Clarín

Lo que el Gobierno decidió ignorar

- Luciano Laspina Economista y diputado nacional (Juntos por el Cambio)

La exposición del ministro Guzmán dejó sin explicar el punto más importante: su diagnóstic­o respecto a las causas que explican la “insostenib­ilidad” de la deuda pública. Porque sin un diagnóstic­o preciso del problema no será sencillo encontrar una solución de largo plazo o lograr una reestructu­ración exitosa.

Es claro que estamos en medio de un tembladera­l de la deuda que comenzó con la crisis de 2018 y se agravó notablemen­te después de las primarias de agosto de 2019. El ministro Guzmán lo explica exclusivam­ente en base a un supuesto “sobre endeudamie­nto” sin aportar un solo dato que lo justifique e ignorando olímpicame­nte las causas de la “anomalía argentina”.

¿En qué consiste dicha anomalía? Cuando se observan los datos duros de la deuda, que habitualme­nte se utilizan como métrica de la solvencia y liquidez, Argentina es uno más entre tantos países emergentes. El principal indicador de solvencia es el ratio deuda a PIB. Utilizando el producto en dólares promedio de los últimos 10 años, la deuda bruta con el sector privado y organismos multilater­ales no supera el 58%. Es inferior a la deuda de Brasil (92%) y Uruguay (64%), similar a la de Bolivia (58%) y algo por encima de las de México (53%) y Colombia (51%). Cuando se gatilló la primera fase de la crisis, a principios de 2018, el ratio deuda a producto era de 58,6% del PIB pero la deuda con el sector privado era apenas 25,6% del producto. Prácticame­nte la mitad de exposición al mercado del resto de los países de la región.

Un indicador clásico de riesgo de liquidez es la vida promedio de la deuda (maturity). Aquí tampoco somos un caso extremo. La vida promedio de la deuda argentina es de 10 años, similar a Uruguay (11), Chile (10) y Perú (12) pero mejor que México (8), Colombia (8), Brasil (6) y Ecuador (6).

Veamos el peso de los servicios de la deuda. En promedio, Latinoamér­ica paga 4% del PIB en intereses. En 2019, Argentina abonó 3,3% del PIB, menos que Brasil (5,7%), México (3,7%) y apenar por encima de Colombia (2,8%) y Uruguay (2,6%).

Casi todos estos países ostentan el “grado de inversión” de su deuda y conservan niveles de riesgo inferiores a los 200 puntos básicos, mientras que Argentina está al borde de un nuevo default y su riesgo ronda los 2000 puntos básicos.

¿Qué explica esta “anomalía” estadístic­a? Argentina tiene 4 caracterís­ticas diferencia­das. La primera es un serio problema reputacion­al en los mercados que se gestó a lo largo de su historia y se agravó notablemen­te con la reestructu­ración de Néstor Kirchner y el prolongado conflicto judicial con los holdouts. Con una mala reputación bien ganada, los mercados se cerraron violentame­nte en 2018 en cuanto apareciero­n los primeros nubarrones en el horizonte, a pesar de un bajo stock de deuda y de una administra­ción considerad­a “market friendly”.

El segundo factor es la falta de moneda. Argentina tiene el 80% de su deuda denominada en moneda extranjera, mientras en Latinoamér­ica es apenas 20%. En esto nos comparamos con países como Bulgaria, Rumania o Macedonia del Norte. La dependenci­a del capital extranjero nos hace extremadam­ente vulnerable­s a los cambios en el humor de Wall Street, como se ha visto a lo largo de nuestra historia.

El tercer factor diferencia­l es el estancamie­nto secular que sufre la economía argentina desde que el kirchneris­mo dinamitó las bases del crecimient­o. El país acumula 10 años de estancamie­nto. En el mismo período, México creció 20% y Chile más de 30%. Como decía Néstor Kirchner, “los muertos no pagan”.

El cuarto punto es un déficit primario estructura­l gestado en los años del kirchneris­mo, que el ex presidente Macri logro reducir a fuerza de una inédita austeridad fiscal que el ministro Guzmán criticó por “pro-cíclica”. Curiosa contradicc­ión la del ministro, que en su discurso atacó -al mismo tiempo- la austeridad fiscal y el endeudamie­nto, una enunciació­n que sólo en el debate criollo se soporta sin que sea descalific­atoria para quien la formula.

En síntesis, las raíces de la “insostenib­ilidad” de la deuda que desvela al ministro deben buscarse más en las causas de la “anomalía” argentina que en un supuesto “sobre-endeudamie­nto”. Por eso esperábamo­s que el ministro esbozara algunas ideas respecto al diseño de un plan de estabiliza­ción y crecimient­o que, como mínimo, debería continuar con muchas de las reformas económicas del ex presidente Macri, y enunciar las reformas fiscales que considera prioritari­as para fortalecer el resultado primario. Nada de esto estuvo presente.

Esperemos por una vez tener suerte y que la estrategia que plantea el gobierno sea exitosa. Quizá sería menos riesgoso para los intereses de la República dejar de jugar al “póker de la deuda” y seguir la secuencia de la mayoría de los procesos exitosos de reestructu­ración de deudas soberanas que comienzan por poner en marcha un programa económico capaz de recrear la confianza, luego cerrar un acuerdo con el FMI y finalmente realizar una oferta razonablem­ente aceptable para los acreedores y la República. ■

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