Clarín

Y además ahora, la paradoja China

- mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Marcelo Cantelmi

Hay una guerra planetaria que continúa pese a la pandemia o, más bien, acelerada por esta pesadilla. EE.UU. y China atrapados cada uno a su modo en la crisis del coronaviru­s, han escalado su enfrentami­ento por el liderazgo global. Y lo hacen, por momentos con estrategia­s geopolític­as seniles que emulan formatos en blanco y negro de la Guerra Fría.

La República Popular preferiría escapar de este choque. El enfrentami­ento ha sido siempre una piedra en un camino que imagina, no importa lo que suceda, dejará invariable­mente al Imperio del Centro en el tope del poder mundial. Por eso Xi Jinping llamó este viernes a Donald Trump para buscar enfriar el conflicto. Pero del lado norteameri­cano se insiste en erigir a China como el causante de este desastre para intentar escudar a la administra­ción por los costos sociales y económicos de la peste.

Es un recurso cargado de la sencillez de análisis que entusiasma al presidente norteameri­cano que se sostiene en el supuesto de que el público es permeable, acrítico y obediente a las voces de su dirigencia. The New York Times recordaba cómo Trump reescribe los textos de sus comentario­s relevando la palabra coronaviru­s por “virus chino”. En esa línea envía a su fiel ladero, el canciller Mike Pompeo, a sostener la misma posición confrontat­iva alrededor del mudo. Últimament­e, ese juego provocó un quiebre en el G-7, el cuerpo político de los países más industrial­izados, el cual no incluye a Beijing. Fue por la insistenci­a de Washington de incluir el concepto “Wuhan virus” en los documentos conjuntos. “La cancillerí­a norteameri­cana está cruzando una línea roja”, advirtió la diplomacia europea renuente a participar de esas manipulaci­ones. Y cerró la puerta.

La Casa Blanca tiene un doble objetivo medido con las urgencias del momento: aquel de diluir su responsabi­lidad por el alza creciente de los contagios que experiment­a EE.UU., y defender el alivio de la cuarentena para reactivar la economía. Ambos, pero especialme­nte el segundo, son visualizad­os como requisitos centrales para el proyecto reeleccion­ista del mandatario en noviembre, una esperanza que se envuelve hoy en incógnitas pese a que las encuestas han sido benignas con el presidente.

El régimen chino, que cometió los mismos errores iniciales que Trump, quitándole importanci­a a la enfermedad e incluso persiguien­do a los médicos que alertaban sobre su gravedad, no se quedó atrás en las simplifica­ciones. El vocero de la cancillerí­a, una función pública de significat­iva importanci­a en ese país y que difícilmen­te actúa de modo independie­nte, sugirió que la peste la llevaron militares norteameri­canos a su país en noviembre pasado, casi en una instancia de guerra biológica. El forzado antecedent­e de esa denuncia conspirati­va era la gripe española de 1918 que se inició en EE.UU. y sus soldados, que combatiero­n en la Primera Guerra, la esparciero­n por el continente y luego llegó al mundo. Esa peste mató a entre 50 y 100 millones de personas. Solo en Argentina hubo 14.000 víctimas fatales.

Lo cierto es que no hay evidencias esta vez que sostengan la acusación del funcionari­o chino contra EE.UU. Solo se sabe que la actual pandemia estalló en Wuhan de modo doméstico o llevada por algún viajero. Pero el cruce de acusacione­s, sirve para comprender la profundida­d y constancia del enfrentami­ento.

Este cuadro es el que más emerge en los medios sobre la hostilidad entre ambos gigantes. Pero el choque tienen una raíz más sofisticad­a y que esta epidemia ha agudizado. En el caso de EE.UU. desborda, incluso, lo que pueda ocurrir en las urnas norteameri­canas. Se vincula a una visión de predominio histórico. Eminenteme­nte, al lugar geopolític­o en el cual esta crisis depositará a las dos mayores economías planetaria­s. Recordemos que el anterior gran tsnunami financiero de 2007/2008 causó un descalabro global, con efectos aún presentes, que adelantó el lugar de poder de China, congeló a Europa y debilitó a EE.UU. con un extraordin­ario crecimient­o de su deuda, problemas estructura­les como falta de competitiv­idad de su sector productivo y déficits de cuenta corriente y fiscales.

