El “yogiriji de la cuarentena”, un gurú al que miles siguen para poder ganarle al encierro
Es francés, pero vive en San Isidro y enseña por las redes a meditar.
El día que David Vachon decidió abandonar su antigua normalidad llamó a su maestro y le pidió indicaciones. Recibió la orden de viajar desde San Francisco hasta un centro de meditación en Texas. Tomó el primer vuelo y se instaló en el lugar señalado a esperar que su guía apareciera para indicarle el camino. Pero el gurú llegó tres años después. “Estuve solo todo ese tiempo -dice-, esperándolo, aprendiendo a meditar; cada tanto, una mujer me daba dinero para comprar comida y eso era todo. En ese período terminé de conocerme y encontré una felicidad que supera todo, y que dura hasta hoy.”
Fue el comienzo de la vida monástica de este hombre nacido en Francia en 1959 y con aspecto para nada místico. El poco pelo chato y blanco y los anteojos de marco plateado delatan 60 años sin degradación. Se percibe, aun a través de Zoom, que el largo viaje de Vachon hasta su morada actual en San Isidro no impactó en su estado físico: se lo ve íntegro y jovial.
Su nombre en sánscrito es Yogi Sarveshwarananda Giri, que significa “alegría divina en todo”. Y trae una misión implícita: difundir herramientas de meditación para ayudar a las personas a vivir una vida más feliz. “Viajar al silencio”, dirían los que meditan. Esa tarea la hace desde hace 20 años en cursos de a lo sumo una hora que ahora publica gratuitamente por Instagram y su canal de YouTube.
Miles de argentinos lo siguen y adoptan sus consejos para huir de la melancolía, del agotamiento, del dolor corporal, de la congestión mental y ahora de la cuarentena. ¿Estamos ante un maestro yogui de la cuarentena? Y más aún: ¿la meditación es finalmente un antídoto contra la abulia, la desesperanza y la penuria del encierro sin vacuna? “Es mucho más”, afirma el yogiriji.
Él integra esa corriente de místicos que militan la causa de la introspección. La organización a la que pertenece se llama El Arte de la Paz y sabe llegar virtualmente a masas de devotos que lo veneran por un sencilla razón: el impacto inmediato de su prédica sobre el bienestar orgánico.
Se viven tiempos dramáticos, pero el yogiriji ve, ante todo, una oportunidad. “Estamos ante la chance de reinventarnos, nada va a funcionar como en el pasado. Es el momento de aprovechar para hacer cosas más creativas, más saludables por nosotros y por el planeta”, explica.
No propone nada complicado. Muchos tienen (tenemos) cierto prejuicio sobre prácticas como las del yogiriji de San Isidro. El escepticismo y el recuerdo del Manosanta de Alberto Olmedo ponen a personajes como este en un punto de partida difícil. Está acostumbrado. No teme tener que explicarse. “No le encontraba un sentido profundo en la vida. Yo era descreído. La meditación empezó a cambiar mis sentimientos, mis creencias, me transformó tanto de manera tan profunda que sentí la necesidad de compartirlo”, repasa.
Está separado de su esposa argentina, profesora de yoga. Pero comparten proyectos y la crianza de una nena de 8 años. Él, además de enseñar a meditar, es consultante en medicina holística (ayurveda) y da clases gratuitas de cocina saludable por YouTube.
Va a contar su historia. Adelante yogiriji: “Tenía 30 años. Ahora tengo 61. Tuve una gran crisis , me divorcié, en California, y estuve buscando un sentido a mi vida”. Trabajaba como camarero, limpiaba casas, ayudaba en obras, nada fijo. Tuvo otro golpe emocional en 1988. Otra depresión. Otra vez el vacío. Y una amiga, en el camino, que le dice la frase mágica: “Deberías aprender a meditar”. “‘Eso es una tontería’, decía yo, que era anarquista. Pero la respeté. Fui a una clase y me empecé a sentir mucho mejor”, recuerda.
