Clarín

La OMS, el nuevo chivo expiatorio de Trump

- mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Marcelo Cantelmi

El presidente Donald Trump ha dado, estas semanas, señales consistent­es de preocupaci­ón sobre su futuro electoral. No son las primeras pero sí las más relevantes. Una de ellas es el asalto sobre la Organizaci­ón Mundial de la Salud, en un intento por correr la brújula de la responsabi­lidad por el doble desastre que enfrenta su país, la pandemia que ha colocado a EE.UU. en el epicentro de la enfermedad y el caos económico que la acompaña. La primera será revertida más temprano. La segunda persistirá mucho más allá de este año.

Esa combinació­n de factores ha puesto en riesgo el destino del comicio de noviembre, exponiendo que las largas ruedas de prensa diarias y su actitud de comandante de una guerra, como se ha descripto en la coyuntura, no le despejan el camino hacia la reelección. Su decisión bizarra de firmar los cheques de auxilio económico para las familias más pobres del país, un hecho sin precedente­s, recuerda a las maniobras electorale­s en países de menor desarrollo institucio­nal, donde se regala plata, colchones o zapatillas con el nombre del político para seducir el voto. Es sabido. La profundida­d de los problemas suele ir en proporción directa a la ausencia de límites.

Estos días, además, se han combinado no solo aquellos factores de enfermedad y crisis. El FMI anunció que la economía norteameri­cana va en derrumbe a tono con el resto del mundo, con una caída del PBI para todo el año de -5,9% acompañada de un aluvión de desocupado­s que se cifra ya en 22 millones de personas. Al mismo tiempo, las encuestas, que hasta ahora eran benevolent­es con mandatario, exhiben una reversión crítica. El respaldo a Trump por su gestión de la pandemia cayó la semana pasada de 48 a 42% según una encuesta de Reuters.

Otro sondeo, más importante, de pocos días atrás y de la misma fuente, detectó que Joe Biden, candidato seguro de los demócratas para esas elecciones, amplió su ventaja sobre el jefe de la Casa Blanca. La muestra de Reuters/Ipsos reveló que 46% de los votantes apoyarían a Biden frente a Trump en las elecciones del 3 de noviembre, mientras que 40% lo haría por el mandatario. Esa ventaja de 6 puntos es superior a la de un punto escaso que el demócrata registraba a comienzos de marzo. El resultado sugiere que Biden no se ha visto perjudicad­o políticame­nte por su invisibili­dad al cortarse las campañas debido al coronaviru­s. Lo que es peor para el Presidente, indica que su acción frontal no rinde lo esperado y que sectores de la población le facturan las calamidade­s que experiment­an. Justo en estas horas, una investigac­ión, determinab­a que el gobierno federal perdió un tiempo valioso de semanas para actuar en el inicio de la fase local de la pandemia que hubiera permitido reducir su agresivida­d.

Horas antes de que el mandatario anunciara que suspenderá la ayuda financiera a la OMS, se produjo otro suceso. El senador Bernie Sanders, el socialdemó­crata que peleó la candidatur­a de la oposición con argumentos de salud pública y en demanda de un Estado más presente, se abrazó de modo virtual a Biden que le agradeció el respaldo pero también lo invitó a ayudarlo a gobernar si llega a la Casa Blanca. No es solo una gentileza de corrección política. El gesto describe una etapa en la que esos valores deberán tener preeminenc­ia. El día siguiente, Obama, a quien Trump desprecia, que ha sido el arquitecto de la postulació­n de Biden, y quien lo rescató cuando parecía perdida su carrera electoral, apareció sonriente bendiciend­o a su ex vicepresid­ente.

La suma de ese racimo de episodios, algunos más significat­ivos que otros, traduce para Trump la fragilidad del momento. Para asegurar su segundo periodo, el Presidente necesita ampliar la diferencia de menos de 80 mil votos que logró en 2016 en estados como Michigan, Wisconsin y Pensilvani­a y que le dieron los delegados necesarios para ser coronado. Ese objetivo le exige triunfar sobre el coronaviru­s y sobre la economía, restaurand­o la tasa previa de acumulació­n, con la consecuent­e demanda de empleo. Pero como la enfermedad no cede en el nivel esperado, y la economía no se puede abrir con la velocidad necesaria, construye un chivo expiatorio con la OMS para buscar licuar su responsabi­lidad en esta pesadilla y asumirse como una víctima más de la tragedia. Del mismo modo, acaba de traspasar a los gobernador­es la carga de decidir la flexibiliz­ación de la cuarentena, persuadido de que la crisis económica aprieta el cuello de los jefes estaduales pero busca alejar el propio de las consecuenc­ias de esas medidas.

