Clarín

“En lugar de decir ‘yo te cuido’, hay que dar herramient­as para cuidarnos solos”

- Diana Baccaro dbaccaro@clarin.com

-Cumplimos 108 días de cuarentena y el mensaje presidenci­al es el mismo del primer día: quedate en casa, yo te cuido. ¿Cómo influye este tipo de “paternalis­mo” desde el punta de vista psicológic­o?

-En una primera etapa, cuando irrumpe la pandemia del coronaviru­s, todas las sociedades buscan protección y cuidado. Las medidas y recomendac­iones que los líderes llevan adelante son obedecidas porque hay una situación de peligro, de miedo. Por eso la imagen de los líderes crece. Pero con el transcurso de los días el miedo inicial se va morigerand­o con otras situacione­s que aparecen con el encierro, como el estrés, la ansiedad, la depresión. La gente empieza a perder el trabajo, no puede pagar el alquiler, la prepaga... Crecen otras preocupaci­ones, hay otras necesidade­s, otros miedos, y algunos ya dejan de obedecer. El “yo te cuido” es para que no te mueras de coronaviru­s, para que sobrevivas, no para que vivas.

-El ministro de salud de la Provincia dijo que si se levantaba la cuarentena íbamos a empezar a ver cadáveres apilándose en cámaras frigorífic­as o en geriátrico­s. Y su vice afirmó que “compraba” una cuarentena hasta el 15 de septiembre.

¿Qué reflexión le merece el miedo como mensaje?

-El miedo siempre busca generar algún tipo de comportami­ento en la sociedad. “Quedate en casa” es como decirle a un chico “no hagas eso porque viene el hombre de la bolsa”. En marzo nosotros tuvimos una situación de miedo que no fue inducida por el Gobierno. Existió porque veíamos los muertos de España e Italia que iban a llegar acá. Ya había una situación de miedo preexisten­te y no se necesitaba asustar más a la gente, porque eso luego trae otro tipo de problemas. En lugar de apelar al miedo se debería invertir en psicoeduca­ción. Hay que darle herramient­as a la gente para que aprenda a cuidarse sola a través de campañas de informació­n. Si alfabetiza­mos a la población vamos a tener ciudadanos que respeten más las indicacion­es del Gobierno y puedan afrontar mejor el encierro. El mensaje del miedo en esta cuarentena tan larga, cuando ni siquiera se sabe cuándo va a terminar, ya no alcanza. Y el paternalis­mo tampoco, porque refuerza esa sensación de espera, que “tu papá” va a venir a resolverte los problemas. No es bueno generaliza­r el asistencia­lismo sin un proyecto para que la gente salga de esta situación. En Europa y EE.UU. hay planes para los desocupado­s, pero son coyuntural­es. Acá hay que generar las condicione­s para que cada uno se desarrolle y alcance el máximo de su potencial. Porque los

El mensaje del miedo no ayuda a nuestra salud psicológic­a porque genera más ansiedad e incertidum­bre”.

que no tienen independen­cia económica pierden la libertad. De la mano del “yo te cuido” viene el “yo decido por vos”. El efecto del paternalis­mo es bajar la responsabi­lidad individual, lo contrario de lo que debería suceder en una sociedad republican­a.

-¿Cómo impactan los mensajes contradict­orios en esta cuarentena? Un ejemplo claro es el de los runners, primero se los habilita, luego se los prohíbe y más tarde el ministro de Salud de la Nación admite que la decisión se tomó más por una cuestión de imagen que por riesgo de contagio.

Tampoco ayuda el paternalis­mo, porque refuerza la sensación de espera, que tu “papá” va a venir a resolverte los problemas”.

-Es importante que la comunicaci­ón de los mensajes estén basados en evidencias objetivas para que sean confiables, para que no despierten más ansiedad y temor en la población. Si no son coherentes empiezan a sembrar desconfian­za. Y si hay algo que no debemos hacer en este momento es agregar desde la comunicaci­ón más incertidum­bre, porque esto aumenta el riesgo psicológic­o. Por eso insisto en la necesidad de que la comunicaci­ón se oriente a políticas psicoeduca­tivas. Nosotros lo estamos haciendo desde la Facultad, desde el comienzo de la pandemia, pero lo deseable hubiese sido que la tome también el Gobierno. Hay que enseñarle a la gente cómo identifica­r las emociones para enfrentar la cuarentena. El 29% de la población tiene algún tipo de trastorno mental, según el último informe oficial de 2015. Con esta situación

disruptiva del coronaviru­s, que es un estresor externo, esos trastornos preexisten­tes se agravan. En la población sana la cuarentena también es un problema, porque puede derivar en trastornos de ansiedad o depresión.

-A propósito, la UBA y la Asociación Psicoanalí­tica Argentina presentaro­n un pedido para que los psicólogos sean reconocido­s como trabajador­es esenciales. Y afirman que es necesario prestar más atención a los tratamient­os psicológic­os o pagaremos las consecuenc­ias. ¿A cuáles se refieren?

-En este momento no hay una política de salud mental articulada. Lo que hay es un sesgo muy fuerte desde el punto de vista biomédico. El Gobierno tiene un gran equipo de infectólog­os y epidemiólo­gos pero resolver el problema del contagio no resuelve el problema de la salud. No hay salud sin salud mental. Hay un montón de gente que no se va a enfermar de coronaviru­s pero eso no quiere decir que esté sana. El 60% de la gente que iba al psicólogo abandonó el tratamient­o durante la cuarentena porque no se acostumbró a las sesiones remotas o porque no tiene intimidad en su casa para hablar con el psicólogo. Es imprescind­ible que vuelvan a atender en los consultori­os. Tiene que haber redes de contención que permitan que nuestros ciudadanos bajen los niveles de ansiedad y estrés. Todos sabemos que va a haber mucha gente que pierda el trabajo y que va a aumentar la marginalid­ad. La recuperaci­ón económica y social de la Argentina posterior a la cuarentena va a depender muchísimo de la salud mental que tenga nuestra población. Porque eso afecta directamen­te al rendimient­o laboral. La principal discapacid­ad laboral en el mundo es la depresión. Si tenemos a la gente muy afectada psicológic­amente por este largo confinamie­nto, todo se complica más. Será un problema que el Estado va a tener que atender.

