Tras una muerte y nuevos contagios, la gente sale en las villas y el riesgo es alto
Al hacinamiento se sumó la falta de trabajo. Estiman que se triplicó la demanda en comedores barriales.
La muerte por coronavirus de una trabajadora del Congreso y vecina de la Villa 1-11-14, los 2 casos de Villa 31, más otros confirmados desde el viernes (otros 5 en la 1-11-14, donde vive un bebé de seis meses que dio positivo; 2 en la Villa 15, y 2 más en Villa 20) encendieron todas las alarmas. En esos barrios, signados por la vulnerabilidad, entienden que el distanciamiento y el uso del tapabocas son las mejores alternativas disponibles. Pero con viviendas ínfimas e insalubres donde conviven familias multigeneracionales, el aislamiento es una quimera. Y a esa realidad se le suma la necesidad de salir a buscar trabajo y comida, cuando muchos se quedaron sin ingresos.
El día arranca bien temprano en la casa 89, en el lado norte de la villa 1-1114 del Bajo Flores, rebautizada por ley desde noviembre como Barrio Padre Ricciardelli. Rocío Mazuelos Huaman abrió su taller de cocina para montar un comedor de emergencia. Sabe cómo organizarse porque junto a un grupo de mujeres del barrio tiene un emprendimiento gastronómico: un catering de comidas en donde los sabores tienen el aroma de sus países de origen, Paraguay, Perú, Bolivia y también, Argentina. Ahora ese recetario tradicional se encuentra postergado. Rocío y sus vecinas aceptaron el desafío del párroco Juan Isasmendi, de la iglesia Madre del Pueblo, quien las alentó a entregar viandas a la hora de la cena.
Se suma el cuidado sanitario. Por eso, organizan filas fuera del taller con ayuda de todos los vecinos. La espera a veces es larga, por eso hay una cola exclusiva para los adultos mayores y embarazadas. Para evitar que se trasladen los que están enfermos o no tienen familia, también organizan la forma de que la comida les llegue hasta sus viviendas.
“No entra un peso en las casas, así que el comedor nocturno se volvió una necesidad”, cuenta Rocío a Clarín. La jornada empieza a las 10, con el lavado de las verduras y de las ollas. A medida que avanza la tarde, se hace la cocción de fideos, arroz, carne, pollo o lo que haya ese día. Para las 19 ya tienen todo organizado y comienzan a entregar las raciones. Lo hacen de lunes a lunes porque, dice Rocío, el “hambre no para”. Arrancaron hace diez días, ofreciendo 250 viandas; hoy sirven 550. En la otra punta del barrio, en el lado sur, el párroco Juan organiza todos los días 4.000 raciones de comida. Las organizaciones sociales advirtieron que en muchos comedores y merenderos se duplicó y hasta triplicó la asistencia de los vecinos. Esto también implica un movimiento constante de personas.
Diego Fernández, de la Secretaría de Integración Social Urbana a cargo de la urbanización e integración de las villas 31 y 31 bis de Retiro, dijo que “hay que tener en cuenta que los vecinos no tienen posibilidades de realizar compras para 10 o 15 días. Salen todos los días o cada dos. Aún así venimos haciendo una campaña respecto a los cuidados, trabajamos con las organizaciones sociales y referentes barriales. Y estimamos que la circulación bajó un 50%. Los dos casos de coronavirus que aparecieron generaron mucho impacto”.
Referentes barriales plantearon preocupaciones, entre ellas, la imposibilidad de cumplir el aislamiento. Y se refirieron a la falta de trabajo. En la villa Rodrigo Bueno de Puerto Madero, Diego González sintetizó: “El que antes no iba a los comedores, va. La gente sale a buscar changas, lo que sea. Y pensemos también que hay vecinos que viven bajo la cota del río, en palafitos, sobre el agua”.
Diego tiene una carnicería y desde su lugar de referente trata de concientizar respecto del uso de los tapabocas y de la distancia social. Cuenta que tanto la Iglesia como el Instituto de la Vivienda están, ayudando con bolsones. Además, funcionan tres comedores y no les cobran las cuotas a los que se mudaron a los nuevos edificios.
El barrio se encontraba en un proceso de urbanización que ahora está paralizado. “Hay familias con cuatro chicos viviendo en casas que no tienen ventana. Salen a la terraza ¿qué se les puede decir? La Policía también monitorea y advierte. Creo que todos estamos haciendo lo que podemos, como podemos”, relata Diego.
Marina Sajama cuenta la realidad de la Villa 15, de Villa Lugano: “Nos cruzamos en pasillos y nos alentamos a usar los tapabocas. Y después intentamos explicarles a los que usan barbijos descartables que no sirven si los tienen días y días. También pedimos que la gente use jabón”.
Marina es delegada de la Manzana 28. Llegó desde Parque Patricios después de la crisis de 2001. Tiene cuatro hijos y nueve nietos. “Lamentablemente hay muchos vecinos que se sienten lejos de este virus -dice-. Intento explicar que somos vulnerables por enfermedades preexistentes, porque vivimos en malas condiciones sanitarias y porque nos alimentamos mal”.
Reconoce que hay una presencia del Estado y de las organizaciones sociales. También, que los merenderos y los comedores están asistiendo a los vecinos con viandas y bolsones de comida. Pero reclama “asistencia sanitaria” para que el barrio logre mantenerse alejado de la pandemia el mayor tiempo posible.
Desde la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia denuncian un caso que involucra a la pequeña comunidad del barrio Saldías, ubicado en Recoleta, junto a las vías del tren y en paralelo a la calle Padre Carlos Mugica, casi esquina Salguero. Los niños tienen que caminar dos kilómetros para buscar sus viandas porque en las inmediaciones no hay escuelas públicas.
En un comunicado explican: “La norma que suspendió las clases estableció la continuidad de la provisión de viandas. La Justicia ordenó a la Ciudad establecer mecanismos para facilitar el acceso a quienes viven lejos de las escuelas, como es este caso. Ante la intimación judicial para resolver esta situación urgente, propuso un punto de entrega a un kilómetro, cuyo acceso supone atravesar avenidas no urbanizadas y el cruce por un camino sólo transitado por camiones para llegar así hasta la Villa 31”. Esta es una paradoja más de las que impone este “aislamiento social preventivo y obligatorio”. ■