Clarín

El refugio de Erik: dibujar la cuarentena

- Gretel Gaffoglio

“Quiero salir, estoy aburrido, extraño el colegio, extraño a mis amigos, extraño ‘la casita’ donde juego, ¡ya no sé qué más hacer de mi vida!”. Quien habla es Erik. Tiene 9 años, vive en Ciudad Evita, y encontró una única manera para vencer el hastío de esta interminab­le cuarentena: el dibujo.

Sin computador­a, sin Netflix, sin Zoom, sin la Play para jugar y con pocos recursos, tan solo con la plasticida­d de sus manos, lápices de colores y hojas, descubrió con su cerebro analógico lo que más le apasiona: “Dibujar porque mi mente vuela aunque yo esté encerrado”.

Erik es asmático. Por eso, sus papás no lo dejan salir mucho. Sus hermanos mayores tampoco viven con él. Hace las tareas de la escuela que le llegan a través del celular de sus padres, pero el tiempo libre que tiene, es mucho. Y en ese aburrimien­to de los días que se hacen eternos, se alió con los lápices.

Sus primeros dibujos lo llevaron a un mundo de fantasía. Erik improvisó pikachus, pokémons, dinosaurio­s y unicornios para su primita. Hasta que un día, mirando por la ventana, Erik cambió el foco de su inspiració­n. Empezó a mostrar en sus dibujos lo que pasa en su barrio.

El nene vive con sus padres y varios familiares en la casa de su abuela en el barrio Villegas de Ciudad Evita. Esa vivienda humilde está a escasos diez metros de uno de los 35 puntos de reparto de comida que brinda el Ejército en La Matanza, como parte del plan del Gobierno para que las Fuerzas Armadas den asistencia en el marco de la pandemia de coronaviru­s .

Día tras día, Erik ve pasar desde su ventana largas colas de gente sosteniend­o tuppers, ollas y contenedor­es en búsqueda de su única comida diaria. A veces en esos tuppers hay guiso de fideos, otras guiso de lentejas, a veces guiso de arroz o polenta. Erik observa cómo su mamá y sus vecinos avanzan en una fila guardando distancia social. Ve a los soldados con sus trajes camuflados introducir el cucharón en “la morocha” -como llaman a la cocina de campaña- y llenar los recipiente­s. Ve a una sargento embolsar el pan fresquito para un abuelo que luego se aleja con su guiso y su bastón de tres patas sobre la calle de tierra.

“Desde la ventana Erik ve todo lo que pasa y enseguida se pone a dibujar”, dice Teresa, su mamá (48). Y cuenta que Erik es un chico solidario, de buen corazón. Que siempre agradece a quienes ayudan.

Mariano (42), el papá de Erik, se quedó sin trabajo el mismo día que empezó la cuarentena. Antes, trabajó cinco años para una fábrica de zapatos. En su casa pegaba y cosía a máquina calzado femenino. Un trabajo hecho a mano, pieza por pieza, que le demandaba desde las 6 de la mañana hasta las 9 de la noche. Pero al ser un empleo en negro, en estos más de cien días de cuarentena no le pagaron nada.

“La comida que le dan los soldados a mi esposa nos alcanza para el mediodía”, relata Mariano. El colabora en el depósito de donaciones en la iglesia que lleva adelante el padre Nicolás “Tano” Angelotti, y con lo que le dan en retribució­n a su ayuda, pueden cocinar a la noche. “Muchas veces las donaciones no alcanzan, entonces retiramos dos veces comida que nos da el Ejército”, detalla Mariano.

Tiene 9 años y pasa sus horas pintando lo que ve desde su ventana. Dibuja a los soldados que reparten comida en su barrio desde hace más de tres meses.

Por eso, toda la ayuda que recibe su familia, Erik la agradece con dibujos. Su mamá cuenta que sólo lo deja salir cuando se pone insistente en que quiere ir a entregar sus creaciones.

El primer dibujo se los llevó a los soldados en abril, en Pascua. Dibujó, justamente, unos huevitos de chocolate. La mamá cuenta que lo hizo pensando en que las familias de los soldados estaban lejos y en que ellos extrañaría­n. Le pidió salir y entregárse­los. “Muchas gracias por lo que están haciendo”, les escribió.

Luego siguió otro dibujo para el día de la Escarapela. Justo ese día fueron los Patricios hasta Puerta de Hierro, para repartir escarapela­s mientras se entregaba la comida. “La gente se las ponía del lado del corazón”, cuenta Erik. A partir de eso, cuando dibujó la Bandera argentina, se le ocurrió que quedaría mejor si le agregaba papel crepé. Surgió un vistoso collage, que les regaló para el día del Ejército.

Pero durante la cuarentena, Erik también alzó su vista del papel para mirar el cielo. Ahí descubrió su otra pasión: los helicópter­os. “Porque con el dibujo vuela mi mente, ¡pero con los ‘helos’ vuelo yo!”, asegura.

Por esas coincidenc­ias que solo puede unir un dibujo con el destino, justo por arriba de la casa de Erik pasa un helicorred­or, que es como una autopista del aire. Los pilotos sobrevuela­n esa zona habitualme­nte para reconocer posibles puntos de aterrizaje por cualquier emergencia por la pandemia.

Los soldados se llevaban los dibujos que hacía Erik al Museo de Campo de Mayo. “Yo me imagino que él al vernos pasar lo que hizo, aburrido en su cuarentena, fue dibujar el helicópter­o arriesga el capitán Matías Nieto, piloto del Ejército. Al ver los dibujos nos sentimos identifica­dos. Nos tocó el corazón. Nosotros dibujábamo­s aviones y helicópter­os de chicos… Nos conmovió porque nos llevó a nuestra infancia”.

Los pilotos tuvieron una idea: darle una sorpresa a Erik y llevarle un regalo. Las tres unidades aportaron algo: un helicópter­o Bell UH-1H en miniatura, un escudo y una gorrita de aviador. Guardaron todo en una caja y tres oficiales fueron a dárselo: el teniente Patricio Gonzalez Nucci, del Escuadrón de Exploració­n y Ataque 602; el mayor Federico Nevares, del Batallón de Helicópter­os de Asalto 601; y el capitán Nieto, de la Escuela de Aviación del Ejército.

Erik quedó emocionado e impactado, recuerda Nieto. Ahora ya no se queja de la cuarentena. No para de dibujar. Y no sólo encontró inspiració­n para los momentos en que está aburrido, sino que, quizás, haya hallado también su vocación: “Quiero pilotear helicópter­os y tirarme en paracaídas”.w

 ?? MAXI FAILLA ?? Sin Play ni Zoom. En su casa humilde de Ciudad Evita, Erik se luce con los lápices de colores y su imaginació­n.
MAXI FAILLA Sin Play ni Zoom. En su casa humilde de Ciudad Evita, Erik se luce con los lápices de colores y su imaginació­n.
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En Pascua. Erik les dibujó a los soldados huevitos de chocolate.
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Pasión. Retrata los helicópter­os que pasan por su casa.

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