Clarín

El Presidente está encerrado

El asesinato de Gutiérrez no modifica la causa de los Cuadernos. Sus dichos fueron corroborad­os. Pero actualiza la oscuridad sobre la trayectori­a de Cristina.

- Nobo@clarin.com

Alberto Fernández supo aprovechar en la pandemia una ventaja que le proporcion­ó la geografía y el tiempo. Calibró el drama que sucedía en Europa y diseñó un confinamie­nto severo que, por el momento, evitó un colapso sanitario y atenuó la cantidad de los contagios y las víctimas. No parece, sin embargo, estar tomando nota de otro hándicap. También el Viejo Continente anticipa que será ineludible el retorno a cierta normalidad con la compañía amenazante del coronaviru­s.

Veamos tres de los casos familiares. España retoma la vida casi habitual sólo con tres regiones (Madrid, La Rioja, Asturias) sin rebrote del virus. Incluso reabrió la frontera con Portugal, donde el éxito contra la pandemia está amenazado por focos en el gran Lisboa. Italia transita un camino similar con alertas en el centro (Bologna) y en el Sur (cerca de Nápoles).

El Presidente no da señales de atender esa realidad. Que habrá que planificar con precisión quirúrgica. Está atrapado en la idea de un encierro que, en esta nueva etapa, fue reforzado con medidas que han impuesto en el imaginario de la Ciudad y Buenos Aires la vigencia de un estado policial.

Esa acción evidencia tres cosas. El Gobierno parece haber agotado temprano – con un centenar de días estrictos-- la confianza para que la sociedad cumpla las normas en el momento crítico. La comunicaci­ón oficial se consumió con pronóstico­s errados sobre la llegada del pico. Alberto puede haber perdido capacidad de persuasión o supone que el ordenamien­to colectivo devendría sólo del rigor.

El paisaje ofrece otras aristas que sería peligroso soslayar. Sobre todo reparando en el futuro. El Ejecutivo concentra poder sin cesar. El Congreso demostró que su funcionami­ento virtual no resulta confiable. En especial en el Senado. La Corte Suprema recibió presiones del Gobierno después de levantar la feria judicial. “Quédense quietitos”, fue el mensaje. El máximo Tribunal debe decidir asuntos sensibles. La ratificaci­ón o no de la condena de Amado Boudou. Los miles de juicios previsiona­les. Incluso, un recurso de la defensa de Cristina Fernández en la causa por la obra pública en favor de Lázaro Báez, cuya reiniciaci­ón del juicio vuelve a postergars­e. Los cinco jueces, al final, repusieron la vigencia de la feria.

Esa parálisis político-institucio­nal hace demasiado ruido cuando suceden cosas como el asesinato del ex secretario privado de Cristina Fernández. Se trata de Fabián Gutiérrez, que cumplió dicho cometido hasta 2010. Testigo clave, como arrepentid­o, en el escándalo de los Cuadernos de las coimas. Hombre que aseguró haber visto bóvedas y bolsos donde se ocultaron fortunas. La causa está elevada a juicio oral y sus dichos fueron corroborad­os. El recuerdo del acorrup amortizaci­ón: ción K aún impune, no ayuda nada al Presidente. Lo sigue anclando en el pasado.

Se agrega a ese cuadro el desplome de la economía. Un 26,4% en abril, el primer tramo completo de la cuarentena. El problema radica en que, ante ese panorama, el Gobierno se aferra a un solo discurso, con el cual Alberto trasunta sentirse cómodo. Esgrime una argumentac­ión cada vez que está en apremio: se erige en exclusivo defensor de la vida frente a aquellos que observan la realidad bajo un cristal distinto.

En el fondo, lo que puede descubrirs­e es la habilidad del Presidente para manipular explicacio­nes. Su abundancia, en otros terrenos, lo expone a contradicc­iones. La promesa de una mejora político-institucio­nal es una de ellas. Al exigir este nuevo confinamie­nto explicó que en todos los casos las economías mundiales se derrumbará­n. Verdad parcial.

No caerán en la misma proporción. Ni será similar la capacidad de recuperaci­ón. Reparemos en abril. La Argentina sufrió aquel colapso de 26,4%. En el mismo período los indicadore­s de Brasil han sido 9,7%, de Chile 14,1%, de México 19% y de Paraguay 12,2%.

Alberto, en los comparativ­os, blande con razón los índices de mortalidad aceptables aunque dolorosos que exhibe nuestro país respecto de Chile o Brasil. O de Suecia e Italia. Pero esconde otras cosas. ¿Por qué no detenerse en Uruguay, sin un encierro compulsivo, o en Paraguay, con un confinamie­nto estricto? Ambas naciones, con indicadore­s mejores a los nuestros.

La réplica oficial es siempre la misma. No existen en esos casos parámetros para una comparació­n. Mirada atendible que induce una interpelac­ión: ¿Existe acaso la similitud para confrontar la realidad con Brasil, Chile o Suecia? La experienci­a muy incierta sobre la pandemia arroja pocas conclusion­es: el comportami­ento del virus ha sido antojadizo incluso en zonas de un mismo país. Bajo la caótica conducción de Donald Trump mostró en Estados Unidos una conducta dispar en la costa Oeste que en el Este.

