Una mente brillante
“Muchachos, anoche falleció Martín”, escribe Koky desde la isla y de repente toda la adolescencia se viene encima. El gordo, como le decíamos cuando íbamos a la secundaria, era en una época parte de la banda de amigos con los que íbamos a andar en bicicleta en los veranos fríos y a patear al cono de sombra en las tardes, a pesar del viento.
Compartimos recreos, juntadas, campamentos y sobre todo viajes. Con Martín, fuimos a Bariloche y ganamos un modelo de la ONU, esos simulacros donde los estudiantes juegan a ser diplomáticos. Y también conocimos Malvinas. El 1 de enero de 2000, cuando el mundo celebraba la llegada del milenio, nos subimos a un micro para cruzar a Chile y de ahí volar a las islas, donde pasamos los primeros 15 días del siglo durmiendo en una iglesia de Puerto Argentino.
Martín era uno de esos pibes sin maldad, de los que nunca ves de mal humor y se ríen con toda la cara. Y era, además, un genio. Medalla de oro, el 10 le quedaba chico. Si la vida es una película, Martín es un coprotagonista de varias escena de la mía. Y aunque perdimos contacto cuando se fue a Estados Unidos a estudiar ingeniería, Internet volvió a juntarnos con comentarios cruzados y likeo de fotos. Siempre alegre, a pesar de todo, con Karma, su esposa. Ahí también retrató su incansable lucha contra el cáncer de cerebro. Esa enfermedad traicionera se la agarró con su cabeza. Justo a él, una mente brillante. Luchó como vivió, siempre con una sonrisa. Hasta siempre, Tincho.