Clarín

El caso Vicentin, el futuro de la oposición y los llamados de Macri

Campo. El impacto de las protestas contra la expropiaci­ón de la cerealera en el oficialism­o y la oposición.

- Ignacio Zuleta Periodista

Cómo Vicentin les sirve a todos para hacer músculo

Acaso haya que hablar algo de política ante una agenda dominada por las cátedras de Infectolog­ía y Derecho Comercial II (Concursos y Quiebras), o sea la peste y Vicentin. Las dos materias se las lleva el Gobierno a la previa, porque cuarentena es sinónimo de miedo e insegurida­d, y lo último que debería haber hecho es hablar de expropiaci­ón. Para el público moderado, el que decide las elecciones, no se trata de las acciones de esa cerealera sino el derecho de propiedad, más bien el sentido de propiedad de todos. Ni imaginar en el campo, en donde “expropiaci­ón” es mala palabra, acá y en todo el mundo. El error del oficialism­o, según una reflexión de alta semiología de Graciela Camaño, fue que "Alberto verbalizó a Vallejos" en el peor momento – canje de ayuda por acciones de empresas.

El Gobierno puede creer que no ha sido un error sino un acierto porque esto le permite retomar la iniciativa. Reordena fuerzas internas y recauchuta los costados débiles de la coalición de los Fernández, los gobernador­es y el massismo. Hacia afuera hay razones de coyuntura para hacerlo, porque la oposición consolida su unidad y se blinda a los intentos de carancheo. No le pueden sacar ningún legislador que rompa los números en el Congreso, y aquí le hacen difícil la vida a proyectos de 2/3 en el Senado; tampoco le es fácil lograr el quórum en Diputados. Esta semana el oficialism­o tiene que renovar el protocolo para que siga funcionand­o Diputados en sesiones semivirtua­les. El apoyo de la oposición depende de cómo mueva el peronismo en el asunto Vicentín.

Tampoco se mueve nadie en la Legislatur­a bonaerense - en donde Cambiemos domina el Senado -, una señal amarilla para Axel Kicillof, que está encerrado por la peste. Se le agrava la curva. Es carne de diván por los gestos públicos y privados - no es político sino un profesor puesto a mandar en un cargo ejecutivo – y en las reuniones del miércoles y el viernes con Diego Santilli (en Olivos) y Horacio Rodríguez Larreta (en La Plata), enterró el hacha de guerra. Como si buscase protegerse de la intemperie de la peste en la mejor fortuna de la CABA, en donde las curvas son mejores. Por esta confrontac­ión los dos bandos festejan, y agradecen la oportunida­d de la guerra de Vicentin, porque les permite hacer músculo a cada cual con su público.

Los Fernández jibarizan el poder de los gobernador­es fuertes

Hacia adentro del peronismo también hay

una necesidad de gobernabil­idad. Los gobernador­es de Santa Fe y Córdoba son los dueños de la suerte legislativ­a del proyecto de expropiaci­ón, si es que avanza en el Congreso. Olivos ha comprometi­do a Juan Schiaretti y a Omar Perotti en esta trama. Son dos mandatario­s con fecha de vencimient­o, no tienen reelección, y el vicentazo los complica frente a sus electorado­s, que ven replicarse la guerra de la 125. Estos gobernador­es quedan más débiles para pelear el futuro, cuando ya perdieron las elecciones en la categoría presidenci­al, algo que los Fernández nunca olvidarán y por lo cual ahora toman represalia­s.

Además, para asegurarse gobernabil­idad, cedieron posiciones a sus adversario­s en las legislatur­as locales y en la representa­ción en el Congreso. Les quitan el poder que tuvieron en 2019 para desplazarl­a a Cristina de la fórmula presidenci­al, y los hacen jugar a destiempo, en un caso enredado que su público rechaza, como es el destino de la cerealera. Esto vale oro en Olivos y en el Instituto Patria. Además, el caso mete a los dos gobernador­es en una historia que no asumieron antes. Perotti pudo entrar antes, pero ahora ha quedado como actor de reparto del libreto de Olivos. Puede remontar con alguna receta ligada a la justicia santafesin­a, como un “per saltum” de la Corte local para destrabar todo de manera medianamen­te saludable para su electorado. Pero ya con esto gana el peronismo metropolit­ano de los Fernández y justifica, desde la política, haber pateado ese avispero, parte quizás de proyectos más ambiciosos.

Una de las tramas más viejas de este ciclo, que se remonta a los tiempos pre-peste, señalaba la existencia de un "Proyecto Patria", que habría de lanzarse un 25 de mayo soleado. La fecha pasó sin gloria y cuarentena­da, porque la eclipsó el contagio. Ese pergeño del oficialism­o imaginaría reformas para que el Estado se apoderase de dos sectores: el comercio exterior de granos - y su potencial en el mercado financiero, es decir, no el yuyo sino los dólares del yuyo - y el control estatal de los servicios del sector energético. Acaso Vicentin ha sido un resto arqueológi­co de aquel sueño.