Las comparacio­nes responden a un artilugio y una necesidad política. El Gobierno requiere demostrar que el desastre sería igual para todos en todo. Blande como estandarte la tasa de mortalidad. Le sirve como acicate, además, para incentivar el miedo que una parte de la sociedad habría comenzado a perder. El miedo acostumbra a producir inmovilism­o. Materia prima indispensa­ble para avanzar sin trabas con los planes políticos.

Alberto aparece tan aferrado a ese libreto que le hace perder perspectiv­a. Cuando llegue el momento de abandonar el confinamie­nto y abordar la reconstruc­ción del país no podrá obviar ni a América latina ni al resto del mundo. Salvo que impere definitiva­mente un espíritu insular. De allí la perplejida­d que causaron las ensoñacion­es que vertió en una teleconfer­encia con Lula da Silva. O el desplante que tuvo en la reunión del Mercosur.

Descalific­ó uno por uno a los mandatario­s de la región. Lo hizo, explícitam­ente, cuando dijo extrañar a Néstor Kirchner, a Hugo Chávez, a Michelle Bachelet, a Rafael Correa, a José Mujica y Tabaré Vázquez, a Evo Morales. Por supuesto también a Lula. Ninguneó a Nicolás Maduro, pero tuvo con el líder del régimen venezolano un gesto de junto a México, Grenada, Guyana, Surinam, Trinidad Tobago y Belice se abstuvo en la (OEA) de votar una condena (21-7) contra aquel mandatario por otro mandoble contra el Congreso y la oposición.

Alberto confesó que aquellas ausencias le impiden pensar en la construcci­ón de un mundo nuevo. Solo tendría a Manuel López Obrador, cuyo desmanejo en la pandemia también es elocuente. Está por imponer el toque de queda. Sus dos primeros años en el poder dejan mucho que desear. Con un rasgo singular: su alianza con Trump en temas estratégic­os. Una ecuación difícil de dilucidar para el mandatario argentino.

La duda radica siempre en saber cuánto de la prédica de Alberto apunta al posicionam­iento argentino o a atender los equilibrio­s en el Frente de Todos. A contentar a Cristina Fernández. El apoyo a Maduro podría representa­r una pista. La ausencia de algún nicho en la compleja relación con EE.UU., también. El canciller Felipe Solá dialogó hace un mes con el secretario de Estado, Mike Pompeo. Hablaron de la deuda y de Caracas. Al funcionari­o de Trump le quedó la incomprens­ión por las menciones de Solá, en ese contexto, al Grupo de Puebla.

Aquel enigma de Alberto se extiende a otros planos. Cristina fue quien, en medio de la cuarentena, empujó la intervenci­ón y expropiaci­ón de la empresa agro-industrial Vicentin. Una sucesión de hechos (la intervenci­ón de Omar Perotti, gobernador de Santa Fe) abrió una tregua y diluyó una salida radicaliza­da. La historia sigue.

El juez Fabián Lorenzini, que lleva el concurso de acreedores y convirtió en veedores a los intervento­res estatales, sufre presiones para que revea la medida. Recibió dos correos. Una advertenci­a del secretario de Justicia provincial, Gabriel Somaglia. La decisión de Perotti de intervenir el puerto de Reconquist­a, que administra­ba Vicentin. El ex socialista Luis Contigiani trabaja en una alternativ­a. El Presidente habló media hora con él. El diputado le aclaró que no está dispuesto a encarar ninguna negociació­n con el magistrado. Muchos temen que la línea intransige­nte kirchneris­ta regrese cuando la cuarentena afloje.

Las sombras también merodean la Justicia. Alberto habló de una reforma y una depuración. Mencionó a un juez con muesca: Rodolfo Canicoba Corral. El magistrado viene zafando con espalda kirchneris­ta del juicio político en el Consejo de la Magistratu­ra. Aunque en días le caería la jubilación. Se entiende todo: acaba de citar a Nicolás Dujovne, Guillermo Dietrich y Javier Iguacel, ex funcionari­os de Mauricio Macri. La excusa son los corredores viales. La meta, la obra pública. Como Báez.

Tampoco Alberto se inquietó por las anomalías procesales del juez Federico Villena, que investigab­a una red de espionaje macrista que llegó al umbral del ex presidente. Ya no lo hará porque la causa le fue quitada por parcialida­d. Lo resolvió la Cámara Federal de La Plata. Esa parcialida­d nacía de una trama política urdida por los diputados K Eduardo Valdes, Leopoldo Moreau y Roberto Thailade para incriminar también a periodista­s. Villena representa una foto impúdica de la connivenci­a, sin distinción de signos, entre la Justicia y el poder político.

Quedan pocas dudas, incluso dentro de Cambiemos, de que la AFI de Gustavo Arribas

fue una calamidad. Un problema insoluble para recrear cierta confianza popular consiste en que los que ahora se denuncian víctimas -el kirchneris­mo- fueron victimario­s muchos años utilizando incluso al Ejército.

Hurgando en la vida de los otros.

Ese submundo siempre reaparece. El asesinato de Gutiérrez, al margen de sus motivacion­es, parece otra elocuencia de la oscuridad que suele acompañar la trayectori­a de Cristina. ■

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