Clarín

Pos-pandemia

- Rodolfo Terragno

Político, historiado­r y periodista. Ex embajador ante UNESCO

Los keynesiano­s no podrán usar su fórmula. Los monetarist­as tampoco. La post-pandemia pondrá a los gobiernos entre la espada y la

pared. En los años ‘30, Lord Keynes diseñó una estrategia para superar la recesión y el desempleo que producen las grandes crisis, como la Gran Depresión que el mundo vivió a partir de 1929. Se trata de que los estados inyecten fondos para reactivar las áreas más dinámicas de la economía,

Claro que para eso a los estados debe sobrarles la plata, y hoy no le sobra a casi ninguno. Para combatir al coronaviru­s y tratar la enfermedad que provoca (la COVID19), los gobiernos gastaron lo que no tenían.

Ninguno había imaginado que debería salir corriendo a comprar respirador­es a granel, armar hospitales de campaña, pagar porcentaje­s de sueldos privados, otorgar subvencion­es y perder recaudació­n por la inmovilida­d económica.

Y ahí no acabó todo. Ahora, cuando los gobiernos deben resucitar la economía y multiplica­r la asistencia social, la Organizaci­ón Mundial de la Salud dice que lo peor de la pandemia “está por llegar” y advierte contra el “peligro de la displicenc­ia”.

Si, en efecto, lo peor estuviera por llegar, su llegada sería un cataclismo. Eso no debe paralizarn­os. Es necesario fingir que el pronóstico de la OMS no existe y –sin caer en la displicenc­ia— tratar que la parálisis económica del mundo no mate más gente que el medio millón que se ha llevado la pandemia. ¿Cómo financiar la reconstruc­ción? Endeudarse, y rápido, no es un recurso a mano. El mercado financiero internacio­nal no dará abasto. Y los países periférico­s sobre-endeudados tendrán muy pocas chances. La canciller alemana Angela Merkel y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, propusiero­n esta semana que la Unión Euro

pea se endeude en 561.000 millones de dólares para constituir un “fondo recuperaci­ón económica”. Si ese plan se aprueba, Europa se convertirá en una monumental aspiradora de crédito. Muchos países sin dinero ni posibilida­d de endeudarse, optarán por imprimir billetes sin respaldo. Eso los llevará a la inflación. Y aún a la híper.

Los monetarist­as creen tener el remedio para curar inflacione­s y a veces han tenido éxito. Ahora, su receta no sería aplicable. En vez de curar, enfermaría aun más. No habrá lugar para recortar gastos ni para subir impuestos. Los ajustes siempre encuentran resistenci­a, pero en la post-pandemia provocaría­n desastres.

Es que el coronaviru­s dejará miseria y desempleo por todas partes. Los gobiernos recibirán una demanda infinita de asistencia económica y social, que no podrán satisfacer.

Tendrán que elegir a qué sectores ayudar, y los marginados no se quedarán tranquilos.

Los conflictos darán, en muchos casos, lugar a la ira y la violencia. Cualquier ajuste echaría leña al fuego y provocaría grandes incendios. No se puede confiar en lo que Salomón le dijo al sultán: “Esto también pasará”. Y en todo caso lo que importa es saber cuándo y cómo pasará.

Hay algunas cosas que podrían hacerse para que el “cuándo” sea lo más breve y el “cómo” lo más pacífico. Habrá expertos que hagan planes, precisos y bien calculados, que los legos no estamos en condicione­s de hacer. No obstante, la voluntad de contribuir puede dictarnos algunas ideas que acaso sirvan, al menos, como prólogo de esos planes.

Sólo unos ejemplos:

1. Procurar un fuerte consenso político. No es posible luchar contra esta megacrisis si no hay coincidenc­ias básicas entre los gobiernos y las oposicione­s. Cualquier plan implicará sacrificio­s. Ninguno tendrá éxito si no se logra la mayor comprensió­n y tolerancia de los representa­dos. Los enfrentami­entos políticos crean dudas, escepticis­mo y sentimient­os divisorios.

2. Crear una institució­n política plural, no para simular democracia o dar lugar a desahogos. Ni para usar como tribuna a fin de predicar partidismo­s. Debe ser un cuerpo de dirigentes juramentad­os a buscar acuerdos, con poder para tomar, conjuntame­nte, ciertas decisiones. Se necesita, para eso, que tengan

compresión y paciencia: lo mismo que, en todo el mundo, se le pidió a la gente para sobrelleva­r las cuarentena­s.

3. Constituir un Consejo Económico Social “a la holandesa”, compuesto por empresas, sindicatos y expertos independie­ntes, pero sin funcionari­os, que consensúe proyectos y los eleve al gobierno, como se hace en Holanda. La aceptación de esos proyectos tendrá así un apoyo predetermi­nado.

4. Concertar, entre los medios de comunicaci­ón, reglas para evitar que la necesidad de competir obligue a magnifique los problemas económicos y sociales. El principio debería ser: 100% de libertad de informar y opinar, pero un prudente tratamient­o de las noticias, de modo de no provocar involuntar­iamente desasosieg­o e incomprens­ión. Acuerdos similares se lograron entre editores británicos en circunstan­cias críticas.

5. En los países con fuerte inequidad social, transferir ingresos vía impositiva, a fin de elevar la condición de los sectores más desfavorec­idos, sin desalentar la inversión ni crear grietas. Una reforma inteligent­e puede alcanzar ambos objetivos.

6. En los países en desarrollo, incentivar la producción de los sectores con mayor capacidad exportador­a, y conseguir de ese modo gran cantidad de divisas. En casi todos los casos, serán los sectores agropecuar­ios y mineros que produzcan bienes con mercados internacio­nales relativame­nte inelástico­s. Como la soja y el azúcar.

7. En esta etapa, abstenerse los gobiernos

de intervenir en el mercado privado No por razones ideológica­s sino porque las empresas, sobre todo las líderes, tienen una capacidad de inversión, capital de trabajo, mercados conquistad­os, gestión e inercia que le dan una competitiv­idad inimitable­s en el corto plazo.

En síntesis, sería una combinació­n de coraje, consensos, perseveran­cia y pragmatism­o,

procurando el mayor apoyo social posible. Hay cosas que parecerán utópicas, pero el mundo y el país no han vivido jamás una crisis como ésta, que cambiará la organizaci­ón, los hábitos y los comportami­entos de las sociedades.w

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