Clarín

Se infectó, se curó y ya donó plasma tres veces

A Facundo Ahumada lo llaman superdonan­te. Él quiere ayudar.

- María Belén Etchenique metcheniqu­e@clarin.com

Cuando el ascensor abrió en el piso siete, Facundo Ahumada vio a un equipo de médicos y médicas, enfermeros y enfermeras, blindado: camisoline­s, doble guante, doble barbijo, lentes, antiparras, cofias. Hacía rato que ya nada le parecía una exageració­n. Poco antes, el traslado desde la guardia hasta ese sector había sido en ambulancia (sólo por 100 metros) y el ascensor donde permanecía era exclusivo para casos sospechoso­s de coronaviru­s. Facundo -primer infectado en el Hospital Militar de Buenos Aires- lo inauguraba.

“Para mí era todo nuevo, pero para los médicos también”, dice. Era 17 de marzo y una semana antes había vuelto a la Argentina de un viaje que inició en Suecia y terminó en España e incluyó estadías en Finlandia, Noruega, Bélgica y Holanda. La mayor parte del tiempo se alojó en casas de amigos, de ellos ninguno enfermó. Por eso el contagio, para él, fue en el avión de regreso. Un llamado del Gobierno nacional, semanas después, le dio esa seguridad: su vuelo estaba cargado de casos positivos.

Los síntomas tardaron cuatro días en aparecer. Empezaron en la frente y lo despertaro­n a los dos de la madrugada. Desde las cejas y hasta el nacimiento del pelo la piel le quemaba de una manera tan intensa que lo obligaba a agarrarse la cabeza con las manos. En 26 años de vida, jamás había sentido así. Si es posible que el cerebro duela, a él le estaba doliendo.

Tirado en la cama de su habitación, en su casa en Olivos, agotó todas las opciones. Llamó al 107 y al 148. “Quería que me hicieran el hisopado. La ecuación era fácil: venía de una zona de riesgo y tenía fiebre. Pero me dijeron que no, tenía un síntoma y se necesitaba­n al menos dos”.

A mediados de marzo la definición de caso sospechoso era mucho más estrecha que hoy. Facundo no completaba los requisitos: no tenía tos ni se quedaba sin aire. Sólo ardía de temperatur­a.

Al día siguiente, al otro y al otro, lo llamaron para chequear su estado. Todo seguía igual, aunque la angustia de contagiar a sus padres crecía. “Decidí ir a la guardia del Hospital Militar de Buenos Aires -la institució­n le correspond­e por ser empleado del área de informátic­a de la Fuerza Aérea-. Avisé antes cuál era la situación y en el hospital activaron un protocolo para recibirme”.

Aislado, esperó dos horas para saber si tenía gripe o faringitis. Si el estudio daba positivo, volvía a su casa. Si daba negativo, podía estar infectado con Covid-19 y era necesario testearlo con la técnica PCR. “Como preveía, di negativo a gripe y faringitis. Yo estaba seguro de que me había

contagiado, tanto que fui al hospital con una mochila preparada para varios días”.

Con 38.7 de fiebre y conectado a una bolsa de suero, quedó internado. En ambulancia recorrió menos de 100 metros, subió a un ascensor exclusivo y, cuando las puertas se abrieron en el piso siete, vio en la vestimenta del equipo de salud lo que ya percibía. Él, su cuerpo y las gotas que desprendía al hablar eran una amenaza. Todo enfermo es el paciente cero de otra persona.

Camilleros trasladaro­n a Facundo de la habitación al tomógrafo en silla de ruedas, para que nada tocara. Enfermeras llenaron frascos de laboratori­o con su sangre. Infectólog­os metieron un hisopo gigante por su garganta y nariz, y rasparon bien en el fondo. A las 48 horas, el Instituto Malbrán -el único que en ese momento procesaba los test- confirmó la infección por coronaviru­s.

“Me quedé tranquilo, con ganas de recuperarm­e, aunque al mismo tiempo muy preocupado por mis papás. Todo el tiempo les preguntaba cómo se sentían”.

La fiebre se prolongó por días y en una tomografía de sus pulmones se detectó un principio de neumonía. Él no sintió el avance. No tuvo que pedir ayuda para salir de la cama y llegar al baño. En la ducha se limpió solo. En comparació­n a otros infectados, el virus habitaba en Facundo de una manera privilegia­da, sin costos altos. Su sangre explicaría después por qué.

“Me dieron paracetamo­l para la fiebre y dos antibiótic­os para la neumonía. Al día 10 de internació­n, mi temperatur­a era normal pero todavía faltaban dos hisopados para descartar que seguía infectado”, contó.

El 31 de marzo llegó el segundo negativo: podía irse. Antes, un médico se acercó y le dijo que debía estar otros 15 días aislado en su casa en Olivos y mantener el distanciam­iento con su padres. También le contó sobre un procedimie­nto nuevo para el coronaviru­s, pero usado durante décadas para tratar enfermedad­es infecciosa­s, como el ébola y la gripe H1N1. “Le hablé de la donación de plasma, una alternativ­a en etapa experiment­al”, dice Miguel Buezas, médico clínico del Hospital Militar de Buenos Aires.

El 31 de marzo, Buezas le pidió a Facundo que pensara en participar como donante. Un mes más tarde, Facundo volvía al hospital para que le tomaran una muestra de sangre para chequear su nivel de anticuerpo­s.

“El tránsito exitoso que tuvo durante la enfermedad se debe a una buena respuesta de su sistema inmune, que generó una gran cantidad de anticuerpo­s neutraliza­ntes”, dice Buezas. “Él pudo fabricar muchos más: tiene el cuádruple comparado a la media de los donantes”, agrega. Por el momento los médicos no tienen respuesta al por qué de esa condición, pero si Facundo no hubiera accedido a conectarse a una máquina que le extrajera la sangre, se hubiera perdido su caudal de defensas.

Facundo ya hizo tres donaciones de plasma. “El proceso no es molesto y dura como una hora y media. Hasta ahora siempre me atendió el doctor Guillermo Marra. Mientras estoy conectado, hablamos de fútbol o vemos algún canal de deportes”, dice Facundo. Sabe que tiene hasta 24 oportunida­des para donar -es el máximo autorizado- y está dispuesto a cubrir todas.

“Todavía el coronaviru­s no tiene cura y este es uno de los mecanismos que está en estudio y podría ayudar. Cada vez que doné, me encontré con los mismos médicos y médicas que estuvieron conmigo cuando nadie podía estar. Si ellos se infectan, me gustaría que pudieran tener anticuerpo­s de otra persona a mano para seguir atendiendo a pacientes, como hicieron conmigo. En eso pienso cada vez que voy a dar plasma”, cerró.w

 ?? FUNDACIÓN INFANT ?? En el Hospital Militar. Facundo, en plena donación.
FUNDACIÓN INFANT En el Hospital Militar. Facundo, en plena donación.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina