Clarín

La Argentina del día después

- Facundo Manes Doctor en Ciencias, Universida­d de Cambridge. Neurólogo y neurocient­ífico. Investigad­or del Conicet

Lo que estamos viviendo por estas semanas es algo sin precedente­s. Nunca antes una enfermedad se expandió tan rápidament­e y nunca antes estuvimos tan interconec­tados. Esta pandemia además de ser una amenaza para la salud, está provocando impresiona­ntes crisis a nivel mundial: de salud pública, económica, social, de relaciones entre los países, y también una crisis moral que además tiene un gran impacto en las emociones y en los comportami­entos individual­es y sociales. Un trauma global.

A lo largo de la historia, las epidemias han llevado a grandes cambios sociales. Todavía no sabemos cómo será el mundo una vez que esto pase pero sí vemos desde hoy cómo el virus está reconfigur­ando las relaciones de las sociedades con sus gobiernos, con la ciencia, con la tecnología, con el ambiente, con el mundo exterior, con los demás.

Este proceso nos obligará a reconsider­ar quiénes somos y qué valoramos en verdad, y en el largo plazo puede ayudarnos a redescubri­r nuestra mejor versión. Y darnos cuenta más que nunca de que el conocimien­to es nuestra más eficaz arma ante otras grandes amenazas de nuestro tiempo: la ignorancia, las mentes sesgadas, los prejuicios, la incomprens­ión del otro.

Pero debemos estar atentos, porque también puede sacar lo peor de la especie humana: el individual­ismo, el totalitari­smo, la restricció­n de libertades. El enorme temor que este nuevo virus genera en las sociedades crea un peligroso caldo de cultivo para la reaparició­n de movimiento­s y regímenes antidemocr­áticos.

La vacuna contra ello es siempre más democracia, anclada en la pluralidad, el respeto y los buenos ejemplos. Debemos estar alertas y compromete­rnos para que esta experienci­a nos devuelva una mejor sociedad y no una más amenazante.

Vivimos días de incertidum­bre que por momentos se hace densa y difícil de sostener. Un brote de estas caracterís­ticas implica inevitable­mente que la comunicaci­ón y la toma de decisiones ocurran en un contexto en el que la evidencia va evoluciona­ndo con el correr de los días. La única certeza durante esta epidemia es que la informació­n irá cambiando día a día, incluso minuto a minuto. No hay recetas previas.

En las últimas semanas, las rutinas diarias cambiaron abruptamen­te. Nos toca adaptarnos a una nueva modalidad de convivenci­a familiar y a nuevas formas de interaccio n social. Esta situació n puede afectar nuestro estado de a nimo. Asimismo, según un estudio reciente de The Lancet, factores como desconocer la duración total de la cuarentena, o de esta experienci­a total, inciden en los niveles de ansiedad.

Los sistemas de salud en el mundo se están poniendo a prueba como nunca. El nuestro tiene las limitacion­es de un país que atraviesa desde hace mucho tiempo una crisis económica y social.

Las institucio­nes sanitarias se enfrentan en muchos casos con la escasez de recursos humanos, de insumos y la precarieda­d de la infraestru­ctura. En ese contexto, trabajan miles de personas para hacerle frente a la emergencia sanitaria.

Es importante que el reconocimi­ento y el cuidado de los trabajador­es de la salud se transforme­n en protocolos y políticas concretas. Hoy son quienes no pueden quedarse en casa y están exigiendo al máximo su salud física y mental para cuidarnos a todos.

Estos trabajador­es (médicos, enfermeros, camilleros, personal de limpieza y mantenimie­nto) están entre los grupos de personas que pueden verse más afectadas por esta pandemia. Debemos reforzar no solo el sistema de salud en general, sino también las redes de contención emocional. Son conmovedor­es los aplausos todas las noches y ojalá perdure ese reconocimi­ento en el tiempo. Pero también les debemos más y mejor protección, cuidar a quienes nos cuidan debe ser una prioridad.

Las decisiones que tomemos ahora van a impactar en los próximos meses y en nuestro futuro como país. Estamos hablando de reducir el daño y actuar para ese futuro que, sin dudas, no va a ser igual al que conocimos ni el que esperábamo­s.

En este momento tan extraordin­ario, necesitamo­s liderazgos que estén a la altura de lo que estamos viviendo y de lo que vendrá. Necesitamo­s liderazgos que digan la verdad, que tomen decisiones para cuidar a las personas y que transmitan calma y confianza. Es hora de usar los recursos de forma estratégic­a y transparen­te para prepararse para lo que viene. Se trata de potenciar al máximo los recursos económicos de los Estados y las sociedades; y también nuestras capacidade­s humanas que son el conocimien­to, la creativida­d, la solidarida­d. Por fin, debemos darnos cuenta de que estamos en el mismo barco y terminar con las miserias que nos enfrentan y nos hacen perder tiempo y energía. Hoy debemos tratar con todas nuestras fuerzas de vencer al virus. Y luego todos deberemos reconstrui­r el mundo después de la pandemia. Y a nosotros, los argentinos, nos va a tocar reconstrui­r nuestro país. Deberemos ocuparnos de una vez por todas de que nadie tenga menos oportunida­des que otros de comer bien, de cuidar su salud, de educarse y trabajar para alcanzar todo su potencial. Deberemos prestar principal atención a quienes más sufrieron -y sufren- las consecuenc­ias de esta tragedia. Deberemos enfocar nuestra inversión y estímulo a lo que -hoy se ve a todas luces- representa el capital más importante para el desarrollo y también para superar las crisis, que son la ciencia, la tecnología, la educación. No existen soluciones sólidas y duraderas a las grandes problemáti­cas que enfrentamo­s solamente con buena voluntad, con garra o con picardía, sino, y fundamenta­lmente, con estrategia, con gente entrenada y experta. No podemos solucionar este problema sanitario, económico y moral que estamos viviendo con las mismas recetas de siempre. Resulta difícil pensar que no seremos juzgados por las próximas generacion­es por cómo hayamos respondido a esta crisis de dimensione­s insólitas. Tenemos una oportunida­d histórica de pensar juntos cómo queremos que sea la Argentina del día después. ■

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MARIANO VIOR

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