Los grabados de Seguí, entre el color y la ironía
Se inaugura la muestra del notable artista argentino.
Eligió ser un latinoamericano en París antes que un cordobés en Buenos Aires. Así lo presenta Julio Suaya, su amigo, quien provee cerca de un cuarto de las 60 obras de Antonio Seguí que se exponen desde hoy en el Museo Nacional del Grabado. El resto proviene del patrimonio del museo y de la propia colección del artista. “Les voy a donar unos carborundums, que es lo último que estoy haciendo y me sale bastante bien”, dijo Seguí cuando se propuso realizar la que será su primera muestra en Buenos Aires en una década. Y legó 16 al acervo del museo nacional.
Con ironía y humor, uno de sus sellos, el maestro refleja distintos aspectos del hombre-tipo del siglo XX en la exposición que recorrió Clarín. Habla de la cultura de la clase media, de los trabajadores, de la masculinidad, de la sociedad. Sus símbolos son insistentes: trajes, corbatas, zapatos de vestir, cigarros y los infaltables sombreros que, en algunos grabados, se sostienen en las cabezas de sus dueños con resortes, como si fueran muñecos articulados.
A sus 86 años, en Seguí persiste la frescura infantil, nostálgicamente volcada a la época en que los hombres iban de traje incluso a presenciar un partido de fútbol. El universo que construye, sin embargo, ofrece una lectura universal: el movimiento imparable de las grandes ciudades está presente. También, la angustia de las migraciones.
El estilo del artista cordobés es ecléctico pero inconfundible. Por épocas se dedicó a las paletas pasteles, por momentos compuso collages con altos contrastes, grabados en blancos, negros y grises, y tiene muchas obras en las que predomina la saturación y los colores primarios. Si bien lo caricaturesco y lo expresionista priman en su obra, de pronto vemos algunas figuras realistas, pero surrealistas en el color, en su composición o en la ruptura de escalas. Universalidad, humor y acotaciones en el lenguaje del surrealismo son claves para comprender su trabajo.
En las paredes del museo y en el catálogo leemos sobre los procesos de diferentes técnicas para esta propuesta, que se centra en el rol de grabador del notable artista. Los “carborundums”, por ejemplo, se realizan con un adhesivo de carbón en polvo y silicio, lo que se traduce en trazos gruesos. Las figuras de estas obras, que ahora pasaron a la colección del museo, aparecen en composiciones sencillas que, al modo de viñetas publicadas en la prensa, encuentran su remate en el título de cada obra.
Sus personajes, como deben hacer los de las tiras cómicas, buscan un carácter global, universal. Para hablar de la condición humana, en efecto, es necesario que el espectador pueda identificarse con la situación narrada y con el protagonista. Para lograrlo, en muchos casos borra la identidad individual y construye arquetipos, ya sea buscando los rasgos de la persona común o directamente ocultando los atributos identificatorios, como en sus figuras de espalda, en sus personajes sin ojos o en las siluetas negras de la familia de migrantes de Cruzando la frontera.
En sus obras de los años 90 y principios del nuevo milenio, sus protagonistas arquetípicos, hombrecitos con sombrero sin tiempo ni lugar, aparecen inmersos en caricaturas de ensueño. Al espectador actual pueden resultarle ajenos, por un lado, porque representan una época que ya no existe. Sin embargo, subrayan algo familiar: el “hombre del siglo XX”, símbolo del progreso y de la urbanidad, caminando siempre apurado –lo delatan las rayitas de movimiento típicas de la historieta–, ensimismado y completamente confundible con sus pares, perdido en mareas de sí mismo.
En algunas de estas piezas, se trata de hombres gigantes, con un pie en el Obelisco y otro en la Torre Eiffel, más altos que los edificios, gigantes como sus egos que, sin embargo, se chocan entre sí, en su falta de singularidad. Los hombres aparecen a veces enteros y a veces desmembrados: sus partes del cuerpo se desarman y reacomodan en un espacio sin gravedad. Estos individuos no solo se repiten, sino que los mismos grabados se reproducen en tiradas de cinco, diez o cien impresiones. No son únicos, imprescindibles ni irrepetibles, son el modo de ser en las ciudades.
Cuando mira el mundo que lo rodea, lo hace con la ligereza de quien sabe poner el humor en situaciones poco graciosas. Lo demuestra en sus obras explícitamente políticas, como De la non violence y Dar a pensar, ambas de la serie Sans démagogie (“Sin