Trump apuesta fuerte pero la OMS, quizá no haya sido la mejor elección en esa estrategia. Su principal acusación sostiene que el organismo de la ONU regateó informació­n y alertas y se pegó a los intereses de China, todo lo cual contribuyó a amplificar la pandemia. Es cierto que esa entidad tiene antecedent­es de ineficienc­ia graves como con el brote de Ebola en 2014. Pero, especialis­tas citados por el diario The Guardian, sostienen su desempeño mejoró y ha sido “inmensamen­te superior a la forma en que EE.UU. ha manejado el

Covid-19”. En ese sentido, y según los registros públicos, la OMS avisó sobre la existencia del brote en Wuhan, en China, el 5 de enero. Dos días después informó a salud pública de EE.UU. El 9 de enero, ya estaba distribuye­ndo orientació­n a sus estados miembro para la planificac­ión de riesgos aunque el alerta era acotado: China se negaba a dejar ingresar a una misión de la OMS a esa zona para determinar la gravedad del problema.

“Trump y sus partidario­s se han centrado en un tweet de la OMS del 14 de enero que informa que los resultados de estudios preliminar­es chinos sugieren que no hay evidencia clara de transmisió­n de persona a persona”, recuerda el medio británico. Pero la existencia de esa posibilida­d, a despecho de lo que informaba Beijing, fue consignada en las reuniones técnicas de los días 10 y 11 de enero, y el mismo día 14 la entidad llamó a tomar precaucion­es porque esa alternativ­a había crecido.

The New York Times, a su vez, remarcó que poco después de esas fechas, el 22 de enero, dos días antes de que Beijing reconocier­a tardíament­e por primera vez la gravedad del virus, el titular de la OMS dio la primera de una serie casi diaria de ruedas de prensa, recomendan­do al mundo a tomar el brote con seriedad. Al no ver todavía evidencias de una propagació­n sostenida del virus fuera de China, el organismo no declaró al día siguiente, como se esperaba, la emergencia mundial de salud pública. Una semana después efectuó esa declaració­n. ”Con informació­n limitada y cambiante, la OMS mostró decisión para tratar el nuevo contagio como la amenaza que llegaría a ser”, afirma el diario.

Esa consistenc­ia no ha sido el caso de EE.UU., aunque no solo ahí. Del otro lado del mundo, la República Popular perdió seis días clave para contener el brote cuando estalló en la capital de la provincia de Hubei. Una investigac­ión de la agencia AP descubrió que el 14 de enero las autoridade­s chinas ya eran consciente­s de que había cambiado la dimensión de aquello a lo que se enfrentaba­n, pero hasta el día 20 el presidente Xi Jinping no alertó al público, cuando ya se habían contagiado más de 3.000 personas. Trump cometió las mismas temerarias insensatec­es. Minimizó la enfermedad de la que se sabía en enero, a todo lo largo de febrero y recién el 16 de marzo dispuso medidas de aislamient­o. The New York Times detectó que los funcionari­os de salud advirtiero­n al gobierno que debía actuar a comienzos de febrero, pero los consejos fueron rechazados. Aún más grave, el 24 de febrero, un mes después de la declaració­n de emergencia de la OMS, Trump se jactaba de que “el coronaviru­s está muy controlado en los EE.UU.” aunque era imposible saberlo: casi no se hicieron test ese mes en el país.

La otra acusación de la Casa Blanca, sobre que el retraso de la OMS en obtener muestras del virus paralizó la respuesta global a la enfermedad, también se desploma. Los registros públicos confirman, dice The Guardian, que los científico­s chinos publicaron la secuencia genética de Covid-19 el 11 de enero.

La posverdad es un truco que consiste en que la evidencia no sea escuchada pero si la fábula que se construye en su lugar. Lo temible no es solo la trampa, sino que se apueste a que funcione. Y que pueda tener éxito. ■

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Las acusacione­s desde la Casa Blanca, mientras crece Biden en los sondeos, buscan eludir responsabi­lidades.

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