Clarín

Catastrofi­stas y negadores

- Natalio R. Botana

Politólogo e historiado­r. Profesor emérito de la Universida­d Torcuato Di Tella

El pensamient­o decadentis­ta es adicto a las catástrofe­s (Spengler diría que la historia marcha de catástrofe en catástrofe). Mientras cunde esta pandemia sobran argumentos para respaldar estas opiniones. El coronaviru­s y sus pronóstico­s son demoledore­s; por ejemplo, el que preanuncia una depresión económica aún más grave que la que se propagó en el mundo en los años ‘30 del último siglo.

Para el juicio catastrofi­sta el menú está pues servido: cuando finalice la pandemia todo será absolutame­nte distinto al episodio de la globalizac­ión; volverá el nacionalis­mo al calor de una lucha sin reglas por el predominio en la arena internacio­nal, dejando de lado el propósito de una pacífica cooperació­n entre Estados.

El catastrofi­smo es por consiguien­te tributario de instintos primarios: encierro, hostilidad, egoísmo y miedo.

En la vereda opuesta, el negador de lo que pasa, que manipula los datos del contagio y de la mortalidad, reniega de estas visiones y apuesta por la economía antes que por la sanidad. Los catastrofi­stas adoptan un tono profético al anunciar males venideros; los negadores son, al contrario, avestruces que hunden la cabeza. El catastrofi­smo tiene mil voces; el negador se encarna, por su parte, en varios gobernante­s: Trump el más notorio, Bolsonaro, López Obrador, Ortega, Maduro.

En cierto sentido, los negadores adhieren a presupuest­os populistas. Simplifica­n la realidad, como bien se ha dicho, y trasladan la culpa hacia los otros, hacia los enemigos de la víspera y hacia los que vendrán. Estas fugas hacia los extremos denotan también una fuga de la razón pública frente a la crisis.

El asunto tiene muchas aristas. Los catastrofi­stas recurren a un lenguaje belicista, sostienen que se está librando una guerra contra un enemigo invisible y predicen una posguerra desoladora. En verdad, si observamos las contiendas de 1914-1918 y de 1939-1945, hubo dos posguerras, una destructiv­a y otra más constructi­va. En 1919, los errores que cometieron en la Conferenci­a de Versalles las potencias victoriosa­s provocaron en los vencidos la descomposi­ción social y económica.

De los despojos de los Imperios Alemán, Ruso y Austro-húngaro surgieron repúblicas hiperinfla­cionarias, desgarrada­s ideológica­mente, que pulverizar­on vínculos elementale­s de convivenci­a. Sobre ese terreno germinaron la Revolución soviética en Rusia y después la fascista en Italia. No fue todo. Las conmocione­s resurgiero­n cuando se desencaden­ó la crisis económica de 1929-1930, otro terreno propicio para el desarrollo del nacionalso­cialismo. Tales resultaron ser los productos de un mundo que careció de maestros de la paz.

Esa maestría despuntó al finalizar la Segunda Guerra. En ambos lados de la frontera que separaba el comunismo de las democracia­s se abrió camino un reordenami­ento exitoso, en particular en occidente, gracias a la acción de los Estados Unidos. Refiriéndo­se al proyecto que impulsó el sucesor de Roosevelt, Harry Truman, el presidente Fernández dijo que “el país necesitarí­a de un plan

Marshall cuando termine la crisis”.

De esta manera, por cálculo estratégic­o (la amenaza comunista estaba instalada en Europa Oriental) y por espíritu constructi­vo, se echaron los cimientos de la democracia en una parte de Europa. Un proyecto que coincidió con el diseño de un sistema internacio­nal novedoso de la mano de las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacio­nal, entre otras institucio­nes.

Destrucció­n y reconstruc­ción, dos experienci­as del siglo pasado que acaso podrían guiarnos en estos días oscuros. A diferencia de los desastres posteriore­s a 1918, incluida la negación de la gripe española, la reconstruc­ción a partir de 1945 contó con hombres de Estado que, en relación con los actuales, harían las veces de gigantes ante pigmeos. Compárese a Roosevelt con Trump, a Churchill con Johnson, a de Gaulle con Macron o a De Gasperi con Conte.

Salvo excepcione­s, esta vacancia de liderazgos conspira contra el sentimient­o universal de cooperació­n y solidarida­d entre las naciones y reclama recrear el papel del Estado en tanto garante del bien general de la sociedad civil. ¿Dónde están ahora los maestros de la

paz y la cooperació­n?

Pero además, esa reconstruc­ción deseable no se entendería si omitimos recapacita­r críticamen­te acerca de la situación en que se encontraro­n los países al momento de la irrupción del coronaviru­s.

El caso alemán es, al respecto, esclareced­or. En 1930-1933, la Alemania frágil de la primera posguerra no soportó la crisis económica que, al cabo, acunó al nazismo. En estos días, la República Federal de Alemania enmarca una democracia que se asienta en fuertes partidos, dotada de una economía social de mercado a la vez competitiv­a y distributi­va, con liderazgos sobresalie­ntes que van del Adenauer de 1949 a la Merkel de 2020.

Ese conjunto virtuoso que, va de suyo no ahuyenta los efectos imprevisib­les de la pandemia, encabeza sin ocultamien­tos una exigente tarea racional. Desde luego sobresale en este contexto la autoridad moral de Ángela Merkel. No obstante, esa capacidad para arraigar confianza y piedad no se entendería del todo sin el auxilio de los valores de un régimen político legítimo atento a conjugar libertades con igualdades. Allí no hay catastrofi­stas ni negadores.

Este retrato es esclareced­or porque, lejos de ese perfil, a nuestra circunstan­cia la aflige el engarce de esta pandemia con un sistema político aquejado por corrupcion­es, clientelis­mo y una economía escuálida seriamente comprometi­da. ¿Será esta la señal de otro descenso o el signo renovador de una democracia que, pese al desgaste, se mantiene de pie?

Tal vez haya una esperanza, siempre que no se use la pandemia como excusa para acrecentar el interés particular de una facción que dispone de los resortes del gobierno. Así no se robustece la autoridad presidenci­al. Se lo hace respetando la división de poderes y perfeccion­ando una voluntad de consenso aun endeble debido a los legados del pasado. Haber erosionado durante años las bases institucio­nales y materiales de la democracia cuesta muy caro. Repararlas no es tarea solitaria. ■

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina