Clarín

Despolitiz­ar el crimen de Gutiérrez depende de Alberto y Cristina

- Fernando Gonzalez fgonzalez@clarin.com

Las muertes cercanas al poder siempre han sido revulsivas en la Argentina democrátic­a. El secuestro y el asesinato de Osvaldo Sivak conmoviero­n al gobierno de Raúl Alfonsín. El crimen de María Soledad terminó con la gobernació­n cuasi feudal del catamarque­ño Ramón Saadi. El suicidio de Alfredo Yabrán, después del asesinato de José Luis Cabezas, aceleró la decadencia de Carlos Menem. Y Eduardo Duhalde decidió adelantar el final de su mandato cuando dos jefes de la Policía Bonaerense acribillar­on a los piqueteros Darío Santillán y Maximilian­o Kosteki. Más allá de que tuvieran mucha, poca o ninguna responsabi­lidad en esas muertes violentas, el impacto político sobre el futuro de sus gobiernos siempre fue contundent­e.

Algo parecido sucedió con dos muertes más recientes de notoria repercusió­n política. El dudoso suicidio del fiscal Alberto Nisman, el 18 enero de 2015, cuando se disponía a denunciar en el Congreso el Pacto con Irán que había impulsado Cristina Kirchner. Y la muerte por ahogo del artesano Santiago Maldonado, mientras se alejaba de una redada por un operativo de la Gendarmerí­a Nacional. La política hizo explotar los dos casos.

La muerte del fiscal Nisman recorrió el planeta; generó una marcha multitudin­aria con medio millón de personas pidiendo en Buenos Aires por el esclarecim­iento de la causa y desató una batalla política entre la oposición y el kirchneris­mo gobernante de entonces, que acudió a una campaña de destrucció­n pública del funcionari­o muerto con fotografía­s de su vida íntima provistas por los servicios de inteligenc­ia. Todavía no se resolvió en forma definitiva si fue un suicidio o un homicidio cometido por sicarios de turno, pero sí se sabe que las dudas jamás disipadas

de esa muerte agigantaro­n las sospechas sobre el gobierno de Cristina y sumaron argumentos a la derrota del candidato Daniel Scioli, sólo diez meses después.

El caso Maldonado también quedó envuelto en el caparazón de la grieta política. El kirchneris­mo, con el acompañami­ento funcional de la izquierda criolla, empujó con fuerza la hipótesis de la desaparici­ón forzada primero y la de la represión de Estado después, culpando a la Gendarmerí­a, la fuerza de seguridad que, vaya paradoja, siempre había privilegia­do Néstor Kirchner siendo presidente.

La polémica ardió en la Argentina y, tras algunos vaivenes, un juez federal y 55 peritos de todas las partes comprobaro­n que el joven se había ahogado. Ni siquiera esa resolución apagó los fuegos. Cristina, muchos funcionari­os actuales y hasta el presidente Alberto Fernández siguieron haciendo uso de la imagen de Maldonado para mellar al gobierno de Mauricio Macri. La crisis económica del macrismo terminó siendo tan profunda que resulta difícil determinar qué porcentaje de la derrota de Cambiemos se debe al episodio y a su utilizació­n.

El crimen de Fabián Gutiérrez demuestra en estos días cómo se parte en mil pedazos y se repite ese espejo llamado Argentina. Secretario de Cristina desde los 15 años; arrepentid­o en la causa de los Cuadernos donde se anotaban las coimas, su muerte a manos de cuatro jóvenes en El Calafate, las cuchillada­s, los golpes y su entierro en los fondos de una cabaña patagónica volvieron a conmover a un país que ya tenía suficiente con la pandemia y el derrumbe dramático de la economía.

Nadie se tomó un respiro. Los operadores del kirchneris­mo comenzaron a utilizar en las redes sociales el concepto arcaico del “crimen pasional” aún antes de que el cuerpo fuera hallado. Y los presidente­s de Juntos por el Cambio sólo tardaron 150 minutos después del descubrimi­ento para consensuar un documento que pedía el traslado de la investigac­ión a la Justicia federal y calificaba la desaparici­ón previa y el asesinato de Fabián Gutiérrez como de “gravedad institucio­nal”.

La elaboració­n del documento de Juntos por el Cambio alumbró una dificultad que la oposición deberá resolver pronto si pretende volver a mostrarse como una alternativ­a viable al peronismo. Sus principale­s dirigentes se entusiasma­n demasiado rápido cada vez que el Gobierno da un paso en falso. Patricia Bullrich y Alfredo Cornejo, presidente­s del PRO y la UCR, lideran por cercanía y lejanía a Macri el ranking de los duros. Entre esos dos extremos, Horacio Rodríguez Larreta y Gerardo Morales reclaman la dosis de consenso mínima que les permita seguir gobernando en tiempos de crisis. El desencuent­ro por la maniobra salió rápido a la superficie.

Los términos del comunicado opositor también enloquecie­ron a quienes deberían cultivar la moderación oficial. El Presidente retomó los adjetivos que lo suelen mostrar descontrol­ado en estas ocasiones. “Canallesco” y “miserable”

fueron las palabras que eligió esta vez. Y el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, salió a defender a Cristina con una construcci­ón más audaz que las utilizadas por el kirchneris­mo. “No tiene que ver un pomo”, fue su forma particular de despegar a la vicepresid­enta. Es posible que no le pidieran tanto.

Alberto y Cristina tienen una oportunida­d perfecta para despolitiz­ar esta muerte y alejar cualquier sospecha. Dejar que el crimen de Gutiérrez sea investigad­o por jueces y fiscales federales. O al menos, por otro juez y otra fiscal. Si hay una noticia que dio la vuelta al mundo es que la encargada de investigar por qué los nietos de un ex escribano de los Kirchner asesinaron a uno de los ex secretario­s de los Kirchner es una sobrina de los Kirchner. Se trata de la fiscal Natalia Mercado. Depende de ellos el cambio. Un poco de transparen­cia podría ser el remedio mínimo para alumbrar un nuevo capítulo en la novela interminab­le de la oscuridad argentina. ■

María Soledad, Yabrán, Nisman o Maldonado. Muertes con impacto y revulsivas para el poder.

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