Vaticano: todos con barbijo, excepto el Papa Francisco
Es obligatorio, pero prefiere no usarlo en las audiencias.
Es toda una paradoja que, pese a que la convicción de que las normas de seguridad contra la pandemia se cumplen estrictamente, en el Vaticano el único que no usa el barbijo ya veces da la mano a obispos y colaboradores es el mismo Papa Francisco.
En la audiencia del 20 de junio, en la que recibió en la Sala Clementina del Palacio Apostólico a médicos, enfermeras y personal sanitario de Bergamo, la provincia mártir de la pandemia de la peste, el Papa recomendó a los obispos y al presidente de Lombardía respetar las normas de higiene y seguridad. Les dijo cómo debían tomar una foto con él sentado en el medio (no había un asistente, todos distribuidos midiendo los metros de distancia) y después que pasaría a saludarlos sin efusiones.
Antes tuvo un aparte con los obispos y otro con Attilio Fontana, el presidente regional, que vestía rigurosamente con el barbijo. Hay una foto en la que los dos dialogan muy cerca. Fontana con su mascarilla protege al pontífice, que no tiene la suya puesta y que inevitablemente le manda gotitas de saliva.
Es un misterio, pero el Papa no solo rechaza la mascarilla sino que nunca explicó por qué lo hace. Sobre todo cuando la Iglesia oficialmente impone el uso del tapabocas. Los visitantes de la basílica de San Pedro, de los jardines vaticanos, de los Museos y de los palacios internos, incluido el supermercado y los ambulatorios médicos, son parados en seco y obligados a retirarse fuera de los muros vaticanos si no llevan la mascarilla.
En los viejos tiempos, fines de febrero, comienzos de marzo, cuando comenzó a advertirse en el Vaticano la desastrosa dimensión de la epidemia que dejó casi 35 mil muertos en Italia, no sólo Jorge Bergoglio no se ponía la mascarilla. Tampoco la usaban muchos dependientes, la Guardia Suiza y los gendarmes.
Aquellos fueron momentos trágicos que culminaron cerrando el Vaticano, incluidos la Basílica de San Pedro y los Museos. Para luchar contra el virus se comenzó a utilizar, y se sigue haciéndolo, un popular desinfectante llamado “Amuchina”.
El Papa, en la clausura anual del tribunal vaticano, habló sin la mascarilla y estrechó la mano a los funcionarios. El 15 de marzo, mientras subía sin pausa la cadena de muertos y contagiados que hacían de Italia el país más castigado de Europa, Jorge Bergoglio abandonó el Vaticano y fue en auto hasta el centro, en la vía del Corso, a rezar en la iglesia de San Marcello en una tarde desierta de gente y vehículos. Ni él ni sus acompañantes y custodios lucían barbijos.
Francisco oró ante el crucifijo de madero venerado por los romanos, que quedó intacto en un incendio en 1519 y que tres años después fue llevado en procesión por los barrios de la ciudad para invocar el fin de la peste, por lo que fue considerado milagroso. El Papa argentino acudió también a la Basílica de Santa María la Mayor para rezar ante su imagen favorita de la Virgen “Salus popoli romani”, adorada por los fieles que la veneran en los tiempos de guerras, carestías y pestilencias. Jorge Bergoglio va a rezarle antes de comenzar un viaje y al regreso. Siempre.
Francisco invocó en sus dos oraciones en el centro de Roma el final de la pandemia. Pero la epidemia se ex
tendió. El Vaticano multiplicó las medidas. Pidió a los dependientes que adelantaran sus vacaciones, que los que podían trabajar en casa lo hicieran. Hacia fines de marzo Francisco cerró la redacción y los talleres del diario vaticano L’Osservatore Roma
ordenó a los dicasterios limitar al máximo la presencia de empleados. La actividad fue reducida al mínimo.
El 25 de marzo se registró el momento más dramático en torno al Papa. El oficial de la Secretaría de Estado, monseñor Gian Lucca Pezzoli, de 58 años, se sintió mal y fue atendido por los servicios médicos que, tras un hisopado nasofaríngeo, detectaron coronavirus. Monseñor se alojaba en la residencia de Santa Marta, donde el Papa reside en el segundo piso.
Pezzoli fue trasladado al hospital Gemelli, donde ya estaba otro dependiente. En total seis funcionarios vaticanos fueron víctimas del Covid.
Cuando se conoció el caso Pezzoli en las intimidades del grupo áulico del Papa, ya se habían adoptado las medidas más importantes para cuidar al pontífice. Bergoglio rechazó los consejos de evitar la concentración de gente en Santa Marta, donde en sus 120 apartamentos habitan eclesiásticos que se desempeñan en los dicasterios vaticanos. El movimiento y el bullicio de un “salotto”, como le llaman los romanos, donde se codean tantos obispos y funcionarios, habían convencido al Papa de elegirlo para evitar el aislamiento en el Palacio Apostólico, que en el comienzo de su aventura pontificia los amigos y consejeros del pontífice consideraban además un riesgo. Y con razón.
Francisco rechazó las comodidades del Palacio Apostólico y confirmó su decisión de quedarse en Santa Marta. Eso sí, dejó de circular como siempre. No fue más al comedor. Desayuno, almuerzo y cena le son llevados por sus colaboradores a la suite donde habita.
Las medidas de desinfección y sanificación fueron llevadas al máximo. Los controles no pueden ser más rígidos. En febrero, cuando los muertos en serie comenzaron a alarmar a los italianos, Bergoglio se resfrió y se le hizo el primer hisopado nasofaringeo, que dio negativo así como el segundo, tras conocerse el caso de monseñor Pezzoli.
No hay noticias de que se le hayan practicado otros “tampones”, como los llaman los italianos.
Cuando se iniciaron las fases 2 y 3 que reemplazaron la total cuarentena con la “convivencia con el virus”, la basílica de San Pedro y los Museos Vaticanos han reabierto en medio de mil precauciones de seguridad para mantener el aislamiento mínimo colectivo,
El 18 de mayo, el Papa volvió a celebrar en San Pedro ante la tumba de san Juan Pablo II, al cumplirse el centenario del nacimiento del primer Papa polaco de la historia. Apenas 30 fieles, la mayoría eclesiásticos y diplomáticos, asistieron al oficio religioso. La basílica reabrió sus puertas. La pandemia del coronavirus y el verano demorarán este período por unos cuantos meses. En las altas cumbres de la Iglesia la estabilidad se afirmará en el 2021. Mientras tanto, este inolvidable período negro obligará a mantener las riendas cortas para afrontar una posible segunda oleada del Covid-19, manteniendo vivas todas las precauciones. Incluso el barbijo, santidad. ■
El pontífice no explicó la razón de ese rechazo. E incluso, le ha estrechado la mano a funcionarios
Las medidas son estrictas. El Papa desayuna, almuerza y cena en sus habitaciones