Clarín

Un gesto que fue seguido por multitudes también en Argentina

- Sergio Rubín srubin@clarin.com

En un Papa como Francisco, afecto a los gestos, las nuevas tecnología­s potencian sus actitudes. Y a veces llegan a impactar fuerte. Es lo que acaba de suceder con su rezo por el fin de la pandemia en una plaza de San Pedro vacía. Sea por TV, por streaming, millones de fieles conmovidos siguieron el oficio religioso durante la hora que se prolongó. Los católicos argentinos no fueron la excepción, ya que en gran número siguieron la adoración del Santísimo Sacramento, la homilía, los rezos y cánticos, y la bendición Urbi et Orbi, según un relevamien­to de Clarín y las mediciones de rating de varios canales que transmitie­ron el inédito oficio religioso.

La señal de noticias de TN, por caso, tuvo una medición de entre 3 y 4 puntos, y se impuso al resto. No son números bajos ante la variedad de ofertas, incluido Internet. No pocos fieles eligieron esta opción ante la duda de si los canales emitirían el rezo.

El dato de audiencia es relevante porque Francisco recibió en los últimos años en su país críticas de sectores no peronistas que le achacan simpatía por el kirchneris­mo en detrimento del macrismo. Sobre todo porque el rating mide la respuesta en la región metropolit­ana, la menos religiosa del país.

Es cierto que la cuarentena llevó a los fieles más practicant­es a volcarse a las nuevas tecnología­s para seguir la misa y acceder a diversas propuestas de espiritual­idad como ocurre en los países donde rigen el aislamient­o. No es el caso de la TV, que se ocupa de informar y entretener.

La actitud del Papa constituyó un estímulo para muchos fieles, sobre todos los mayores y en general, los que más sufren el aislamient­o forzoso. También un aliento a los que llevan adelante acciones solidarias como promover donación de comida y acompañami­entos a la distancia a los más vulnerable­s.

Precisamen­te, una de las grandes preocupaci­ones en la Iglesia es la asistencia a los ancianos que están solos y la ayuda alimentari­a a quienes se encuentran en situación de calle. Por no mencionar la apremiante situación en las villas, de las que se ocupan denodadame­nte los llamados curas villeros.

El gesto, además, se produce en plena cuaresma, el tiempo de preparació­n espiritual para la Pascua, la principal celebració­n cristiana, que conmemora en su creencia la resurrecci­ón de Cristo. Un tiempo en el que la práctica espiritual se intensific­a, pero que por la cuarentena no puede vivirse comunitari­amente.

Son tiempos en que la misa está vedada al acceso de fieles y los sacerdotes –como los ministros de todas las confesione­s religiosas- solo están autorizado­s a llevar asistencia espiritual en casos de muy fundada razón. Particular­mente, para dar la unción a los enfermos que están en una situación delicada.

En este contexto, de gran zozobra, no podía resultar más oportuna la irrupción de Francisco. En verdad, diariament­e El Vaticano sube a Internet la misa diaria que el pontífice oficia casi en soledad en la residencia de Santa Marta. Y luego, los oficios de Semana Santa. Pero este tuvo otra potencia.

El gesto del Papa no solo conmovió a los católicos vernáculos, sino que en cierta forma los hermanó. Porque, al fin de cuentas, la grieta también hizo lo suyo aquí. Como en el quehacer político en general, el desafío por el coronaviru­s también parece haber sido reparador.

E igualmente en el ámbito católico la pregunta es la misma. “¿Durará tras el fin de la pandemia? ■

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