Clarín

El Diario de hoy

- Magdalena Ruiz Guiñazú

La noticia ocupó toda una página. Y no era para menos. Muchos sabemos cuánto amor puede establecer­se entre una y otra especie. Por ejemplo, un felino y un humano. Siempre recuerdo que el Gato Juárez (aquel que encontré en la basura) decidió morirse frente a mi puerta entreabier­ta porque, segurament­e, consideró que tal disgusto sería excesivo para nuestro amor compartido. Y, hoy, años más tarde en Arezzo, en la Toscana, también un felino mordió a su dueña en un último beso y falleció allí mismo.

El Ministerio de Salud Pública de Italia ha establecid­o que el culpable de la muerte del gatito (y, luego, de su amada dueña) fue un virus parecido a la rabia (Lyssavirus) con un solo antecedent­e mundial cuando, en 2002, lo encontraro­n en las entrañas de un murciélago del Cáucaso. Y, en aquel caso, nadie dejó una puerta entreabier­ta para explicar que una última mirada estaría dedicada a quien compartier­a largos años de amor con un miembro de otra especie. Nadie, tampoco, explica lo del murciélago (pariente del chino de Wuhan) cuyas entrañas parecen confortabl­es a este virus que no logramos descifrar.

Nos ha tocado en suerte protagoniz­ar un personaje con el que no soñamos: convertirn­os en el albergue (a veces ) de un misterio que marca quizás el fin de los tiempos que hemos conocido. ¿Cómo serán los próximos? ¿Con gérmenes que no podemos definir? ¿Con protagonis­tas que, de pronto, se hacen visibles? Quizás no se presenten estas opciones. Quizás, las Leyes que rigen el Universo nuestro han decidido (de acuerdo a estos pobres resultados) que las versiones de la Humanidad que hemos conocido hasta ahora no satisfacen ni siquiera una pequeña porción de los gérmenes que hemos “logrado” transmitir. Y que estos episodios que hoy colmaron toda una página del matutino que nos despierta cada día pretenden (quizás con éxito) impartirno­s la enseñanza de la que carecemos.

En un siglo en el que desmenuzan­do un átomo o llegando a la Luna, la tecnología parecía haber alcanzado su límite más alto, ahora la bruma de una rata con alas nos presenta historias de amor que, quizás, sin odio, mueren y cambian al elegir otra morada.

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Murió por un virus.
Gato. Murió por un virus.

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