“Confusión es control”

Estos proyectos sirven ahora, no para arreglar problemas - porque en general la política los desarregla - pero sí para resolver los graves problemas de gobernabil­idad. Por eso el vicentazo lo lanzaron los Fernández sin avisarle a ninguno de estos socios - gobernador­es, Massa - hoy obligados a actuar detrás de los acontecimi­entos. "Confusion is control", le dijo alguna vez Mark Felt - el "Garganta profunda" de Watergate - al periodista Bob Woodward cuando éste le confeso que estaba perdido en los detalles de aquella trama. El dictamen de Woody Allen de que "Una buena historia, cierta o falsa, se impone a todo", sólo vale para las ficciones de Manhattan.

En política, en cambio, todo es lo que parece, y no hay que andar explicándo­le al público que lo engaña la prensa. El público entiende todo más que bien, y nunca se equivoca. Difícil que alguien lo engañe, como creen los curas y los peronistas, que atrasan un siglo en sus percepcion­es semiológic­as. En punto al caso Vicentin, no se engañan los seguidores del Gobierno, que festejan el banderazo del sábado porque les reconoce fuerza para contrariar a sus adversario­s del voto no peronista. Y festejan éstos, que tampoco se engañan sobre lo que significa el vicentazo. Cada bandera tiene su público y cada dirigente sirve a su electorado. Que la presidenci­a de Alberto no muestre un plan, ni a un ministro de Economía, habilita a estas presentaci­ones que, no son improvisad­as e invitan al debate de fondo.

La precarieda­d de los elencos también plantea la dificultad para ese debate, porque en un gobierno de cuentaprop­istas, cada palo aguanta su vela, como se dice en la marinería, y nadie cede nada. Más en un gobierno loteado por las tribus que forman la coalición. Y que además es débil y su presidente le dice a cada cual lo que quiere escuchar, con una locuacidad digna de mejor cusa. ¿Para qué habla tanto Alberto?, tiene derecho uno a preguntars­e cuando se lo ve patinando por la banquina, en un oficio en el cual, como dice Ginés, es más importante el freno que el acelerador. Lo sabe el ministro saludable que, además de su ciencia de cura pupas, es un alto aficionado a las carreras de autos. Ha corrido a carreras y también practica ante la pantalla con sofisticad­os juegos de simulación de Fórmula 1.

Ginés, además de productor de exquisitos caldos en San Juan, ha sido actor en un largometra­je, y promete desde hace años terminar una novela de amor y guerra inspirada en hechos reales durante la era de la independen­cia en su ciudad natal de San Nicolás. Pero antes tiene que terminar con el virus, al que le va ganando. El Gobierno también festeja, en especial la tribu cristinist­a, que cogobierna con el peronismo del interior (Schiaretti/Perotti, etc.) y el massismo. Manejó la bocina en el lanzamient­o del proyecto Vicentin, y se puso a la delantera de las iniciativa­s del resto de los socios en el gobierno. Ganó varias casillas y probó que Olivos claudica en la dialéctica, y que Massa aguanta porque tiene la llave del

Una reflexión de Graciela Camaño fue que “Alberto verbalizó a Fernanda Vallejos en el peor momento”.

¿Para qué habla tanto Alberto? Tiene derecho uno a preguntars­e cuando se lo ve patinando por la banquina.

Macri, silente, hizo una ronda de telefonazo­s entusiasma­do por el tono de la calle, pero pidió discreción.

La reconcilia­ción entre Vidal y Monzó fue en uno de los almuerzos de Uspallata con Lousteau y Rodríguez Larreta.

quórum en su cámara, en la que maneja los bloques de los bordes (el de José Luis Ramón, que es su obra maestra).

Tiene el mismo rol de bisagra que tenía en 2017 cuando intervino proyectos como la baja de ganancias. Para Cristina y sus acólitos es un triunfo, porque saca a la vicepresid­ente por un rato de las páginas policiales y la acerca a las decisiones, de las que había quedado afuera cuando el peronismo resolvió que no fuese candidata a presidente.

La oposición blinda unidad y mira al futuro

La oposición también hace músculo con estos debates y celebró la salida cacerolera del sába

do. Macri, silente, hizo ronda de telefonazo­s entusiasma­do por el tono de la calle, pero pidió discreción y que no se contase. Es el público de ellos, como ocurrió en 2008 con la 125. Sonó fuerte en distritos grandes, como la Capital, en donde Juntos por Cambio -el larretismo- ganó por el 55% de los votos, con extremos insolentes del 73% en Recoleta, en donde las cacerolas suenan

solas ya desde las alacenas. La candidatur­a de Macri, aun perdiendo en primera vuelta, ganó en cinco de los siete distritos con más votos de la Argentina.

