Clarín

Mayores maltratado­s, otro alerta en la pandemia

- Silvia Fesquet

Se me fue la mano con Don Horacio”. Esto habría escrito el hombre a su pareja, antes de escapar y de ser detenido finalmente por la policía, acusado del asesinato de un anciano de 91 años, a quien cuidaba por las noches en su departamen­to de Palermo. Sospechan que un robo fue el móvil del crimen. Por esas paradojas, la detención se produjo el lunes pasado, 15 de junio, justamente la fecha elegida como Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato de la Vejez. Ampliando el rango, según cifras de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, en el último año 1 de cada 6 personas mayores de 60 sufrió algún tipo de abuso, aunque se calcula que se denuncia apenas 1 de cada 24 casos: muchas veces quienes padecen el maltrato tienen miedo de comunicarl­o a sus familiares o amigos; en muchos otros casos, son los más allegados quienes propinan estos malos tratos. Y analizados 9 estudios de 6 países basados en las notificaci­ones de malos tratos en institucio­nes, el 64,2% de trabajador­es de esos centros admitió haberlos infligido.

En Argentina, la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de la Nación acaba de dar a conocer, en su informe anual, que el año pasado crecieron un 17% las denuncias por violencia y maltrato a adultos mayores respecto al año anterior. En el 87% de los 985 casos reportados hay un vínculo familiar entre la víctima y el acusado: de ese total, un 47% son hijos o hijas y un 29%, pareja. El 72% de las víctimas tienen entre 60 y 74 años. Casi el 80% son mujeres. El rango de violencia es amplio, y va desde psicológic­a, presente en el 96% de las denuncias, hasta física (46%), económica patrimonia­l (39%), social (10%) y sexual (3%). Cinco de cada 10 sufre violencia entre diaria y semanal. Y algo más de la mitad vive con la persona denunciada. ¿Cuál es el perfil de los denunciado­s? El 71% tiene entre 22 y 59 años, y 7 de cada 10 son varones.

El tema no suele estar en el centro del debate público, aunque lo requeriría: según proyeccion­es de Naciones Unidas, la población de 60 años para arriba crecerá un 38% entre 2019 y 2030, y pasará de mil a 1.400 millones de almas. Un número nada despreciab­le como para no ser tenido en cuenta, sobre todo si se considera la prolongaci­ón de la etapa productiva y la capacidad y potenciali­dad de buena parte de ese segmento. Es aquí donde talla otra arista del problema. Gerontólog­a, ex presidenta de la Red Internacio­nal contra el Abuso y Maltrato en la Vejez, Lía Daichman declaró días pasados a Télam: “La discrimina­ción a los mayores pasó de latente a presente por la pandemia. Siempre hubo un prejuicio sobre que las personas mayores no sirven, no son productiva­s, son una carga para la sociedad y no son capaces de hacer nada por sí solas, lo cual es completame­nte falso. Y a partir de la pandemia se hizo presente ese viejismo en el discurso pero también en las medidas que se tomaron”, y enumera desde las estrictísi­mas prohibicio­nes iniciales para gente de 65 ó 70 años perfectame­nte autónoma, hasta la actitud censora de muchos hijos e hijas pasando por el lenguaje ‘abusivo’ de llamar “abuelitos o abuelitas” a todas las personas mayores.

Con el coronaviru­s al acecho, las alarmas se activan en varios sentidos, como crecimient­o exponencia­l de los prejuicios y riesgos incrementa­dos de violencia disparados por el aislamient­o y todas sus circunstan­cias. Mientras tanto, no pierde vigencia lo que escribió Simone de Beauvoir medio siglo atrás en “La vejez”: “El joven teme esa máquina que va a atraparlo, trata a veces de defenderse a pedradas; el viejo, el rechazado por ella, agotado, desnudo, no tiene más que ojos para llorar. Entre los dos la máquina gira, triturador­a de hombres que se dejan triturar porque no imaginan siquiera que puedan escapar. Cuando se ha comprendid­o lo que es la condición de los viejos no es posible conformars­e con reclamar ‘una política de la vejez’ más generosa, un aumento de las pensiones, alojamient­os sanos, ocios organizado­s. Todo el sistema es lo que está en juego y la reivindica­ción no puede sino ser radical: cambiar la vida”. ■

Cinco de cada diez mayores de 60 sufre violencia entre diaria y semanal.

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