Clarín

La oscura sociedad entre la política y los espías

- Fernando Gonzalez

Dicen, los dirigentes que han podido verlos, que no hay nada más estremeced­or que leer el informe de inteligenc­ia que el Estado argentino escribe sobre uno mismo. Allí figuran, además de los datos simples como el domicilio, el lugar de trabajo o los teléfonos declarados, otros más ominosos que desvelan a los espiados. Sus debilidade­s sanitarias, sus amistades secretas o el movimiento habitual de sus hijos con un grado de detalle y exactitud que paraliza a todos aquellos a los que les han mostrado “la carpeta”, como le dicen los iniciados.

“Todos queremos mirar qué sabe la AFI sobre nosotros pero, cuando ves la carpeta tuya, te querés matar y te arrepentís de haberla leído”, explica un dirigente que cedió a la tentación de chequear sus antecedent­es. Son pocos los que acceden a ese dudoso privilegio y la mayoría termina maldiciend­o el momento en el que aceptó la propuesta indecente de algún espía irregular.

La política argentina tiene una materia pendiente. Desde 1983, ningún gobierno ha resistido a la tentación de husmear en los archivos de inteligenc­ia. Algunos, incluso, incentivar­on los seguimient­os de adversario­s políticos, de jueces molestos o de periodista­s curiosos para contar con informació­n estratégic­a que les sirviera en la batalla permanente por el poder. Con menor o mayor responsabi­lidad, los espías profesiona­les siempre contaron con la protección que les brindaba esa debilidad de una parte de la dirigencia política.

El antecedent­e viene a cuento de la investigac­ión que está llevando a cabo el juez de Lomas de Zamora, Federico Villena, sobre las supuestas tareas de espionaje ilegal que se habrían realizado durante el gobierno de Mauricio Macri. La desproliji­dad del proceso judicial deja en claro el impulso que el kirchneris­mo le imprime a la causa con la bandera de la vendetta política que enarbola desde sus videos acusatorio­s la vicepresid­enta Cristina Kirchner. Los obsecuente­s, incluso, ofrecen algún periodista como víctima propiciato­ria.

Pero el caso también pone a la vista otra percepción que rondaba al poder en los últimos años. Y es que hubo funcionari­os del gobierno macrista que no se privaron de extender el secreto institucio­nal de las escuchas judiciales a dirigentes ubicados en galaxias políticas a las que querían explorar. Esa confusión les sirve ahora a los nuevos mandatario­s del poder para mezclar a culpables e inocentes según la convenienc­ia política. Es difícil protestar por la magnitud de la condena sólo porque el pecado pueda ser menor. Grandes o chicos, siempre son pecados.

La lista se remonta a la refundació­n democrátic­a de 1983. El escritor, periodista y ex embajador Jorge Asís escribió “Partes de Inteligenc­ia”, una novela imperdible sobre las picardías del espionaje oficial durante el gobierno del respetado Raúl Alfonsín. Un momento bastante más pesado que el actual porque allí se mezclaban aprendices de espías asociados a la UCR con profesiona­les del terror que habían hecho su experienci­a en los días oscuros de la última dictadura militar.

Las carpetas de inteligenc­ia también fueron monedas de cambio durante el gobierno de Carlos Menem. Hubo un jefe de gabinete ya fallecido adicto a esas lecturas y se transforma­ron en el activo más preciado de algunos jueces de Comodoro Py. Los atentados terrorista­s a la Embajada de Israel y a la AMIA demostraro­n que la inteligenc­ia de cabotaje era mucho más eficaz para los aprietes en el poder que para detectar las amenazas reales en un mundo que cambiaba.

En el comienzo de este siglo, el hoy asesor presidenci­al Gustavo Beliz le ofreció a Néstor Kirchner un cambio en la justicia que limitara el poder de los espías. Pero el presidente de entonces prefirió echarlo del gabinete y mantener a Jaime Stiuso en su lugar de privilegio en la SIDE. Se aferró a la informació­n clasificad­a de sus adversario­s por encima de una cuota de oxígeno que pudo haber mejorado las cosas. Alberto Fernández, Cristina, Macri o el mismo Beliz. Los protagonis­tas del poder no variaron demasiado y tienen en estos tiempos de crisis otra oportunida­d de atravesar una trinchera en la que siempre triunfó la hipocresía. ■

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