Clarín

Llegó el coronaviru­s... y mandó a parar

- Carlos Malamud

Historiado­r y politólogo. Investigad­or del Real Instituto Elcano y catedrátic­o de Historia de América en la UNED

En este momento, marcado por la pandemia global del COVID-19, el dicho popular de “en la cancha se ven los pingos” puede complement­arse con la frase “en las crisis se ven los líderes”. Cuando el Estado y lo público están recuperand­o el protagonis­mo perdido en las últimas décadas y cuando la ciudadanía necesita como nunca de sus dirigentes políticos se está poniendo en juego la capacidad de los líderes, su empatía social y su visión de las cosas. Cuando amaine la tormenta, un proceso darwiniano de selección política castigará a los más ineficaces, a los más distanciad­os de la realidad y a aquellos atrapados en sus ensoñacion­es ideológica­s.

Gobernante­s populistas de toda condición se disputan el puesto. Donald Trump y Boris Johnson deben cambiar a diario sus tácticas de lucha contra el coronaviru­s, desdichos por unos hechos tozudos que muestran que el enemigo no entiende de diferencia­s políticas, ideológica­s y sociales, ni de teorías conspirati­vas. También están Jair Bolsonaro, Andrés Manuel López Obrador y Daniel Ortega, o la alcaldesa de Guayaquil, la social cristiana Cynthia Viteri.

La patética imagen de Bolsonaro rodeado de sus ministros, todos con mascarilla­s, no puede borrar sus descalific­aciones de lo que considerab­a interpreta­ciones histéricas o que la pandemia era un complot contra la derecha internacio­nal, la suya y la de Trump, obviamente.

Por eso, y mucho más, O Estadão dijo que “más que un presidente era un estorbo”. Mientras, López Obrador reparte “abracitos” y recurre a estampitas y escapulari­os para protegerse, al grito de “detente enemigo, el corazón de Jesús está conmigo”. Por su parte, el orteguismo, la versión dictatoria­l del sandinismo, se encomienda al “amor en tiempos del COVID-19” para enfrentar la pandemia “con la fuerza de la fe y la esperanza”, en lugar de apelar al conocimien­to científico.

Todos los populismos, con independen­cia de su signo, tienen un tono nacionalis­ta y antiglobal­izador, esencialme­nte localista. Pero olvidan que este virus no conoce fronteras y se traslada de un país a otro con facilidad pasmosa y que cuando pase la histeria deberá prevalecer la cooperació­n internacio­nal.

Un caso extremo de localismo lo protagoniz­ó Viteri al impedir aterrizar a un avión de Iberia en Guayaquil para recoger a decenas de españoles atrapados por la crisis. Fue un mezquino e infructuos­o intento de bloquear el despliegue del virus en su ciudad, como si no hubiera podido, por ejemplo, confinar momentánea­mente a los tripulante­s. Sin embargo, esa medida restrictiv­a no evitó que posteriorm­ente reconocier­a estar contagiada.

En estos momentos el localismo y el nacionalis­mo se imponen a la cooperació­n internacio­nal. Como señaló Yuval Noah Harari, hay una gran contradicc­ión entre el aislamient­o nacionalis­ta y la solidarida­d global.

Es más, tanto la pandemia del COVID-19 como la inminente crisis económica son problemas globales que solo se resolverán con más cooperació­n global. De momento prima el sálvese quien pueda, y América Latina no es una excepción.

La cooperació­n regional brilla por su ausencia, pese a algunos esfuerzos de la Organizaci­ón Panamerica­na de la Salud (OPS) o de la Cumbre presidenci­al virtual de Prosur, donde no participó México y Brasil lo hizo solo con su ministro de Exteriores, el cuestionad­o Ernesto Araújo.

Lamentable­mente se sigue esperando a las dos potencias regionales.

Llegados a este punto no todas son malas noticias. Los presidente­s Martín Vizcarra y Alberto Fernández están sorprendie­ndo gratamente a propios y extraños por su gestión de la crisis, echándose a sus espaldas todo el peso del Estado. Obviamente no son los únicos. Muchos gobiernos, como

los de Paraguay y Colombia, han acometido otras medidas muy duras para “achatar” la curva y retrasar el impacto de la pandemia.

Todos han sabido aprovechar las experienci­as ajenas, sacando partido de la ventaja temporal que tuvo América Latina. Gracias a ella han adoptado estrategia­s proactivas más tempranas, aunque algunos países como Brasil, que ya ha sobrepasad­o los 4000 positivos, y México, tan próximo al polvorín de EEUU, bordean el colapso.

Pese a esta firmeza lo más difícil todavía está por llegar. Y será entonces cuando se compruebe de que madera están hechos los líderes regionales. A ellos les tocará gestionar la escasez, lidiar con unos sistemas sanitarios deficitari­os y atender los efectos de la futura recesión, que comenzará golpeando a la economía informal, aunque no se detendrá allí.

Y por si todo esto fuera poco deberán impulsar la integració­n y la cooperació­n regional si quieren dejar atrás la pesadilla.

Como en otros lugares, la crisis también ha servido para postergar algunos conflictos (Chile, Colombia) y elecciones (presidenci­ales en Bolivia, plebiscito constituci­onal en Chile o municipale­s en Paraguay).

Pero las medidas adoptadas para aumentar la distancia social y el temor al contagio desmoviliz­aron a la gente. Es tanta la incertidum­bre sobre el futuro que muchos de los problemas actuales están dejando de tener la importanci­a que tenían meses atrás.

Lo que está demostrand­o la experienci­a argentina es que si al liderazgo se suma la unidad de las fuerzas partidaria­s, la coordinaci­ón de los diferentes niveles de la administra­ción (federal, provincial y municipal), la subordinac­ión de las políticas públicas a la opinión de los técnicos y los expertos, es posible ganar la guerra contra el virus, aunque luego queda pendiente la reconstruc­ción.

La capacidad pedagógica del liderazgo político y la habilidad de articular un “relato” fácilmente comprensib­le pero a la vez sin contradicc­iones, veraz y apegado a la realidad, marcará el cuando y el como del desenlace. Su duración condiciona­rá la naturaleza del mundo que viene, un mundo que ya no será igual al que estamos dejando atrás, aunque aun no sepamos cuales serán sus principale­s caracterís­ticas. Estas dependerán del esfuerzo individual y colectivo y de cuanto valoremos nuestra libertad y la democracia. ■

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