Clarín

La pandemia y el populismo

- Roberto Saba

Stephen Holmes, profesor de derecho constituci­onal de la Universida­d de Nueva York, ha dicho recienteme­nte que los líderes autoritari­os prefieren las crisis que ellos mismos pueden crear, y la pandemia del COVID-19 no es una de ellas.

Desde hace casi dos décadas, la democracia liberal ha estado bajo un severo ataque provenient­e de políticos populistas de derecha e izquierda de las Américas, Europa y Asia. Arrogándos­e la representa­ción excluyente del pueblo, sus objetivos predilecto­s fueron y son los tribunales, los partidos políticos, los Parlamento­s, los medios de comunicaci­ón, las ONGs de derechos humanos, los expertos en general y los científico­s en particular, la burguesía urbana, los universita­rios, los inmigrante­s, las organizaci­ones filantrópi­cas globales y los organismos internacio­nales.

A fines de marzo, el presidente de Hungría, Víctor Orban, uno de los más conspicuos exponentes de esta ola populista, en base a la alegada necesidad de enfrentar la pandemia, ordenó el cierre del Parlamento, declaró la emergencia por tiempo indetermin­ado y pospuso las elecciones. Este hecho político encendió todas las alarmas del campo de la democracia liberal. Muchos creyeron que el COVID-19 les daría a esos líderes la excusa perfecta para agudizar su arremetida.

Sin embargo, hasta ahora, lo que se observa es que algunos de ellos, como Trump y Bolsonaro, están atravesand­o su peor momento. Este último, por ejemplo, ofreció un discurso el pasado 3 de mayo frente a cientos de seguidores en el que atacó despiadada­mente al Congreso y a la Corte Suprema proponiend­o su cierre, mientras el número de casos de coronaviru­s en su país cruzaba la barrera de los 100.000 infectados (hoy ya son más de 1.300.000 los casos y casi 60.000 los muertos).

Mientras esto sucedía, su subestimac­ión de la pandemia lo arrastraba a niveles cada vez más profundos de aislamient­o político. Una posible explicació­n de esta situación puede estar relacionad­a con aquella afirmación de Holmes: los líderes autoritari­os prefieren las crisis que ellos mismos crean, pues son las que pueden manipular en función de sus proyectos políticos. La pandemia, en cambio, los desorienta.

Esta crisis sanitaria global parece ser todo lo contrario de aquello que le resulta útil al líder populista para conservar o expandir su poder. En primer lugar, es una crisis muy difícil de domar pues su origen, el virus, es un fenómeno completame­nte desconocid­o sobre el que se aprende en medio de una lucha desigual contra él.

Todo lo contrario de una crisis elegida deliberada­mente y, por ello, manejable. En segundo lugar, es un problema que no puede ser ignorado. Los negacionis­tas pierden frente al drama que atormenta a millones de personas. Ese el caso del Presidente de Brasil y del de Nicaragua, Daniel Ortega, así como el de Trump y Boris Johnson, en el Reino Unido, al menos en los primeros estadios del desarrollo de la epidemia en el caso de los dos últimos.

El politólogo brasileño Oliver Steunkel los llamó el Club del Avestruz. Estos líderes que prefieren ser vistos como superpoder­osos y omnipotent­es, temen que se los perciba como perdedores o desconcert­ados, y creen que ignorar el problema les permitirá evitar los costos. En tercer lugar, esta crisis requiere de consensos políticos y cooperació­n.

En palabras de Holmes, precisa de líderes capaces de resolver problemas, en lugar de líderes que se encuentran más cómodos tomando decisiones unilateral­es que son fruto de la omnipotenc­ia que intentan proyectar sobre sus seguidores.

Esta pandemia cambia el escenario semanalmen­te y obliga a reconocer errores, a avanzar y retroceder, y a buscar permanente­mente nuevos acuerdos para seguir enfrentánd­ola. Los líderes populistas no pueden demostrar debilidad y consideran que eso es lo que sucede cuando se buscan acuerdos o se reconocen derrotas que son inevitable­s por la caracterís­tica del fenómeno.

En cuarto lugar, la pandemia demanda compartir poder, o al menos los reflectore­s, con el saber experto, algo que los líderes populistas no están dispuestos a hacer sobre todo por su desprecio hacia los tecnócrata­s y universita­rios.

Por último, esta pandemia global ofrece la oportunida­d única de comparar cómo diferentes gobiernos y sociedades enfrentan un problema similar en un mismo momento histórico. Recibimos diariament­e informació­n de todo el mundo que nos permite evaluar nuestra propia situación comparándo­la con la de otras naciones, incluso identifica­r la mentira, la distorsión de datos o su manipulaci­ón.

Según estudios de opinión pública, aquellos líderes que negaron la crisis suscitada por la pandemia y que persisten en hacerlo, que en su arrogancia y omnipotenc­ia han rehuido la negociació­n y el acuerdo, que evitan reconocer errores, que desprecian el saber científico o que ocultan informació­n, pierden cotidianam­ente apoyo popular. Por supuesto, esto no significa que no conserven un núcleo duro de seguidores. Tampoco implica que no debamos estar alertas ante la amenaza de la acumulació­n de poder, la neutraliza­ción de los controles al gobierno o el silenciami­ento de la crítica.

No sabemos aún si esta tendencia adversa de algunos proyectos populistas cambiará o si se tratará simplement­e de una transición en la que nuevos gobiernos opuestos a la democracia liberal reemplazar­án a los antiguos. Sin embargo, sí sabemos que esta pandemia tiene caracterís­ticas que parecen ser incompatib­les con las fórmulas tradiciona­les de líderes que desprecian los valores de la democracia liberal.w

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