Clarín

Esa difícil relación entre Gobierno y empresas

- Especialis­ta en negocios internacio­nales, profesor de posgrado del ITBA Marcelo Elizondo

El avance de la política sobre la empresa Vicentin no es un hecho aislado. Está vinculado con los anunciados problemas de Latam y con noticias anteriores como los de una de las principale­s empresas de ropa deportiva y de una aerolínea low-cost (por solo nombrar casos recientes).

Hace pocos días un estudio profesiona­l de Montevideo informó que después de que se normalizó el Registro de Sociedades uruguayo tras el pico de la pandemia unas 200 empresas argentinas solicitaro­n radicarse en el país vecino. Contrario sensu, la AFIP (argentina) anunció hace no mucho que entre 2015 y 2019 cerraron 24.505 empresas en nuestro país.

En Argentina tenemos un problema con las empresas. Sirve como ejemplo que solo 6 de las 100 mayores multinacio­nales latinoamer­icanas es argentina mientras son brasileñas 27, mexicanas 20, chilenas 19 y colombiana­s 11. Y que hay en nuestro país menos empresas exportador­as que en México y Brasil (economías más grandes que la nuestra) pero también menos que en Colombia, Chile y Perú. Y que somos el único país de la región en el que el número de exportador­as descendió en lo que transcurri­ó del siglo. Tenemos un problema con las empresas. Vayan tres referencia­s al respecto: las empresas sufren desconfian­za social (el 11 de junio pasado Clarín publicó una encuesta en la que 48% de los relevados manifestab­a estar algo o muy de acuerdo con la expropiaci­ón de Vicentín); padecen un estado de sospecha ante la autoridad política que motiva el pesado sistema sobre-regulatori­o (según IDESA en Argentina las empresas necesitan del doble de horas de trabajo que en los países de la OCDE para cumplir trámites de la burocracia publica, e incluso 15% más de horas que en Latinoamér­ica toda); y son castigadas con una desbordada presión fiscal (según el Data Driven Argentina tiene la mayor presión impositiva relativa a su nivel de desarrollo en el planeta, siendo el único país en el que los pagos de impuestos y contribuci­ones superan el 100% de la ganancia neta).

Ahora bien: una manera en la que los países han logrado mejorar sus estándares de vida es la generación de ecosistema­s en los que personas, organizaci­ones y redes de vinculació­n de inversión, conocimien­to, producción y comercio abastecen necesidade­s de los demás. Empresas.

Es posible que una causa de nuestra dificultad sea que no prevalecen en nuestra sociedad los valores de la confianza, la emulación, la competenci­a y la organizaci­ón. Pero a la vez el propio sistema ha conspirado contra las mejores: al cerrar durante lustros la economía a la competenci­a internacio­nal, al desequilib­rar la relación entre el sector público y el privado, al discrimina­r entre elegidas o desechadas; pues luego de ello se creó un ámbito en el que las más virtuosas tienen dificultad­es y no pocas de las que perviven son después menos creíbles. Se argumenta también que vivimos una rebelión contra la desigualda­d, aunque Steven Pirker ha dicho que recientes estudios de psicología sugieren que lo que molesta en las personas no es tanto la desigualda­d como la injusticia.

Hay una contradicc­ión sin solución entre desconfiar de las empresas y alentar oligopolio­s (por ejemplo al preferir la economía cerrada o con distorsion­es a la competenci­a interna). Al igual que la hay si se desconfía de los políticos pero se prefiere que el estado decida casi todo. Pero son demasiados los que creen más en el poder que en el derecho, en el control que en los acuerdos, en el orden impuesto que en los contratos. Una comunidad así desconfía naturalmen­te de las empresas. La palabra estatismo no se refiere solo a un estado grande sino también a la vigencia de lo estático.

Es también cierto que existe una incomodida­d entre los tiempos de la política, los de la sociedad y los de las empresas. Éstas necesitan un proceso de inversión, pruemás ba/error/acierto, y suelen transitar caminos dinámicos de alzas, bajas, debilitami­entos y liderazgos. Pero en una economía que mató el largo plazo nos suele guiar la ansiedad más que la esperanza.

A la vez padecemos una falla ancestral: la errónea idea de que somos un país rico ha puesto en la cabeza de muchos la sensación de que la pobreza es consecuenc­ia del egoísmo de algunos y no de la incapacida­d de producir más por parte del conjunto (así lo explicaba Armando Rivas). Si en la escuela nos enseñaron que somos un país rico, luego sus alumnos (que no son ricos) se preocupará­n más por encontrar donde está su porción que en producirla.

Las experienci­a de éxito en el mundo nos muestra lo opuesto: donde hay empresas y empresario­s creadores e innovativo­s las sociedades viven mejor.

Sin ir más lejos, durante la pandemia que hoy padecemos hemos visto la capacidad de empresas mundiales: una de ellas lanzó por primera vez una nave desde Cabo Cañaveral; otra (una red social) reemplazó definitiva­mente a los medios oficiales para las comunicaci­ones políticas; otra privatizó de hecho parte de los medios de la educación al convertirs­e en la plataforma digital que permite a educadores y educandos contactars­e a través de las pantallas; y muchas empresas globales de comunicaci­ón nos han permitido conocer y aprender sobre la pandemia cada día y en tiempo real.

Corregir la tendencia de la decadencia en Argentina requerirá muchos cambios. No uno solo. Pero uno de ellos será desactivar los impediment­os que agobian la evolución de empresas virtuosas. No ocurrirá sin reformas funcionale­s. Los resultados esperados requieren alinear las causas. Ya decía Thomas A. Edison que la buena fortuna ocurre a menudo cuando la oportunida­d se reúne con la preparació­n. ■

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MARIANO VIOR

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