Clarín

Penurias del Gabinete invisible

- Gonzalo Abascal

La cuarentena estricta termina. De una manera u otra, el lunes 20 amanecerá una nueva realidad. Lo sabe Rodríguez Larreta, que nunca estuvo de acuerdo con la marcha atrás de comienzos de julio. Lo suyo fue solidario, y la percepción es que sus votantes en la Ciudad no valoraron esa adhesión, e incluso la interpreta­ron como una señal de debilidad.

En el Gobierno nacional dejan trascender también el comienzo de una nueva etapa. Un relanzamie­nto de la gestión, definen con grandilocu­encia verbal .Y en ese intento de recuperar impulso se especula con cambios en el Gabinete. Movimiento de fichas que serviría para renovar expectativ­as y enviar una señal de poder presidenci­al a propios y extraños.

Si así fuera, y el fin de la cuarentena más el cierre de la negociació­n por la deuda marcara un punto de inflexión, estaríamos ante lo que puede interpreta­rse como un récord: la posibilida­d de que se alejen ministros que nadie puede asegurar para qué habían llegado.

El dato numérico de que son 24 los ministros (incluyendo las Secretaría­s General, de Asuntos Estratégic­os y Legal y Técnica) provoca la pregunta alarmada: ¿Qué hicieron en estos siete meses?

No se trata de una mirada crítica empujada desde la oposición, sino de una pregunta casi desesperad­a en el propio oficialism­o. Fue Aníbal Fernández quien rogó: “Pidan la pelota loco, ayuden al Presidente”. A nadie se le escapa que Aníbal pueda aspirar a uno de los sillones ministeria­les y por eso levanta la voz. Pero la realidad le permite la audacia. Y ninguno salió a responderl­e.

Es cierto que la pandemia ocupó la agenda, y que el protagonis­mo presidenci­al elevó la imagen de Alberto Fernández, pero también lo es que cuando cambió la marea ninguno de los ministros levantó la cabeza para aliviar la mochila presidenci­al.

Y cuando lo hicieron, no fue para lucirse. Golpeado por la compra de alimentos con sobrepreci­os, Daniel Arroyo, ministro de Desarrollo Social, admitió que no controlaba las compras ni conocía en detalle el circuito de contrataci­ones y pagos. Santiago Cafiero asumió en los últimos

Los 24 ministros no se mostraron demasiado. Y cuando lo hicieron no fue para lucirse.

días su rol de portavoz, pero lo hizo con una inédita -en él- defensa de la ex presidenta y un inoportuno cruce con el periodista Diego Leuco. