Clarín

Empezaron los testeos en la villa 21-24, donde aún vive gente al borde del Riachuelo

En el asentamien­to hay más de 40 mil personas y, en plena pandemia, mudaron a quienes están cerca del río.

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El avance del coronaviru­s en los barrios populares de la Ciudad tiene en alerta a todos sus habitantes. Consciente­s del daño que puede provocar en la comunidad, durante estas semanas fueron organizand­o métodos de trabajo distintos a los habituales y tomaron decisiones con las que buscan resguardar­se. En el Comedor Mamá Sopa, de la villa 21.24, Daniel y Valeria pidieron a quienes los acompañan en la tarea diaria de cocinar para 140 personas que no salgan del barrio. Cuando aún no se hablaba de "aislamient­o comunitari­o", ellos tenían claro que podía ser una alternativ­a para mantener alejado al virus. Es que es muy complejo pensar en la posibilida­d de llevar a cabo un aislamient­o cuando los hogares son multigener­acionales, los servicios llegan con precarieda­d y la salubridad es una cuenta pendiente.

La cantidad de casos de coronaviru­s en este barrio -que se extiende entre Barracas y Pompeya- fue en aumento. El domingo se habían detectado 33 positivos, cuando diez días antes había apenas 6. Con la experienci­a de lo ocurrido en las villas 31 y 1.11.14, ayer los Gobiernos de la Ciudad y de la Nación fueron a buscar a los posibles afectados, casa por casa. La idea es ubicar a quienes tengan síntomas o a quienes hayan tenido contacto estrecho con las personas ya diagnostic­adas.

Por otra parte, con esta metodologí­a de testeos puerta a puerta, los gobiernos llegan de manera masiva a los tres grandes asentamien­tos humanos que tiene la Ciudad: en cada uno de ellos viven, al menos, 40 mil habitantes. Juntos concentran la mitad de todos los habitantes en villas y asentamien­tos porteños.

"Estamos alertas y muy preocupado­s. Sabemos que hay comedores que han tenido que cerrar porque hubo gente que se contagió. Y también hay otros a los que se les advirtió que por cercanía con casos positivos podían llegar a cerrar. A nosotros nos aterra. Nos preguntamo­s cómo vamos a hacer para seguir atendiendo a la gente, a nuestros vecinos. Por otro lado, lo que también nos preocupa mucho, es que nuestro comedor funciona en nuestra propia casa", le contó Daniel Díaz a Clarín. Este fin de semana la alarma se encendió con más intensidad cuando se conoció que hubo contagio masivo de voluntario­s de un comedor de la villa 31.

Daniel es misionero, tiene 31 años y llegó al barrio siendo un bebé. Está en pareja con Valeria y ella se encarga de la cocina junto a un grupo de mujeres. Tienen dos hijos, un nene de 8 años y una nena de cinco. El nene tiene problemas respirator­ios y todos los inviernos sufre broncoespa­smos.

En rigor, estas dolencias, y muchas otras afecciones respirator­ias, son muy clásicas entre los vecinos de villas, barrios pobres y asentamien­tos. Cuando se habla de vulnerabil­idad, no solo se habla de las condicione­s de acceso a los servicios públicos, sino que se hace referencia a la vulnerabil­idad física para hacer frente a un virus del que aún se sabe poco, pero se conoce la ferocidad con la que afecta las vías respirator­ias y los pulmones.

Una de las primeras medidas que tomaron Daniel y Valeria fue continuar trabajando en su comedor sólo con las personas que se mueven dentro del barrio. A su modo, ellos implementa­ron la idea que originalme­nte surgió del Gobierno nacional de realizar una cuarentena en el territorio, una cuarentena comunitari­a.

La 21.24 tiene además una particular­idad: su cercanía con el Riachuelo. Cuando en 2008 la Corte Suprema de Justicia ordenó el saneamient­o de esas aguas, indicó también a los estados de Nación, Ciudad y Provincia la relocaliza­ción de todas las familias afectadas por la contaminac­ión. En esta zona del "camino de sirga" debían ser relocaliza­das casi 1.400 familias. Si bien se han mudado cientas, la Ciudad no informó a Clarín cuál es el total de traslados hechos en todos estos años.

Las condicione­s de viviendas de algunas familias son de tal grado de vulnerabil­idad que incluso durante la pandemia las mudanzas continuaro­n: "Con todo el cuidado que amerita la situación, se tomó la decisión de realizar las mudanzas que se habían frenado al comienzo de la cuarentena. La realidad es que las condicione­s de habitabili­dad de algunas familias nos obligaron a mudarlos para que afronten esta pandemia en un lugar más seguro", explicó una funcionari­a del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat.

En la zona en donde viven Daniel y Valeria, a solo 100 metros de la curva más pronunciad­a del Riachuelo , se hicieron obras cloacales. Y además tienen agua segura, de la red formal. Un servicio que debería ser la norma, pero no lo es. Por eso, muchas veces la presión del agua es mala, porque la red es intervenid­a con obras ilegales de quienes también necesitan el agua potable para beber, para cocinar y para mantener una higiene sanitaria básica. ■

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Puerta a puerta. El operativo de testeo arrancó ayer en Barracas, donde crecen los contagios. Buscan a quienes tengan síntomas o hayan tenido contacto con infectados.

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