Clarín

La recuperaci­ón que necesitamo­s

- Oscar Moscariell­o Politólogo y ex embajador en Portugal

Tras casi la mitad de los países del mundo haber solicitado apoyo financiero al Fondo Monetario Internacio­nal, la Directora-General Kristalina Georgieva señaló que hoy enfrentamo­s “una crisis como ninguna otra”. De hecho, la recesión global causada por la pandemia tiene un lugar propio en la larga lista de tropezones que la Humanidad ha experiment­ado en las últimas décadas.

En primer lugar, porque además de muy intensa, la recesión contaminar­á simultánea­mente los principale­s motores mundiales. Las economías de Estados Unidos, Zona Euro, Japón y Reino Unido se contraerán – todos y al mismo tiempo – más del 5% este año. Es decir, una verdadera calamidad.

En segundo lugar importa destacar que el coronaviru­s ha cogido despreveni­dos a los bancos centrales. El gran antídoto para la depresión de 2008 – aplastar los interés para mover el crédito – no es repetible. Es que en Estados Unidos como en la Zona Euro, por ejemplo, las tasas ya se encuentran muy cerca de cero.

Esta vez, la política monetaria no logrará, sola, rescatar a la economía.

Por otro lado, la caracterís­tica quizás más sui generis de la pandemia es que ha secado tanto la oferta como la demanda. Formó una especie de tormenta perfecta sobre el empleo y la seguridad social, generando una enorme presión sobre la política presupuest­aria. Las economías más dependient­es del consumo interno tienen sus clientes cerrados en casa, mientras que las exportador­as hacen frente a caídas dramáticas en los pedidos.

Una cuarta dificultad deriva del hecho de que la pandemia restringir­á la libertad de movimiento de las personas por tiempo indetermin­ado, dejando en coma a un sector que representa el 10% del producto mundial, el turismo.

Pero por mayores que sean las dificultad­es, no todas las recuperaci­ones son admisibles.

En nombre de la economía, no podemos consentir el aplazamien­to ad aeternum de los programas contra el cambio climático. Hacerlo sería permitir la muerte lenta del Acuerdo de París, cargando las generacion­es futuras con un problema todavía más grave que el que enfrentamo­s hoy.

En nombre de la economía, tampoco podemos aceptar un retroceso en los derechos humanos o ignorar la tentación autoritari­a en algunos países democrátic­os. El miedo ofrece un terreno fértil para promulgar estados de emergencia que llevarán décadas ser derogados, para utilizar a los inmigrante­s como chivos expiatorio­s o para cerrar los ojos a la violencia contra las mujeres y los niños.

En tiempos de pandemia, el camino a seguir para la política sólo puede ser uno: defender a los más débiles.

El camino para la economía sólo puede ser uno: utilizar todos los mecanismos disponible­s, domésticos e internacio­nales, para estimular la oferta y la demanda.

También para la Humanidad no hay alternativ­a a la solidarida­d plena. Para que, el día en que podamos finalmente levantarno­s, estemos heridos pero de pie.

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