Nosotros y las guerras
Las metáforas bélicas no nos son ajenas. La Argentina vivió, a lo largo del siglo veinte, acechada por el fantasma de la guerra. Vivió guerras lejanas que nos implicaron –la guerra civil española, la segunda guerra mundial- y guerras de mentira –como la “guerra de guerrillas” y la “guerra contrarrevolucionaria”, formas de la violencia política que no eran sino luchas encarnizadas por el poder insufladas de ideologías ultramontanas o resultado de la incapacidad para construir un orden político legítimo-. Y una sóla guerra de veras, la que condujo al régimen más ilegítimo de nuestra historia, la última dictadura, a estrellarse contra el mundo en su intento de recuperar las islas Malvinas por la fuerza. Somos hijos y nietos de esa historia. De guerras mentirosas o lejanas que nos hicieron “hibernar” como país, siempre bajo el acecho de esa amenaza externa. Y de una guerra real y concreta, aunque también lejana en términos geográficos, que nos dejó el dolor de la derrota y la memoria de los soldados caídos, pero también el fin de medio siglo de hibernación nacional y la oportunidad de un nuevo comienzo: la posibilidad de construir una república democrática liberada del fantasma de alguna guerra permanente, pervasiva, insidiosa, marcando el paso de la política nacional y de nuestras vidas.