La mística de ser vigilante
Nos volvimos disciplinados y estamos muy alertas. Ahora queda bien denunciar vecinos, señalar famosos, facturarles su posibilidad de pasarse la cuarentena fuera de un monoambiente con balcón francés. Decidimos hacer una especie de mística de la vigilancia.
Celebramos la medida de que no puedan volver de la Costa los que se fueron. Que escarmienten. Disciplina, DNU. Que anden boyando por la playa. De golpe, el látigo nos interesa más que la presunta urgencia sanitaria. Hace un rato la cajera del chino nos amonestó por ir con un hijo de ocho para hacer la compra reglamentaria. Nos encanta rigoreamos entre nosotros como si vivir en un cuasi estado de sitio fuera síntoma de fortaleza, de patriotismo, de obediencia civil. Justamente, es todo lo contrario.
Y aparecen los vecinos con altoparlantes que cobran visibilidad en los medios de comunicación. El del noveno que va y denuncia lo que hasta ayer era la práctica cotidiana de vivir. A la nochecita aplaudimos a los médicos, pero hace años odiamos la salud pública, entre todo lo público que hemos demonizado tantas veces. Aprendimos que lo público, como todo lo común, perdió eficacia. Ni que hablar de la educación pública. Hasta el espacio verde de la plaza se decretó peligroso. El vecino con el altoplarlante marcando a la gente como si fuera un funcionario implacable de la Stasi. Eso festejamos. Que Tinelli esté cumpliendo el encierro en su presunta estancia de Esquel. Eso criticamos. La cuarentena también tiene algo de “experiencia”.
Es como el Lollapalooza: nos vende el envase antes que el contenido.