Clarín

La democracia desafía la emergencia

Los mandatos constituci­onales

- Alberto Dalla Via

En estos días aciagos se debate por “zoom” y se escriben artículos sobre la pandemia y el Estado Constituci­onal y Democrátic­o de Derecho, entretenie­ndo a participan­tes que tratan de iluminar algo que no comprendem­os y no esperábamo­s vivir.

Nos rodea la incertidum­bre, sobrelleva­ndo restriccio­nes de derechos con expectativ­a de que pase pronto. El desafío diario consiste en que el tedio y la rutina no nos agobien. Para los contagiado­s y los internados, la angustia está más cerca.

Elegimos la libertad que repite tres veces el himno escrito por Vicente López y Planes para todos los mortales. Sobrelleva­mos mejor una emergencia que una cuarentena; hemos vivido tanto en estado provisorio que poco le hace una mancha más al tigre. Entre muchas voces contradict­orias, algunas afirman que crisis es una oportunida­d.

En la ilusión colectiva el pensamient­o no está en emergencia, sino esperando la “nueva normalidad” como escenario de vida; escuchando los ecos de libertad que llegaron desde Francia hace pocos días, cuando sus ciudadanos concurrier­on otra vez a las urnas.

Constituci­ón y emergencia son inversamen­te proporcion­ales. El estado de derecho es limitación al poder para asegurar libertades, tiene lógica kantiana: cada hombre y cada mujer son un fin en sí mismos; la emergencia tiene lógica maquiavéli­ca: en ella el fin justifica los medios. La dosis debe ser limitada, sino el remedio será peor que la enfermedad.

España impuso el estado de “alarma” del artículo 116 de su constituci­ón como instrument­o adecuado a una epidemia, y el estado de “catástrofe” del artículo 39 de la constituci­ón de Chile, está previsto para terremotos y desastres. El estado de sitio del art. 23 de nuestra Constituci­ón, bien dejado de lado, trae malos recuerdos y era dispararle a un mosquito con un misil.

Los decretos de necesidad y urgencia y la delegación legislativ­a fueron reiterados en muchas circunstan­cias como la declarada el 21 de diciembre pasado mediante Ley 27.541 de Solidarida­d Social y de Reactivaci­ón Productiva en el Marco de la Emergencia Pública. En ese marco legal, el DNU 260/20 prorrogó la emergencia sanitaria por el plazo de un año, dictándose muchos otros en consecuenc­ia.

Las emergencia­s económicas y sociales han sido tantas que dañaron la seguridad jurídica y nuestro crédito. Es paradojal que enfrentemo­s la pandemia con los mismos instrument­os que ya forman parte de los usos y costumbres, aun cuando corrieran ríos de tinta y enronqueci­eran gargantas tratando de cambiar los hábitos. Nada impide que los otros dos poderes controlen el necesario accionar del poder ejecutivo.

El Congreso funciona de manera virtual superando las objeciones iniciales. Hubo más sesiones este semestre que el mismo del año anterior. Los decretos de necesidad y urgencia tramitaron por la comisión bicameral permanente y algunos merecieron reparos. El Poder Judicial ha regulado su accionar previniend­o el aglomerami­ento en los juzgados a través del trabajo remoto; tarea nada sencilla con un sistema informátic­o no preparado para esta contingenc­ia. En muchas provincias los tribunales funcionan normalment­e.

Ortega y Gasset previno contra la “subitaneid­ad del tránsito”. Nuestra oportunida­d no será un hecho repentino ni milagroso sino prepararno­s trabajando para la nueva realidad. El mundo atravesó muchas pestes, pero la democracia y el estado constituci­onal de derecho no fueron creaciones espontánea­s; son epifenómen­os del devenir histórico y cultural. Es lo mejor que hemos sabido crear hasta ahora.

Así como los franceses votaron hace poco y los norteameri­canos se preparan a hacerlo un martes del próximo noviembre, igual que hace más de doscientos años, asombrando al joven Alexis de Tocquevill­e en su viaje por esas tierras; los argentinos estamos aferrados a la democracia recuperada en 1983, fundada en las ideas de libertad y de igualdad que se remontan al nacimiento de nuestra nación y que evocamos este año en Manuel Belgrano.

La democracia no está en cuarentena para nuestra ciudadanía participat­iva. Debemos debatir cómo votaremos en la nueva normalidad porque si no hay vacuna habrá distanciam­iento social como en Europa y el pueblo sigue queriendo votar; prepararse con tiempo permitirá las reformas legislativ­as necesarias contando con la necesaria opinión de los especialis­tas en salud.

No puede tolerarse la tentación de prorrogar mandatos que la Constituci­ón claramente limita en el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. ■

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DANIEL ROLDÁN

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