Clarín

“Hoy, sin aquel amor, todavía siento que debo conquistar­la”

- César Dossi cdossi@clarin.com Víctor La Pietra lapietrav-@hotmail.com

Mi vida fue iluminada por la belleza que trajo el

sentimient­o de un amor eterno. Todo nació una mañana del 5 de noviembre de 1946, contaba entonces 18 años. Regresaba de tomar mi clase en la universida­d y a metros de la avenida De los Incas, en Parque Chas, cuando como un envío de Dios, apareció quien con los años sería mi novia, esposa, mejor amiga, la mujer de excepción que todo hombre anhela.

Mi Graciela estaba por cumplir 15 años y su belleza era deslumbran­te, aún con su frescura de nena ya señorita, pero con una presencia que ha

cía de ella toda una dama. Me acompañó a lo largo de toda mi existencia como lo hará su recuerdo convertido en mi sombra. Ella nació en Rosano, un pueblo del Sur de Italia en la Calabria y llegó al país a los 8 meses de edad. En 1942 nos mudamos a Villa Progreso y ese mismo año ella se mudó a Parque Chas. Mi familia decidió vender su casa en Villa Progreso y sólo Dios sabe la razón por la cual mi padre compró en Parque Chas para que nuestras vidas se cruzaran y ya nunca fuera

posible la vida de uno sin el amor del otro. Después de verla aquella mañana le perdí el rastro. Pero un atardecer volví a verla, un 14 diciembre de 1946, en un comercio del barrio. No sabía cómo iniciar una relación, hasta que esa tarde la veo caminar junto a dos amigas llevando un perrito, que al verme vino a hacerme fiestas en forma espontánea. Allí no termina esta parte de nuestra historia. Una prima de Graciela le refirió que por mi forma de ser, era el novio codiciado de las chi

cas del barrio. Yo trabajaba en la presidenci­a en la Secretaría de Asuntos Económicos cumpliendo tares vinculadas al primer plan quinquenal, estudiaba y tenía el mejor promedio de calificaci­ones.

Su reacción fue espontánea: “Así que este es el famoso Tuqui (era mi apodo desde la niñez) bueno que se queden tranquilas las chicas del barrio, yo con ese muchacho no me casaría nunca”.

Así llegó el 2 de marzo de 1947, cuando me decidí a proponerle noviazgo. Todavía no sé cómo pude hacerlo, pero sí recuerdo su respuesta: “Soy muy chica para tener novio y no puedo tener compromiso­s a esta

edad”. Con una naturalida­d que me me sorprendió, repliqué: “Bueno, pero podemos ser amigos y lo único

que le pido es verla alguna vez con el cabello suelto”, y le aclaré que yo la quería para que fuera mis esposa, y que de alguna forma sucedería. Pasaron dos semanas sin noticias de ella, hasta que apareció con el cabello suelto. Corrí hacia ella y después de saludarla le dije que la esperaba el sábado siguiente a las 18 en esa misma esquina, en avenida De los Incas y Barzana. Y llegó el sábado y nos vimos, así fue durante cuatro años, hasta que el novio de la hermana mayor entró a la casa. ¡Costumbre italiana!

Recién nos casamos en 1954, con 8 años de novios. Conocí la luz cuando apareció en mi vida y conservo la gloria de esa posesión como mi mayor rique

za. Su belleza perduró hasta que respondió al llamado de Dios, después de una tormenta con la que el Cielo lloró con mi pena sin límites. Cerré la casa y no volví en años. Atrás quedaba la calle Barzana donde la esperaba, donde estaba la iglesia en la que nos casamos y bautizamos a nuestra primera nieta y donde fuimos a vivir durante 7 años. Desde entonces, un crespón de tristezas enluta mi alma. Pero siento el

mismo amor de siempre, es que sé cuánto la amo hoy, pero no cuánto más la habré de amar mañana.

Recuerdo que todos los años volvíamos a Bariloche desde 1954, inclusive después de haber viajado a Europa para que conociera el lugar donde había nacido. Ocurrió en 1990, vimos un negocio que tenía un apellido conocido por nosotros. Valtmitjia­na, era el fotógrafo que nos tomó las fotos en nuestra Luna de Miel. Pregunté por él y la sobrina me comunicó que había fallecido hacía 4 años, pero que en el Centro Cívico había una exposición de sus mejores fotos. Fuimos y al llegar en la entrada había unas fotos gigantes como las que ilustra esta carta, que eran las tomadas

a mi esposa 36 años antes. Un matrimonio se acercó y me dijo: “¡Qué parecida es su señora la de esa foto!” Sólo atiné a responder que no es parecida, ¡es ella!

Mi esposa escribía narrativa y obtuvo 33 premios vinculados al amor y a los sentimient­os nobles que albergan en los seres humanos. Cuando Dios le dio vida no tuvo piedad de las otras mujeres porque era deslumbran­te, pero en nada comparable con la nobleza de sus sentimient­os. No está ni estará ausente, sentiré el calor de sus manos y el cristal de su palabra que me guía desde el cielo con ese titilar de mensajes que me alientan a seguir viviendo por la maravillos­a hija que me dio y el amor de dos nietas cuya presencia me da fuerzas para seguir, con mi amor

eterno cada día. Lo dicen mis cuadros al óleo pintando de memoria, paisajes que compartimo­s juntos y los 150 poemas que le dediqué en mi libro “Poemas a Graciela”, a quien es en mis recuerdos el paisaje perenne ante mis ojos, y la llama constante que alienta mis horas.

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