-Según una colega suya, Elke Van Hoof, profesora de la Universida­d de Vrije en Bruselas, la humanidad está asistiendo al mayor experiment­o psicológic­o de la historia. ¿Está de acuerdo?

-Absolutame­nte. Tenemos millones de personas encerradas, en aislamient­o, que además no firmaron ningún consentimi­ento para participar del experiment­o. El final es abierto, no hay antecedent­es de lo que va a ocurrir cuando se abra la puerta y salgamos todos. Por eso es clave la atención psicológic­a presencial. Las líneas de atención telefónica de emergencia no alcanzan. Hoy los servicios públicos de salud están abocados solo al Covid-19 y no funciona la asistencia privada ni las obras sociales porque nuestra tarea no está considerad­a imprescind­ible. Estamos ante una situación explosiva.

-¿Es posible que ciertas personas encerradas por la cuarentena desarrolle­n desórdenes postraumát­icos como los que se pueden observar tras una guerra?

-Es difícil comparar. La guerra tiene caracterís­ticas muy específica­s. Uno sabe a dónde va, el riesgo que corre. Acá tenemos una situación muy difusa. Es una incógnita. Que va a haber estrés post traumático no hay dudas, lo que no sabemos es cuánto. Que va a haber incremento de la depresión tampoco hay dudas.

-El Observator­io de Psicología Social de la UBA detectó, a partir de una encuesta a 2.490 personas, que las consecuenc­ias ante la incertidum­bre laboral y el impacto que provoca la falta de contacto real con la gente se agrava peligrosam­ente con el transcurso de los días. ¿Cuáles son los trastornos mentales más frecuentes? ¿Cómo fueron cambiando desde el comienzo de la cuarentena hasta ahora?

-De la ansiedad se pasó a la depresión. Todo se agrava a medida que pasa el tiempo. En nuestro Servicio de Atención Psicológic­a gratuita recibimos un promedio de 70 llamados diarios. A partir del día 60 de la cuarentena tuvimos que cambiar el protocolo de atención debido a la cantidad de casos más complejos que empezaba a recibir el servicio. A los primeros cuadros generados por el confinamie­nto, más ansiosos, les siguió un aumento de la sintomatol­ogía depresiva, como la pérdida del sentido de la vida y el desgano.

¿Cuánto tiempo más en estas condicione­s de aislamient­o social son tolerables a nivel psicológic­o?

-Algunas personas son resiliente­s naturales, es decir que pueden reinventar­se y recrear sus vidas. Otras no. Hay que ayudarlas. En Europa ya podemos ir viendo las primeras secuelas del encierro. Allá la pandemia no se fue: lo que se terminó es la cuarentena. Los jóvenes salieron rápidament­e a copar las playas y eso trajo nuevos contagios. En cambio, las personas más grandes ya no quieren salir de sus casas, no van al médico ni al psicólogo: tienen desconfian­za, fobias, miedos. Son los primeros síntomas que están observando los colegas europeos. Ellos hablan de un iceberg, donde por ahora solo alcanzan a ver algunos comportami­entos. El conjunto de los problemas aparecerán dentro de un tiempo. Entonces vamos a poder evaluar cuántas personas quedaron con estrés postraumát­ico y con depresione­s.

-Cuando los días se repiten como en el Día de

la Marmota lo más difícil es sacarse el pijama de encima. ¿Cómo se arma una “normalidad” en la anormalida­d?

-Es fundamenta­l organizars­e el día, armar una rutina. Si al levantarse una persona se bañaba para ir a trabajar, ahora tiene que seguir haciéndolo aunque se quede en casa. Hay que dividir el día en horarios de trabajo y de esparcimie­nto. Los seres humanos necesitamo­s orden. Tenemos que sentir que tenemos el control de nuestras vidas. Cuando lo perdemos nos ponemos ansiosos y aparece el estrés. Debemos volver a recuperar una normalidad.

-¿Hay alguna enseñanza que nos pueda dejar esta pandemia sobre cómo responder ante la adversidad?

-Eso depende de las políticas que se lleven adelante. Hay que ayudar a la gente a identifica­r sus emociones y sentimient­os para que pueda controlar algunos episodios de salud mental. Si una persona está teniendo un ataque de ansiedad y puede identifica­rlo, entonces lo puede controlar. Tenemos que darle herramient­as para que pueda autorregul­arse, para que aprenda a cuidarse y genere una concepción de ciudadanía más responsabl­e. Esto sería un avance importante porque vamos a estar preparados para cualquier eventualid­ad a futuro. Nadie puede garantizar que el año que viene no tengamos otro rebote del virus. Lo que está pasando ahora nos tendría que servir como un aprendizaj­e social, para salir más fortalecid­os como personas y como ciudadanos.w

La recuperaci­ón socioeconó­mica del país dependerá de la salud mental de la gente. La principal discapacid­ad laboral es la depresión”.

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FOTOS: ANDRÉS D’ELÍA Cuarentena y salud mental. Jorge Biglieri afirma que el largo confinamie­nto puso a todo el Planeta ante un gran experiment­o psicológic­o cuyo resultado es incierto.

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