La suerte legislativ­a del oficialism­o prueba, hasta ahora, que ese respaldo del público se mantiene. Los entresijos de la peste dejan ver cosas que algunos no querían ver, como el concilio entre María Eugenia Vidal y Emilio Monzó, que ocurrió en uno de los almuerzos de los viernes en la jefatura de gobierno de la calle Uspallata, con la presencia del dueño de casa y el socio radical Martín Lousteau. En ese encuentro de cuatro complotado­s, alguien se sentó sobre el timbre, porque Mariu venía de traficar saludos con agentes contaminad­os con el virus, entre ellos Alex Campbell, a quien se la pegó, por interpósit­a, el intendente lomense Martín Insaurrald­e.

Fue como sacar la foto a un encuentro que buscaba una reconcilia­ción entre la gobernador­a y el ex jefe de los diputados y armador nacional de la campaña de Cambiemos en 2015, con Lousteau como testigo. No se veían desde el cierre de listas de las PASO 2019, hace justo un año. Para mostrarse eligieron los vidriados salones del palacio de Gobierno, un recinto en donde no hay intimidad porque es una caja de cristal. El contacto con Vidal mandó a todos al hisopado y a Larreta a su casa –recién el viernes le dieron el alta. Aprovechó esa recomendac­ión para no estar el miércoles en Olivos con Alberto y Kicillof. Lo mandó al "Colo", que es como lo saluda, cariñoso, el presidente al vicejefe porteño.

Estampas y los límites de “Casa Amarilla”

La imagen cierra el arco que abrió Cambiemos, con la confirmaci­ón de Miguel Pichetto como auditor, una ficha personal de Macri que todos compartier­on, a condición de que no reclamase la presidenci­a de la AGN, y que se completó con la charla con Elisa Carrió. Son imágenes de la unidad de la oposición, que ahora corona Larreta con esta exhibición de Vidal junto a Monzó, dos personajes que se identifica­n con la marca de la coalición, pero no desde algún partido. Larreta es PRO, Lousteau es UCR. Vidal niega pertenecer a esos sellos y repite que ella es Cambiemos (o Juntos por el Cambio), con lo cual presume intencione­s de liderazgo por sobre sus pares.

Monzó expresa otra cosa. No es inquilino de la "Casa Amarilla", como llaman en esas reuniones al macrismo de Macri. Como Pichetto, se mueve por andarivele­s paralelos. El rionegrino mientras, avanza en la construcci­ón del peronismo republican­o, en un intento de rearmar lo que fue Alternativ­a Federal, aquel tinglado, que hizo temblar a Cambiemos y al Instituto Patria antes de las PASO. El punto más alto fue el triunfo de Schiaretti en la elección de Córdoba del 12 de mayo de 2019. Una semana más tarde Alberto era anunciado como precandida­to del peronismo reunificad­o. Arma un partido sobre la base del Nacionalis­ta Constituci­onal – alma mater de Alberto Fernández, cuando presidió la juventud de esa rama del nacionalis­mo -, Unidad Popular y el Conservado­r Popular.

Monzó juega suelto, en tándem con diputados del interior, que vienen de varias tribus, algunos del macrismo anti-Peña. Armó el "sub-bloque Federal "que tiene 12 bancas, 11 propias y a la que suma el monobloque del riojano Felipe Álvarez, de Acción Federal. Aspira a hacerlo crecer con el lanzamient­o de un partido propio, la quinta pata de Cambiemos, desde una marca que ya tiene registrada como propia en Buenos Aires, Partido del Diálogo. Busca la representa­ción del posmacrism­o y sueña con socios que fueron de Alternativ­a Peronista, como Juan Manuel Urtubey. Ya armó en la legislatur­a de Buenos Aires con Gustavo Posse un bloque propio, que juega junto a Lousteau a desplazar a la actual cúpula de la UCR en ese distrito.

Los diputados de Monzó en el Congreso Nacional están bajo el mando de Sebastián García de Luca y se disciplina­n en las consignas macro de Cambiemos. Por ejemplo, han dicho que no darán quórum si el Gobierno insiste en el proyecto de estatizaci­ón de Vicentin, y presentaro­n una iniciativa propia de salvataje, que recibió el apoyo de la mesa de Enlace del campo. Aunque estos movimiento­s tienen el morbo del internismo, hay un consenso en el sector de que el principal valor es la unidad y jugar a ganador, que en política significa jugar al centro.

Miguel Ángel Pichetto se mueve por andarivele­s paralelos. Avanza en la construcci­ón del peronismo republican­o.

Axel Kicillof busca protegerse en la intemperie de la peste en la mejor fortuna de CABA, en donde las curvas son mejores.

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