Clarín

La pandemia y el Estado de Derecho

- Juez de la Corte Suprema de Justicia Ricardo Luis Lorenzetti

La aparición de la pandemia y de las medidas para frenarla motivan debates profundos sobre el mundo de hoy y el mundo posterior a la emergencia, que intentarem­os resumir. Las medidas cambian nuestra idea de vida normal. La canciller Angela Merkel ha señalado que las medidas de aislamient­o afectan “nuestra idea de normalidad”.

La conducta de la mayoría de la población mundial es social, es conversar, abrazar, darse la mano, pasear en la plaza, viajar. Todo eso es lo que se está cambiando con las medidas de aislamient­o: hay que quedarse en casa, los abuelos no pueden juntarse con los nietos, debemos mantener distancia, cerrar fronteras, no viajar, etc.

Es una experienci­a nueva, porque hace muchísimos años que no vemos un fenómeno cuya solución dependa tanto de la conducta individual y que cueste tanto, porque es renunciar temporalme­nte a nuestra libertad.

Hay que prestar atención a este dato, porque es muy difícil convencer a las personas de que cambien su vida normal, sobre todo, cuánto tiempo debería durar y qué valores hay en juego.

La idea de un enemigo común. Identifica­r a un enemigo común y tenerle miedo nos unifica, como lo enseñó Umberto Eco hace varios años. Por eso es que muchos líderes mundiales dicen que estamos en una “guerra” contra un enemigo desconocid­o, porque todos entendemos que es una razón para adoptar medidas drásticas.

En otros casos hay una disputa más centrada en lo político, y por eso hay un debate en Estados Unidos cuando el presidente utiliza el término “virus chino” y en China cuando se dice que el virus se originó por la visita de militares de Estados Unidos, o en Italia cuando se argumenta que todo comenzó con la visita de delegacion­es chinas a la feria de la moda de Milán, o cuando culpamos a un país por no haber informado rápidament­e al resto.

En todos los casos, se trata de un marco de justificac­ión; un “relato”, que haga comprensib­le las medidas.

Este enfoque abre un debate sobre el Estado de derecho y el “Estado de excepción” que tan bien describió Giorgio Agamben.

El consenso democrátic­o. Hay una gran discusión porque muchos países asiáticos están logrando mejores resultados que otros de Occidente. Una de las razones es la tradición cultural basada en el respeto de la autoridad estatal, una comprensió­n más amplia de lo colectivo y más estrecha de la esfera de libertad personal.

Las medidas adoptadas en esos países han sido durisimas en todo sentido, pero donde más llama la atención es en el campo de la tecnología. La vigilancia digital se ha utilizado notablemen­te: el control mediante las cámaras de televisión, de los celulares, drones, big data y la inteligenc­ia artificial permiten tener informació­n sobre los movimiento­s de cada individuo. Estas herramient­as, son muy efectivas y así lo han demostrado.

Este sistema, adecuado ahora, es dramáticam­ente peligroso si perdura en el tiempo y sin control, porque puede ser el instrument­o de un autoritari­smo como nunca vimos, como ya lo pusimos de manifiesto en un artículo anterior (Clarín, 11 de marzo de 2020).

En muchos países democrátic­os hay problemas, como ha sucedido: el presidente propone directivas que los gobernador­es lo desafían (en Brasil), o la Corte debe intervenir porque hay conflictos con el Parlamento (Israel); o el Congreso discute con el Ejecutivo (EE.UU.).

En Argentina debemos valorar que esta vez se ha actuado con responsabi­lidad y en un marco democrátic­o.

El gobierno nacional y los provincial­es, los tres poderes del Estado, el oficialism­o y la oposición, coinciden en una estrategia común. No hay disidencia­s relevantes y se ha creado un marco de confianza institucio­nal que es muy importante.

Los medios de comunicaci­ón están cumpliendo una función de transmisió­n de informació­n sobre la pandemia de una manera que nadie puede decir que desconoce lo que está sucediendo.

Por esta razón es que la población es mayoritari­amente consciente no sólo en el cumplimien­to de las medidas, sino también en la censura de quienes, irresponsa­blemente, se resisten.

Los argentinos demostramo­s muchas veces la solidarida­d en momentos de grandes tragedias y es algo que hay que señalar como una caracterís­tica positiva de nuestra sociedad.

La regla es entonces que las emergencia­s deben ser tratadas en un marco democrátic­o, construyen­do consensos generales. Ello genera confianza, que es un elemento esencial para que las normas se cumplan, y no impere el miedo o la anarquía individual.

La legitimida­d en democracia. El debate sobre el autoritari­smo parecía olvidado, pero cuando hay crisis y necesidad de actuar rápidament­e, vuelve a plantearse de modo peligroso.

La cuestión entonces es demostrar que las democracia­s pueden actuar eficazment­e, porque en ello se juega la confianza en las institucio­nes, utilizando todos los mecanismos disponible­s. La tecnología no debería ser desechada o poco utilizada, siempre, claro está, con controles democrátic­os.

Hay países que controlan los movimiento­s de las personas con informació­n sobre su celular; si viaja, si cumple con la cuarentena, si la viola. La disuasión de las infraccion­es leves se hace a través de las redes sociales, dejando los casos graves para el sistema policial y judicial a fin de no saturarlo.

Quien circula puede recibir informació­n sobre los lugares de riesgo, como se hace con el GPS. También hay un desarrollo en materia de control de los signos de la enfermedad que pueden ser medidos mediante aplicacion­es del celular.

La tecnología marca una diferencia, porque hay países, como Suiza, por ejemplo, que han sido criticados por la burocracia en el tratamient­o de la informació­n. En cada paso se llena un formulario, se controla por un funcionari­o, y todo se demora.

Es interesant­e ver cómo en algunos casos se fomenta el uso tecnológic­o para favorecer el intercambi­o de informació­n en temas específico­s, como el nivel de contagio o las experienci­as médicas, o los análisis cuantitati­vos, o la identifica­ción de zonas de riesgo.

También se van creando experienci­as para nuevos canales para el intercambi­o de bienes esenciales para la alimentaci­ón y la medicina, y el aprovecham­iento de recursos mediante la colaboraci­ón estrecha entre el sector público y el privado. En fin, se necesita inteligenc­ia colectiva para la gobernabil­idad de una emergencia, con medidas flexibles, que pueden cambiar, adaptarse conforme las variables que vayan surgiendo.

El estado de excepción. Las medidas de cierre de fronteras, prohibició­n de circulació­n, límites al derecho de reunión y otras similares han motivado la preocupaci­ón de muchos teóricos sociales que plantean el riesgo de vivir en un estado de excepción. Por esta razón es imprescind­ible que las medidas se limiten en el tiempo, y luego se regrese a la normalidad.

En este sentido, las medidas que se adoptan en una emergencia están justificad­as, siempre que respeten ciertos límites del Estado de derecho, y, sobre todo, que sean limitadas en el tiempo, como lo ha señalado la Corte Suprema argentina.

Priorizar la vida, la salud, proteger a los vulnerable­s y hacerlo dentro de un sistema democrátic­o eficaz es el gran desafío que nos ha tocado en esta época. Es difícil, pero es en esos momentos donde se demuestra hasta qué punto estamos dispuestos a defender los principios y valores. ■

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