Cristina intenta usar el revés en la Corte a su favor
Esa centralidad que le cedió el virus y que Alberto Fernández ha llevado a un punto extremo, remite inevitablemente a una competencia de liderazgo. El primer acto fue la cuarentena. Fernández, con opositores: el porteño Rodríguez Larreta y el jujeño Morales, guardando distancia del aislamiento social, pero no del político. Los dos conscientes que en esta emergencia cualquier política obstructiva es suicida. Ofreciendo, también, la tentación para que desde Olivos se sueñe con construir también la oposición, como lo imaginó Néstor Kirchner, hasta que De Narváez, primero, y luego Massa, pintaron otro cuadro.
Fernández saltó en las encuestas. Es el retrato de un momento histórico. La disputa del liderazgo es sobre quién estará a la cabeza del elenco si la foto se convierte en película: al tope está hoy Alberto, no Cristina.
Esa “anomalía” debía ser corregida. El mecanismo fue emboscar a la Corte en una encrucijada política. Si rechazaban el recurso de Cristina pidiendo certidumbre para que el Senado pueda sesionar por teleconferencia, como ocurrió por unanimidad, los jueces se pondrían del lado de los ricos porque se bloquearía así la posibilidad de votar un impuesto diseñado para ellos. Un método muy kirchnerista, resumido por la inteligente y desafiante abogada Peñafort en un nada inocente “de qué lado de la mecha te ponés”. Tal estocada, saludada con salvas de tuits por Cristina, se entronca con el relato madre de su lucha : la “corporación” judicial impide que los senadores puedan votar el impuesto a la riqueza concentrada. Unos son instrumentos de otros, resumirá. O la clásica simplificación de Cristina, todo tiene que ver con todo.
El Tribunal le respondió que el Poder Legislativo debe dictar sus reglamentos y que, apuntó Rozenkrantz, no puede la Corte convertirse en una consultora de otro poder para otorgar o no certidumbre. La gravedad institucional que invocó Cristina es la misma que sus abogados agitan para tratar que la Corte intervenga en casos de corrupción en los que la vicepresidenta está encartada.
El final de esta historia podía preverse, aunque alguna esperanza abrigaba el kirchnerismo creyendo, equivocadamente, que Lorenzetti vería este caso como un buen envión en su carrera para recuperar la presidencia del cuerpo, y convencería a Maqueda y quizá a Highton para que dictaminaran de otra manera a la que lo hicieron. Ese grosero error de cálculo había sido advertido ya en la Casa Rosada, donde el revés judicial de Cristina era esperado. Allí han tomado nota de actos de autonomía que ponen la disciplina del gobierno, como el pedido de libertad de Jaime, una provocación para descolocar a la a la ministra de Justicia, muy allegada a Alberto.
Con el Ejecutivo con poderes extraordinarios por ley y por la pandemia, el Legislativo parado y el Judicial a medias, Cristina levantó el perfil frente a la concentración que recayó en su elegido. Ahora, en el Senado la pelota le volvió a su campo. Debe digerir el fallo adverso y usarlo en su retorno a la centralidad. ■
El rechazo unánime de los jueces, aún con diferencia entre ellos, alimenta el relato K de la lucha anticorporativa.