Búhos y alondras en el aula
La evidencia científica se suma año tras año y es concluyente: los adolescentes tienen un cronotipo (horario biológico interno) más nocturno y esto hace que se acuesten más tarde. Como la escuela -turno mañana- arranca bien temprano, antes de las 8, duermen poco. Y la falta de sueño -comprobaron- impacta negativamente en los aprendizajes. El último trabajo fue hecho por científicos argentinos y publicado en una revista internacional. Pero sigue la saga de otras tantas investigaciones similares, y de mayor alcance. Por ejemplo, una de EE.UU. de 2018 que había llegado a la conclusión de que 6 de cada 10 adolescentes de ese país necesitarían empezar al menos media hora más tarde para rendir mejor. Los expertos recomiendan que los sistemas educativos se adapten a la biología adolescente. Y proponen reorganizar el calendario escolar: que en las primeras horas no haya materias como Matemática, Física o ciencias duras, las que más les cuesta a los chicos cuando están “dormidos”. Este es el lugar de la columna donde el lector dirá que antes que cambiar todo el sistema educativo, mejor sería apagar el Wi Fi de casa, cortarles Netflix y las redes sociales a los pibes para que se vayan a dormir más temprano. Pero los biólogos insisten: más allá de estos condicionamientos culturales, dicen, lo que hace que los adolescentes sigan de largo a la noche es su biología. Son “búhos” más que “alondras” y necesitan dormir 9 horas seguidas, como mínimo. ¿Se puede cambiar el horario de la escuela? Parece difícil: hay todo un ritmo social que está adaptado a este horario. Y, desde el Estado, edificios escolares sobreutilizados, con turnos mañana, tarde y noche. ¿Cómo metemos tantos cursos si reducimos las horas de apertura de la escuela? Pero la evidencia científica bien vale, al menos, una sincera y seria discusión sobre este tema.