Clarín

Un café en el bar, la prueba en Mar del Plata

Prueba piloto. Arrancó, por una semana, con un protocolo. El regreso con Walter Bertinat, del céntrico “Manotas”, quien estuvo por quebrar y lo ayudaron colegas.

- CORRESPONS­ALÍA Guillermo Villarreal mardelplat­a@clarin.com

El intendente Guillermo Montenegro habilitó, por una semana, la posibilida­d de desayunar o merendar en los bares. Todos deben tener distancia social y usar barbijo. En la ciudad, también se permitió correr y hacer deporte individual al aire libre.

Fue como el primer día de clase, “la regla nueva, los lapicitos acomodados y el cuaderno impecable abierto sobre el banco”. Así, con la misma emoción que un chico de primaria, Walter Bertinat reabrió su café después de una cuarentena que lo puso al límite de sus posibilida­des.

Es que llegó a anunciarle el cierre definitivo a sus allegados, pero superó el mal momento a partir de un gesto solidario “increíble, que surgió de la amistad”. Y ahora se mueve entre las bocas de la máquina de café y las mesas, atendiendo a los primeros clientes con un entusiasmo que contagia. En sus gestos hay alivio, desahogo.

Lo mismo experiment­aron ayer, en el día 109 del aislamient­o, todas las cafeterías de Mar del Plata que pudieron reabrir. Lo hicieron siguiendo un protocolo -distancia, ambientes ventilados, higiene y sin transporte público, entre otras medidas- que les permite dar desayunos, café al paso y merienda. No pueden servir almuerzos. Funcionará­n de 7 a 18 por una semana. Son parte de una prueba piloto -que abarcó running y otros deportes invididual­es al aire librehabil­itada por la comuna.

El sector, en esta ciudad de 800 mil habitantes, es uno de los más golpeados por la pandemia, con empresario­s que ya no pueden sostener a su personal y locales que ya anunciaron que no podrán volver a la actividad.

Walter estuvo a poco de “cerrar un ciclo”, como señala. Pensó seriamente en bajar definitiva­mente la persiana de “Manotas”, en el local 19 de Luro 3050, en el centro, a una cuadra y media de la Municipali­dad. El nombre viene de un apodo que le pusieron en los años 80 sus compañeros en la escuela de hotelería por la forma en que batía los tragos.

En la última manifestac­ión de los gastronómi­cos, a mediados de junio cuando montaron un restaurant­e a cielo abierto frente a la edificio de la municipali­dad bajo el lema “abrimos o cerramos”, Walter asistió con su bandeja y vestido con el atuendo de mozo, con camisa blanca y moño y chaleco negros. Bailó, hizo malabares con la bandeja, pero ese día, consciente del difícil momento, se quebró.“Me pasaron muchas cosas por la cabeza, porque ya no lo podía levantar”, dice a Clarín. Su facturació­n, a pesar del take away y el delivery que se autorizó en mayo, había caído por debajo del 80%. Por eso, en el grupo de Whatsapp que comparte con trabajador­es gastronómi­cos avisó: “Confitería Manotas llega a su fin”. Debía alquileres desde marzo, otros impuestos y servicios. La cuenta era irremontab­le.

Entonces, repentinam­ente y sin motivo aparente, lo sacaron del grupo de WhatsApp. Comenzó a preguntar, no entendía nada y nadie le daba una respuesta clara. Fue por eso que no vio un mensaje. Alguien escribió: “Les quiero compartir esta idea: nuestro colega y amigo Walter Manotas está pasando una situación ya insostenib­le con el alquiler de su local. Tiene una deuda grande que yo pienso que juntando unos 40/50 mil pesos lo podemos ayudar a negociar y que no se cierre para siempre su café. Todos sabemos que su vida entera pasa por ahí. Se me ocurrió que los que puedan colaborar con 500 o 1.000 sería una gran bendición para su vida. Sé que todos la estamos pasando mal pero por ahí una ayudita le podemos dar. Por este motivo, lo sacamos un ratito del grupo, espero siga vivo jeje. ¡Gracias y que Dios los bendiga!”

Un par de días después lo sorprendie­ron en “Manotas”. La “vaquita” había tenido una respuesta increíble. Walter no pudo ocultar la emoción: “Estoy sin palabras, un millón de gracias”, repetía. Pudo ponerse al día y adelantó alquileres hasta octubre.

“Al principio éramos colegas, de a poco fue surgiendo la amistad y de allí llegó la ayuda”, cuenta ahora este hombre de 59 años, papá de Oscar y Sofía, que en septiembre lo convertirá en abuelo. Mientras atiende, el gastronómi­co, que trabaja desde los 14 años, se describe: “Lo llevo en la sangre”, sostiene, y sus clientes lo avalan: “Es increíble la pasión que le pone”. ■

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FOTOS: TÉLAM Ensayo. La prueba piloto permite que vendan desayuno, merienda y café al paso de 7 a 18.
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Walter. De “Manotas”, trabaja desde los 14. “Lo llevo en la sangre”, dijo.
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Controles. Recomendar­on tomar la fiebre y utilizan alcohol en gel.

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