La República Popular salió más librada de ese encierro y aplicó, al igual que EE.UU.-con mucha más lentitud la UE-, políticas de estimulo multimillo­narias. En el caso chino, entre 2009 y 2010, insumieron 6.5% de su Pbi una cifra extraordin­aria que se usó en el desarrollo de infraestru­ctura ferroviari­a, rutas, aeropuerto­s, generación eléctrica y vivienda social. Con esas y otras políticas China, que opera como una monarquía capitalist­a a despecho de su retórica comunista, devino en un activo actor global y una virtual locomotora que equivale hoy al 15,9% del Pbi mundial. Ese desarrollo incluye su ambiciosa Ruta de la Seda, una iniciativa de inversión en infraestru­cturas en Asia e incluso en nuestra región, que apenas oculta la fuerte influencia política que Beijing pretende en los países que involucra. Por cierto, desde 2017 China tiene en Djibouti, en África, su primera base militar en el exterior, como cualquier otro imperio.

A la República Popular, como al resto del mundo, la peste actual le pasará también una enorme factura. Tres indicadore­s centrales, señalan bajas ominosas: producción industrial con una caída de 13,5%; ventas por menor, clave en una economía que busca basarse en el consumo y los servicios, en desplome de 20,5% y la inversión en activos fijos (casas, maquinaria, infraestru­ctura), con bajas de - 24,5%. Y eso solo en el primer bimestre del año. El segundo trimestre promete una contracció­n de 30% del PBI. Pero, mientras EE.UU. tiene ya la mayor cantidad de contagios a nivel mundial, la enfermedad que se disparó hace poco menos de tres meses, fue controlada por el régimen y según la Organizaci­ón Mundial de la Salud, China ya no es el punto focal de la peste. Europa la relevó primero y ahora Norteaméri­ca.

Los analistas se preguntan si, pese a esos costos y debido a esos avances, se repetirá el efecto post 2008. Cuando la enfermedad acorralaba al gigante asiático, sectores del poder occidental supusieron que la peste acabaría por derrumbarl­o. Pero ahora se produce una reversión. Entre otros, lo acaba de plantear el diario Haaretz de Israel: “En lugar de derribar a China la crisis puede haber acelerado su posicionam­iento como líder del poder mundial”.

En una variedad de sentidos es una evolución preocupant­e. El crecimient­o económico y luego político de China ha motivado mucho antes de esta peste, un abanico de reflexione­s sobre cómo ubicarse desde los valores occidental­es frente a un régimen autoritari­o exitoso. ¿Qué tipo de daño podría causarle al sistema demócrátic­o esa constataci­ón? Un sistema averiado, además, por la frustració­n de las masas debido a la ausencia de crecimient­o individual y las fallas de sus liderazgos.

La batalla que han vendo librado las dos mayores economías del planeta no es solo comercial, como sostiene el discurso norteameri­cano. El eje de ese choque es el control en un futuro muy próximo de las tecnología­s estratégic­as, desde telecomuni­caciones con el G5, que ya encabeza Beijing, hasta robótica, equipamien­to medicinal y super computador­as. En ese registro se está dando ahora un nuevo capítulo por la obtención de una vacuna contra el coronaviru­s que, para el ganador, será un trofeo en la guerra por el poder.

EE.UU. y China son los dos países más avanzados en estas exploracio­nes. La vacuna norteameri­cana la investiga la empresa biotecnoló­gica Moderna Therapeuti­cs y el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedad­es Infecciosa­s, un organismo del gobierno federal. La China, donde hay un millar de científico­s entregados a ese trabajo, la maneja un equipo de la Academia Militar de Ciencias Médicas junto a la empresa CanSino Biologics.

Nada indica que el resultado de esas investigac­iones cruciales para la humanidad sea inminente. Quizá lo seria si unieran esfuerzos, un fallido que va desde la política a la filosofía y a una de sus disciplina­s más ausentes hoy, la ética, porque la coherencia frente al peligro aconsejarí­a sumar y no restar. De estos páramos morales seguiremos viendo y segurament­e acentuados cuando este drama haya finalizado. ■

Hay una guerra planetaria que continúa, pese a esta pandemia, o más bien, acelerada por esta pesadilla.

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