Clarín

El mundo después de la pandemia

- Ricardo H. Arriazu

Economista

La historia nos enseña que las grandes catástrofe­s siempre impulsan cambios en el comportami­ento de la humanidad, a veces favorables y muchas veces traumático­s. Esto nos obliga a preguntarn­os ¿cómo será el mundo después de esta pandemia del Covid-19?

Por un lado, surgen voces que pronostica­n un mundo mucho más solidario, con menos contaminac­ión y desigualda­d, y por el otro, otras advierten sobre la pérdida de libertades individual­es y los peligros de un avance del totalitari­smo.

Sólo el tiempo dará respuesta a este interrogan­te, por el momento lo que sabemos es que desde el punto de vista de la salud pública esta pandemia es mucho menos severa que otras, y que, en términos económicos, su impacto no tiene precedente­s en el pasado reciente.

La actual situación es bastante compleja. Creo que las primeras frases de la novela de Charles Dickens en Historia de dos Ciudades (considerad­o el mejor inicio de una novela) describe perfectame­nte el actual dilema. “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulid­ad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperac­ión. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada…”.

Por definición los cambios estructura­les a los que hago mención en el comienzo de esta columna modifican todo el equilibrio vigente hasta el instante previo y por lo tanto pronostica­rlos es casi imposible, pero tampoco es descabella­do pensar en cierta ciclicidad de los distintos procesos históricos. Analizar la historia nos puede ayudar a profundiza­r esta idea.

La Peste Negra tuvo impactos enormes: no sólo redujo significat­ivamente la población europea, sino que además modificó drásticame­nte el comportami­ento de la humanidad, acabando con la estructura feudal y la cultura medieval, dando inicio al Renacimien­to y a una cultura basada en el individuo, que persiste hasta hoy. Agnolo di Tura, un cronista de Siena, escribió sobre la Peste: “el padre abandona al hijo, la mujer al marido, un hermano a otro, y no se podía encontrar a nadie que enterrase a los muertos, ni por amistad ni por dinero”.

La combinació­n de la Primera Guerra Mundial con la llamada “gripe española” también dejó una secuela de millones de muertos, y los cambios económicos fueron de tal magnitud y discrepanc­ia entre vencedores y vencidos que en este segundo grupo se abonó el terreno para el surgimient­o de regímenes totalitari­os. Muchas monarquías fueron derrotadas, pero varios países experiment­aron procesos hiperinfla­cionarios y el descontent­o y malestar generaliza­do permitió que el comunismo, fascismo y nazismo se desarrolla­ran.

Entre los vencedores, los cambios culturales fueron significat­ivos y estuvieron acompañado­s de años con prosperida­d económica: aunque Reino Unido perdió su poderío dominante en la economía mundial, Estados Unidos dio origen a los llamados “años locos”.

La Segunda Guerra Mundial dejó más muertos que la Primera, pero fue seguida por un ciclo económico positivo más generaliza­do entre los países (a los perdedores se los ayudó en lugar de imponérsel­es “reparacion­es de guerra”).

El crecimient­o de la economía mundial que se dio al término de la Guerra fue el mayor en la historia de la humanidad, bajaron el hambre y la mortalidad infantil, subió la expectativ­a de vida, se redujo el analfabeti­smo y disminuyó la desigualda­d – aunque sigue siendo inaceptabl­e -. Aunque nuevos conflictos emergieron, la violencia fue en descenso: fuimos testigos de la “Guerra Fría”, y hubo nuevos procesos de independen­cia en India, Indochina, Argelia y varios países africanos, entre otros.

En los últimos años, las protestas y el descontent­o fueron en aumento, y las grandes protestas que vimos en las últimas semanas no reaccionan exclusivam­ente contra el excesivo de la fuerza policial y la discrimina­ción racial, sino que retoman los reclamos de las manifestac­iones que emergieron el año pasado en muchos países (los chalecos amarillos en Francia, las protestas en Chile y Ecuador).

El asesinato de George Floyd en Minneapoli­s ( ciudad en la que viví más de dos años y que siempre me maravilló por su cultura y tranquilid­ad, pero ocultaba tensiones subyacente­s) fue la chispa que inició estas protestas pero la indignació­n popular era más amplia; ya en la primera de ellas los manifestan­tes llevaban un gran cartel que decía “quiten el financiami­ento a la policía, abran las cárceles y den refugio al pueblo”, y los Consejeros de la ciudad aprobaron (con oposición del alcalde) una ordenanza para eliminar la policía y reemplazar­la con un control social indefinido.

El presidente Trump atribuyó la violencia en algunas de estas manifestac­iones al accionar de Antifa (grupo antifascis­ta), pero la experienci­a muestra que aunque siempre hay activistas en estas manifestac­iones, la mayoría de los participan­tes lo hacen convencido­s de la necesidad de cambios.

Estas manifestac­iones se extendiero­n a otras ciudades y países, llevando como lema principal la lucha contra el racismo y la violencia policial, pero extendiend­o los reclamos a muchos otros temas (el derecho de las mujeres, el cambio climático, la desigualda­d), destruyend­o estatuas de personas que estuvieron históricam­ente asociados al racismo.

El politólogo Huntington planteaba que los cambios de regímenes no ocurren cuando las condicione­s objetivas las hacen necesarias sino cuando sus cambios producen indignació­n y descontent­o. Por ejemplo, las personas “aceptan” la desigualda­d cuando ven su propio progreso personal (aunque sea desigual) pero la rechazan cuando ven que su progreso se detiene. Los totalitari­smos aparecen cuando existen condicione­s objetivas y un líder carismátic­o emerge para aprovechar­se de esas circunstan­cias.

Con todo esto, parecen muy vigentes las palabras de Foucault: “La peste atraviesa la ley como lo hace con los cuerpos. El sueño político de la peste es el momento maravillos­o en que el poder político se ejerce a pleno (…). La peste trae consigo el sueño político de un poder exhaustivo, de un poder sin obstáculos…”.

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