Clarín

Con un gabinete semiparali­zado, crece el debate

- Ricardo Kirschbaum

Vicentin sigue siendo un parteaguas en el Gobierno. Aquel anuncio de intervenci­ón y expropiaci­ón, que hasta ahora no es ni una cosa ni la otra, mostró al desnudo la relación de fuerzas y las contradicc­iones internas en el poder. Las reacciones que provocó aquella decisión señalaron, también, los límites que un sector importante de la sociedad estaba dispuesto a marcar para frenar el avance del ala más estatista del oficialism­o. Más importante se corporizó la presunción inicial: las decisiones centrales se toman fuera de la Casa Rosada y se transmiten adentro. En los hechos, se impone la agenda de Cristina. Este es uno de los rasgos centrales, pero no el único, que se comienzan a discutir en los reservados debates que crecen en el oficialism­o.

Aliados a Fernández argumentan que la mejor manera de impedir que se consolide la idea de que Alberto ejerce un poder vicario es hacer valer los atributos que le permitiero­n al peronismo volver al poder, atrayendo a los sectores que el kirchneris­mo había ahuyentado, uniendo lo que estaba roto y marcando un rumbo moderado. Esa contribuci­ón, decisiva para el triunfo electoral, también mejoró la situación judicial de la actual vicepresid­enta. Quienes creen en esta interpreta­ción, son mucho más contundent­es y directos: sin Alberto, dicen, Cristina podría estar presa.

La intervenci­ón hasta ahora fallida de esa enorme empresa privada avivó esas diferencia­s en un gobierno que está en medio de la pandemia, frente a una catástrofe económica y que no da señales de reacción. En este tiempo incierto, además, reaparecen amanuenses agitando las cloacas de la política. No quieren justicia sino venganza. Si existiera acaso la más mínima chance de que un periodista vaya preso por su trabajo, un gesto del Presidente terminaría con esa acechanza.

Ese cuadro destaca la parálisis de una buena parte del Gabinete. “Están en cuarentena¨, dice irónicamen­te uno de los dirigentes de la coalición, anticipand­o quizá que habrá cambios apenas se salga del encierro.

Para devolver la centralida­d perdida a Fernández y volver al equilibrio después de Vicentin, es que hay intentos de tratar de suturar la desconfian­za con sectores empresario­s, golpeados por la crisis y bajo sospecha del ala más radicaliza­da, en reuniones reservadas.

La ausencia de un plan concreto -y la todavía incierta negociació­n con los bonistas- es un déficit que se subraya en esas conversaci­ones.

Fernández parece hablarle a una foto vieja cuando le confesó a Lula da Silva sus saudades por ese tiempo que ya fue. Algunos de los que Alberto dijo extrañar -Evo, Bachelet, Lugo, Correa, Chávez, Tabaré Vázquez y Mujicasegu­ro no lo extrañan a él. A Tabaré le bloquearon los puentes y recurrió a Bush por temor a una invasión argentina. A los chilenos, los dejaron sin gas.

En su empeño por graduarse rápido de progresist­a, debería rescatar la política de Lula con los empresario­s que le dio a Brasil un gran impulso, antes de que aquel gobierno comenzara a hundirse en la ciénaga de la corrupción. ■

Sin Alberto, que cosió la grieta del PJ con el kirchneris­mo, no ganaban la elección y Cristina estaría en una posición difícil.

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