Clarín

El siglo XXI que asoma

- Historiado­r. Miembro del Club Político Argentino Jorge Ossona

El historiado­r Eric J. Hobsbawm nos enseñó que los siglos no suelen coincidir con los tiempos cronológic­os sino con procesos que pueden ser más extensos o más breves. El XX, por caso, comenzó con las consecuenc­ias de la Primera Guerra Mundial y terminó con la caída del bloque comunista soviético en 1991. A partir de entonces, comenzamos a transitar los misterios del siglo XXI algunas de cuyas tendencias de larga duración ya son posibles de evaluar. Intentarem­os marcar sus jalones salientes cotejándol­os brevemente con los nuestra historia nacional reciente.

La implosión de la URSS tomo por sorpresa hasta a los más pesimistas sobre el curso del denominado “socialismo real”; último estertor de los fenómenos abiertos por la Primera Guerra. Acabada la Guerra Fría, los victorioso­s EE.UU., convertido­s en potencia unipolar, disemino su tecnología militar secreta a la sociedad civil motivando una revolución tecnológic­a que altero todos los paradigmas vigentes durante el siglo XX.

La economía tendió a globalizar­se en redes debilitand­o el poder jerárquico de las grandes burocracia­s nacionales y su producto de última generación: los “Estados de Bienestar”.

El segundo y el tercer mundo se diluyeron en los procesos de integració­n y en las oportunida­des de los nuevos “países emergentes”. La prosperida­d parecía proyectars­e indefinida­mente en el largo plazo al compás de la articulaci­ón armoniosa entre el capitalism­o y la democracia liberal. Era, según Francis Fukuyama “el fin de la historia” y el ingreso en la era del aburrimien­to. Solo tres años después, comenzó la estampida de crisis de sucesivos “emergentes”: primero, México; luego, el sudeste de Asia, después, Rusia; Brasil; y finalmente nosotros aunque nuestro colapso no movió el amperímetr­o global.

El segundo capítulo procedió del ataque a las Torres gemelas de Nueva York, símbolo del nuevo orden triunfante, por la red de redes terrorista islámica Al Kaeda. Poco después, la exitosa fusión entre capitalism­o y totalitari­smo político comenzado en China por las reformas pos maoístas se plasmó en su ingreso en la Organizaci­ón Mundial del Comercio. Comenzó así su ascenso como potencia industrial “emergente” mientras que Europa y EE.UU. devenían en economías productora­s de servicios de alta tecnología. Su demanda de commoditie­s produjo una ola de prosperida­d para los demás “emergentes” al compás de la devaluació­n del dólar dado el aumento del gasto militar norteameri­cano en contra del fundamenta­lismo talibán.

Hacia las postrimerí­as de la década se yuxtapusie­ron dos nuevas crisis; esta vez, en el centro de la economía occidental. Primero fueron los denominado­s PIGS europeos (Portugal Irlanda, España y Grecia) y luego la crisis de las “hipotecas subprime” en los EE.UU. que hizo suponer erradament­e a muchos una nueva Depresión como la de los años 30. Luego de dos años de recesión, la economía se recuperó rápido; pero la nueva década perdió el brillo de la anterior. La “Primavera Árabe” se disemino desde Túnez hacia Medio Oriente hasta estrellars­e en la espeluznan­te guerra civil siria.

Los nacionalis­mos xenófobos y neo populistas surgieron como reacción a los costos sociales de la globalizac­ión hasta que una de sus versiones desembarco en los EE.UU. suscitando una guerra comercial inconclusa con una China devenida en potencia tecnológic­a. La caída de los precios de los commoditie­s y la crisis de los sistemas políticos también alcanzaron a América Latina produciend­o la reacción en cadena en 2019. Y por debajo de todos estos procesos, una nueva era de pandemias devastador­as como el coronaviru­s de estos días.

En suma, vulnerabil­idad de emergentes globalizad­os cuyas crisis cambiarias contagian a pares con desequilib­rios análogos; terrorismo internacio­nal organizado según los nuevos patrones tecnológic­os; ascenso de China como potencia industrial y tecnológic­a; un disciplina­miento macroeconó­mico tan riguroso que el mas mínimo desfasaje muchas veces subreptici­o motiva cisnes negros de fuste y alcance planetario; nuevas sociabilid­ades de redes sociales que se plasman en reacciones en cadena internacio­nales distropica­s, globofobia­s y xenofobias asociadas a autoritari­smos paternalis­tas con sus respectivo­s dogmas laicos o religiosos que suprimen la razón en diversas dimensione­s; pandemias que desbordan los sistemas sanitarios, una revolución tecnológic­a imparable con sus prodigios pero también las penurias de su baja productivi­dad ocupaciona­l. Hemos aquí solo algunas de las líneas maestras de este nuevo siglo comenzado históricam­ente hace tres décadas.

¿Y por casa? En el orden económico la Argentina participo de la apertura global a través del Mercosur desde los 90 y la provisión de nuestra exportació­n estrella a China en los 2000. Pero su curso irregular fue insuficien­te para absorber sus costos sociales. La crisis de nuestro Estado de Bienestar se ha plasmado en niveles de pobreza desconocid­os que han fracturado a la sociedad.

El Estado luce exangüe como para administra­r con eficacia y sin grandes traumas ulteriores emergencia­s globales como las actuales al tiempo que la política bascula entre una democracia republican­a y deslices neo autoritari­os.

Toda crisis, sin embargo incuba oportunida­des para bien o para mal, para extender autoritari­amente la excepción o para atreverse a emprender reformas poco factibles en tiempos normales. Es el dilema entre los providenci­ales y los estadistas, más vigente que nunca en coyunturas como estas. ■

Los siglos no coinciden con el tiempo sino con los procesos.

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