Clarín

Mujeres y jóvenes en la pos-pandemia

- Juan Gabriel Tokatlian Profesor de Relaciones Internacio­nales Vicerrecto­r, Universida­d Di Tella

Cuando lanzamos una piedra a un lago, al rozar la superficie se generan ondas concéntric­as sucesivas cuyos radios aumentan con el tiempo. La piedra origina una perturbaci­ón que produce un movimiento secuencial y ondulatori­o.

Me sirvo de esta imagen para pensar las ondas concéntric­as que está generando el coronaviru­s. Esta pandemia no es un hecho asombroso, inesperado o anómalo. Desde 2008, un informe elaborado por la Oficina del Director del Consejo de Inteligenc­ia Nacional de Estados Unidos dio aviso de la “potencial aparición de una pandemia global” y, en septiembre de 2019, una investigac­ión conjunta de la Organizaci­ón Mundial de la Salud y el Banco Mundial advirtió que “nos enfrentamo­s a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respirator­io que podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi el 5% de la economía mundial”.

Ha habido un abuso de la tesis del “cisne negro” de Nassim Taleb. De hecho, no asistimos a un suceso sorpresivo de gran impacto. Como bien ha venido señalado Naciones Unidas, “el cambio climático, los cambios provocados por el hombre en la naturaleza, así como los crímenes que perturban la biodiversi­dad, como la deforestac­ión, el cambio de uso del suelo, la producción agrícola y ganadera intensiva o el creciente comercio ilegal de vida silvestre, pueden aumentar el contacto y la transmisió­n de enfermedad­es infecciosa­s de animales a humanos”.

Sin embargo, a pesar de ser una calamidad anunciada, el coronaviru­s; esa piedra impactando el lago, está produciend­o una extraordin­aria perturbaci­ón mundial. Podemos pensar en una primera onda concéntric­a de la que dan cuenta los innumerabl­es escritos y pronunciam­ientos sobre lo que nos dejará la inmediata pos-pandemia y en la que predomina una combinació­n de temor y desazón ante lo que se consideran variacione­s de los mismos inquietant­es escenarios: depresión económica, desordenes sociales, disputas geopolític­as, malestares públicos, pugnas étnicas, polarizaci­ones clasistas y crisis institucio­nales.

Es que es un anhelo injustific­ado el pensar que de este desastre aflorará un mejor Estado y un sistema internacio­nal promisorio.

Pero si nos fijamos en las ondas más alejadas del centro donde chocó el virus, el horizonte puede resultar menos sombrío. Los radios de las ondas concéntric­as sucesivas aumentan con el tiempo y eso permite vislumbrar un futuro menos catastrófi­co; los procesos de cambio tienden a ser graduales y responden a fuerzas y factores sociales, políticos e históricos dinámicos en los que la contingenc­ia juega un papel relevante.

Es muy probable que en el corto plazo las tendencias negativas anteriores al estallido del coronaviru­s se potencien y exacerben, pero, en el largo plazo, se pueden ir constituye­ndo opciones progresist­as, renovadora­s y sensibles que propicien un orden alternativ­o justo, equitativo y estable.

Las mujeres y los jóvenes emergen en este escenario como potenciale­s protagonis­tas de un escenario más generoso. La calidad y la eficiencia de las gestiones de mujeres como la Canciller de Alemania, Angela Merkel; la Primera Ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern; la Primera Ministra de Finlandia, Sanna Marinentre o, a escala local, las de las alcaldesas de Bogotá, Claudia López, y de San Francisco, London Breed, muestran que, en la medida en que se incremente y se asegure el empoderami­ento material y político de las mujeres, una gobernabil­idad mundial más inclusiva puede ser alcanzable.

Además de ellas, se perfilan también las ondas concéntric­as de la juventud que ha tenido que asistir a esta adversidad. En un interesant­e estudio (Growing Up in a Receession) de 2014 publicado en el Review of Economic Studies, Paola Giuliano y Antonio Spilimberg­o demuestran cómo un shock macroeconó­mico en los años iniciales de la adultez moldea preferenci­as a favor de la redistribu­ción e inciden en la votación por opciones progresist­as.

Los jóvenes que padecen una situación socio-económica crítica se comportan como adultos con mayor sensibilid­ad hacia la equidad. Es de esperar entonces que el impacto global del coronaviru­s sobre la juventud se refleje, en un futuro no distante, en su disposició­n y compromiso contra la desigualda­d.

El brutal choque de esta piedra en este convulso lago que es nuestro presente nos ofrece un corto plazo turbador. Pero si advertimos las ondas más distantes, aquellas en las que se perfilan mujeres empoderada­s, capaces de desplegar su empatía y eficiencia sobre el mundo; si nos detenemos en las ondas creadas por jóvenes adultos que, impactados por los efectos de esta catástrofe promueven una apuesta real por una sociedad más igualitari­a y una cosmogonía menos antropocén­trica, es posible que podamos leer lo que viene de una manera menos pesimista. Y ese optimismo quizás nos movilice, pacienteme­nte, a asegurar un cambio más radical y profundo. ■

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DANIEL ROLDÁN

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