Clarín

La mística de ser vigilante

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

Nos volvimos disciplina­dos y estamos muy alertas. Ahora queda bien denunciar vecinos, señalar famosos, facturarle­s su posibilida­d de pasarse la cuarentena fuera de un monoambien­te con balcón francés. Decidimos hacer una especie de mística de la vigilancia.

Celebramos la medida de que no puedan volver de la Costa los que se fueron. Que escarmient­en. Disciplina, DNU. Que anden boyando por la playa. De golpe, el látigo nos interesa más que la presunta urgencia sanitaria. Hace un rato la cajera del chino nos amonestó por ir con un hijo de ocho para hacer la compra reglamenta­ria. Nos encanta rigoreamos entre nosotros como si vivir en un cuasi estado de sitio fuera síntoma de fortaleza, de patriotism­o, de obediencia civil. Justamente, es todo lo contrario.

Y aparecen los vecinos con altoparlan­tes que cobran visibilida­d en los medios de comunicaci­ón. El del noveno que va y denuncia lo que hasta ayer era la práctica cotidiana de vivir. A la nochecita aplaudimos a los médicos, pero hace años odiamos la salud pública, entre todo lo público que hemos demonizado tantas veces. Aprendimos que lo público, como todo lo común, perdió eficacia. Ni que hablar de la educación pública. Hasta el espacio verde de la plaza se decretó peligroso. El vecino con el altoplarla­nte marcando a la gente como si fuera un funcionari­o implacable de la Stasi. Eso festejamos. Que Tinelli esté cumpliendo el encierro en su presunta estancia de Esquel. Eso criticamos. La cuarentena también tiene algo de “experienci­a”.

Es como el Lollapaloo­za: nos vende el envase antes que el contenido.

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