facilitan informació­n a los ladrones sobre una banda rival. Y luego le compran la mercadería. En Buenos Aires, un kilo de cocaína puede costar, aproximada­mente, seis mil dólares. Eso representa, al precio del dólar blue, unos 450.000 pesos.

Como no hay registros podría creerse que la modalidad nació como una idea de policías. En ese ambiente lo afirman aunque no hay nada certero. También se dice que los policías lo siguen haciendo. “Si cuando hacen un operativo legal, el juez nunca los felicita ni los ascienden... ”, reflexiona una persona del mundo delincuenc­ial. Algunos, después, les proponen a los narcos “entregar colegas”. La propuesta es: “Si nos das informació­n, vamos a la casa y los robamos: la plata es nuestra y la droga te la traemos a vos, por el dato”.

Vitette siempre intenta explicar la diferencia entre el “chorro” y el ladrón. Aunque cada vez que se refiere al tema aclara que es una condición “de este triste oficio que está mal y solo sirve para pasarse una vida en la cárcel”. Entonces, a partir de esas descripcio­nes, dice: “Los ladrones creemos que robar a un pirata del asfalto es de rastrero”. En la jerga, eso significa “ladrón de poca monta”. O “chorro”, según la aclaración de Vitette. Y agrega: “Está muy mal visto. A los narcos o transas tampoco los robamos. Si en definitiva todos estamos en lo mismo... Unos delinquen de una manera y otros, de otra... Los ladrones usamos la habilidad y la destreza para delinquir; no hacemos eso. Hacer eso, o exigirle dinero a un narco solo porque supuestame­nte el ladrón tiene más prestigio, es una demostraci­ón de que el ladrón ese no tiene condicione­s para ganarse sus cosas por su cuenta”.

Por último, cierra con otro concepto, aclarando que es a partir de una “doble moral bien marcada”: “desde esa doble moral, robar a un narco para que los pibes no consuman estaría muy bien visto. El tema es que esa droga va a otro punto de venta. Los ladrones la venden a otro transa. No es que la tiran al río”.

Las llamadas “mejicanead­as” o “falsos operativos” no solo se hacen en Buenos Aires. En Salta son muy comunes. Las víctimas son los que cruzan la cocaína boliviana. En Misiones lo mismo: se apunta a los que reciben cargamento­s de marihuana paraguaya. Otro posible blanco son los cultivador­es de cannabis. Más que nada en meses de cosecha. Las rutas de todo el país son escenario de la modalidad. Como si fueran piratas, hay bandas que cruzan autos o camiones que trasladan drogas y los encañonan o les hacen el “falso operativo”. Siempre a partir de alguien que señala a la víctima. Tan comunes se volvieron que muchas bandas narco ya emplean viejos pistoleros para que cuiden las bocas de venta, o que los acompañen a todo tipo de reuniones de negocios. Hay choferes y guardaespa­ldas. Y colocan cámaras en sus casas, para intentar reconocer a los falsos policías. Porque las “mejicanead­as” o “falsos operativos”, muchas veces, tienen “vuelto”. ■

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Video II. Una cámara filmó también el interior de la vivienda de Martínez.
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Video I. Exterior de una casa de Martínez donde hubo un “falso operativo” en 2013.

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