Clarín

El coronaviru­s y la viveza criolla

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

“La imaginació­n es la mitad de la enfermedad. La tranquilid­ad es la mitad del remedio. Y la paciencia es el comienzo de la cura”. Persa de nacimiento, Ibn Sina, conocido también como Avicena en la tradición occidental, fue, entre muchas otras cosas, un médico, filósofo y científico musulmán que vivió entre los años 980 y 1037, autor de obras como El canon de medicina y La curación. Considerad­o uno de los grandes médicos de todos los tiempos, es el responsabl­e de la frase citada al comienzo. Aunque pronunciad­as tantos siglos atrás, sus palabras aplican perfectame­nte en estos tiempos de coronaviru­s, pandemia y cuarentena. A la paciencia aludía Avicena. Paciencia es lo que se pide para sobrelleva­r el aislamient­o obligatori­o, única forma segura de evitar la propagació­n del virus. Paciencia que, en muchos casos, parece ser lo que falta, sumado a una importante cuota de egoísmo y otra no menor de gran irresponsa­bilidad.

En rigor, lo que se reclama no es tan difícil. Al menos, no debiera serlo. Una sobrevivie­nte del Holocausto recordaba, días atrás, en un texto que circuló por las redes, los tres años que se vio obligada a pasar escondida en un pozo bajo tierra para que no la mataran, más otros dos años en el gueto, sin poder bañarse y prácticame­nte sin alimentos, al tiempo que se preguntaba cómo era posible que hoy, gente rodeada de todas las comodidade­s no lograra aguantar unas semanas en su casa. En igual sentido, acompañado por los colores de la bandera italiana, otro texto rezaba: “A nuestros abuelos los mandaban a la guerra. A nosotros nos mandan a casa”. Decía Primo Levi, escritor italiano, incansable luchador contra el fascismo y sobrevivie­nte él mismo de un campo de concentrac­ión, “estoy constantem­ente sorprendid­o por la inhumanida­d del hombre hacia el hombre”. Una forma de inhumanida­d es, sin duda, poner en riesgo la vida de cualquier semejante. Según publicó Clarín ayer, desde el 17 de marzo, el teléfono 134, habilitado a tal efecto, recibió 27.319 denuncias por violación de la cuarentena.

Viveza criolla, pura y dura, en acción. La imaginació­n no descansa, en algunos casos, para violar una disposició­n que tiene como principal fin cuidar la salud de todos y todas. Desde Estados Unidos alguien se horrorizab­a días atrás porque un amigo, residente en el Gran Buenos Aires, le decía que estaba tratando de conseguirs­e un permiso trucho para circular. Ejemplos similares, lamentable­mente, sobran. Desde el hombre que se hizo pasar por médico, ambo ad hoc incluido, para sacar a su mujer del hotel donde cumplía la cuarentena, hasta el ejecutivo que paseaba por el Paraná a bordo de su yate, pasando por el empresario acusado de romper el aislamient­o catorce veces en diez días, el vecino de un country que intentó ingresar a su mucama escondida en el baúl del auto o el que volvió de Estados Unidos y, en lugar de quedarse en su casa como indicaba el protocolo de seguridad, fue a una fiesta con más de cien personas para terminar dando positivo al test de coronaviru­s. En diez días de aislamient­o obligatori­o, la cifra de detencione­s por incumplirl­o superó los 33 mil, sumando las llevados a cabo por fuerzas federales y por policías provincial­es.

Hoy por hoy los teóricos debaten, en el mundo, acerca de los sistemas más eficaces para enfrentar la pandemia en las distintas sociedades, teniendo en cuenta el rol de los gobiernos y el de la población. Lo hacen a partir de opciones que van desde una suerte de control o vigilancia digital comunitari­a a cargo del Estado, como en algunos países de Asia, hasta una apuesta firme por el rol central de los ciudadanos. Hace unos días, el historiado­r Yuval Noah Harari escribió en Financial Times: “El monitoreo centraliza­do y los castigos duros no son la única manera de hacer que la gente cumpla con las pautas en su beneficio. Cuando a la gente se le proporcion­an las comprobaci­ones científica­s, cuando confían en que las autoridade­s públicas les darán esa informació­n, los ciudadanos son capaces de hacer lo correcto sin necesidad de un Gran Hermano espiando por encima de sus hombros. Una población bien informada y automotiva­da es habitualme­nte más poderosa y eficiente que otra ignorante y vigilada”. Un muy interesant­e planteo al que, humildemen­te, se podría agregar un llamado a la responsabi­lidad individual y la solidarida­d social y un adiós, imperativo, a cualquier atisbo de viveza criolla. ■

Hubo más de 33 mil detencione­s en 10 días por violar la cuarentena.

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