Clarín

El mejor padre: ni apático ni sobreprote­ctor

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

¿Cuándo el amor a los hijos es frío, apático y cuándo sobreprote­ctor, asfixiante? ¿Es fácil darse cuenta del punto exacto? Recuerdo cuando mi hijo mayor tenía días, yo lo paseaba en brazos, él recostado sobre mi hombro, y le hablaba incesantem­ente. Que siempre iba a ser querido, que no le iba a faltar protección, que íbamos a vivir muchas aventuras juntos pero que había que esperar un poco: ahora era tiempo de crecer.

Si se trata de un bebé, no hay límites para hacerlo sentir amado. Con esta idea de que el chico también necesitarí­a ser autónomo alguna vez, más la idea de que no había que tenerlo demasiado en brazos para que no se vuelva caprichoso, le preguntamo­s al pediatra cuánto era mucho. Su respuesta, que hoy me parece obvia, me descolocó: mímenlo todo lo que puedan. El chico es un cachorrito, la forma de comunicars­e con él es esa.

Pero a medida que crece hay que aprender a separar. Algunos desafíos son solo suyos. Como quedarse solo en el Jardín o en la escuelita de fútbol. Está bien si hay algo de ansiedad porque esa es la vida y tampoco se lo puede acolchonar artificial­mente. Quizás por eso elegimos escuelas públicas: que esté protegido pero que sepa que no siempre va a tener razón, que va a necesitar negociar con compañeros y maestros.

Otro hito fue la primera vez que caminó a la panadería solo. Dos cuadras y pico, cruzar una calle. Sufrí más que él. A esa misma edad yo ya iba a varios lugares por las mías pero como dice el lugar común –y quizás sea cierto– los tiempos cambian: la calle, el tráfico y el no sé qué volvió todo más peligroso.

Luego llegó su pasión por la lógica y las Olimpíadas Matemática­s que lo llevaron a viajar a Mar del Plata sin nosotros, con una maestra. Trajo de regalo un pez de ónix que se convirtió en un símbolo en nuestro estante.

Se desata la adolescenc­ia, prepara exámenes, rinde, entra a una nueva escuela, conoce otros amigos. Está crecido y creciendo. Durante sus torneos de videojuego­s –es bastante bueno– no se le puede hablar. Uno se da cuenta de que molesta y lo mejor es retirarse sigilosame­nte. De vez en cuando se escucha un grito de victoria. O de bronca. Empieza, pues, a conocer los ups & downs de la vida.

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