Luego aprendió yoga. Y a respirar. Cada vez más adentro. Cada vez más feliz. Se fue la depresión. Después viene la etapa del viaje místico. Se va a la India. Busca a su maestro. Le ve la cara a su maestro. Le pide permiso para vivir con él. “Andate a Texas”, recibe como respuesta. Tres años solo. Tres años de retiro, como un Jesús en el desierto. El maestro no aparece, pero cada tanto lo llama por teléfono y lo conduce. Le enseña a leer la Biblia y el Corán. Tres años más tarde, lo manda a Florida, Miami. Allí atraviesa las aguas, no del océano, sino del rito iniciático. Se convierte en el yogiriji. Se consagra a la vida monástica.
Es la vida de un hombre finalmente. Un hombre colmado de experiencia.
Apenas empieces a meditar, verás que algo va bien y tendrás ganas de continuar. La salud física mejora y uno se siente menos inflamado, más equilibrado, menos furibundo y más contento”.
Un hombre que fue joven y pateó las calles. Que cayó y se levantó. Que se enamora una vez más. Y esta vez de una argentina. Al cabo de 16 años de rutina monacal, pide permiso para retirarse y formar una familia. Argentina en el horizonte. “Entonces el plan fue seguir con esto, pero en familia. Ahora, nos separamos, pero somos mejores amigos y estamos juntos y felices en todo esto que hacemos”, dice.
-¿Cómo nos puede ayudar la meditación a soportar el encierro?
-Apenas lo intentes, muy rápidamente vas a sentir el efecto que recibes, verás que algo mejora y te van a dar ganas de seguir. Va a mejorar tu salud física, algunos van a bajar de peso, se van a sentir menos inflamados, más equilibrados, menos furibundos, más pacíficos, más contentos. Si practicás una religión, tu vida religiosa será aún mejor.
-¿Pero qué es meditar?
-Meditar es poner la mente en blanco. La meditación es un estado que te viene cuando aprendes a respirar y a usar tu cuerpo de una manera determinada, con la columna alineada y llevando a la mente a sentir una vibración sutil. Tapamos los oídos, cerramos los ojos y podemos ver una luminosidad. Centrarse en eso, cuando se aprende, calma la mente. Y cuando uno aprende a calmar la mente, está meditando. Cuando menos pensamientos quedan, la meditación te ha agarrado.
-¿Cuánto tiempo lleva aprender eso?
-En mis videos se puede aprender en siete minutos. Pero la idea es que poco a poco avances hacia ese estado. No tiene sentido cerrar los ojos un buen rato sin dejar de pensar. Debe haber una entrega interior y eso se da aprendiendo a respirar, entre otras cosas.
La alimentación es un gran tema para el yogiriji. Hallar el equilibrio es la clave, dice. “Hay que hacer un cambio gradual, siempre buscando sustitutos que nos den mucho placer. Texturas, sabores, olores. Evito los carbohidratos, el azúcar, todo aquello que orgánicamente me puede alterar e inflamar.”.
-He tomado nota, ahora quisiera pedirle consejos de cuarentena...
-Mira, creé una playlist en YouTube donde explicó cómo transformar tu casa en un Ashram (lugar de meditación). Y te invito a usar este tiempo para cultivar tu vida interior y cambiar tus hábitos. Más de 40 videos de una hora, con prácticas de yoga, consejos, recetas de cocina... Ahí está todo. Así es como ayudamos a las personas a soltar el pasado.
-Pero sufrimos, tanto encierro nos tiene ansiosos e hiperquinéticos...
-La razón por la que la gente sufre es que se apegan a la idea de que tuvieron una buena vida antes y no pueden esperar a regresar a esa vida. Esa vida nunca más la vamos a tener. Muchas cosas van a cambiar. Es clave aprender a vivir en el presente y aceptar que hay un nuevo desafío. Y que será interesante, pero no igual a lo anterior. -¿Qué hago mañana, entonces, cuando me levante?
-Nada, sólo relajate. El cambio no debe ser dramático. Primero preparate tu mate, leé algo, escuchá uno de mis videos, por ejemplo el que habla sobre cómo sentarse, cuáles son los elementos para aprender a respirar. Familiarizate con este proceso y de a poco vas a ir perdiendo la resistencia. Al día siguiente, te das un objetivo, cinco o diez minutos, y cada día un poco más. La idea es la regularidad. Y en un momento no vas a querer soltar. ■