¿Alguna vez aprenderemos a vivir sin envidia?
Un día estábamos “vagando”, cuando nos llamaron a trabajar. Nos “enfundaron” en un “sarcófago” y nacimos. Ahí comenzó nuestra vida. Los primeros años fueron de jolgorio. Mimos, besuqueos... Llegados a los 4, comenzaron las responsabilidades. Seis años dibujando palotes, activando el cerebro con tablas y jeroglíficos que se dicen letras. Luego otros seis, donde ya se debía ser más responsable. Aprendimos lo que fueron los próceres, los huarpes y los fenicios. Notas que no se reglaban y uno se esforzaba para obtener un 10 permanente. Al final, “misión cumplida” y un semi título.
Fuimos idealistas, nos “enganchamos” con la teoría socialista; todos iguales. Pasamos por la etapa de hippies. Otro “tirón” y llegamos al final de una carrera. Fue lo que se creyó el lauro máximo. Ahí comenzaron a desmoronarse nuestro preconceptos. Sembramos de curriculums consultoras, empresas; respondimos miles de avisos. Entonces se “escarbó” en la mente lo que decían los viejos: “Uno vale por lo que lo necesitan y no por lo que uno vale”. Y nuestros sueños de reformar el mundo agarraron la picada. Aceptamos cualquier empleo. Cuando se quiso aportar los conocimientos, nadie los quiso. Es que el peligro de una competencia no es permitida por los “dinosaurios”. O nos plegamos a las condiciones o fuimos. La ley de supervivencia siempre triunfa, aunque dentro, siempre ha quedado bullendo la bronca.
Al jubilarnos nos estafan ya que el ímpetu se fue apagando. Ahí los inútiles se aprovechan y nos roban. Igual seguimos pataleando ya que todos volveremos a ese lugar de donde vinimos. No habrá que presentar curriculums ni nada. ¿Y si aprendemos a vivir mejor sin envidias? Dejemos el dinero de lado, no lo vamos a llevar.
Lourdes S. Garzón lourdessusanagarzon@yahoo.com.ar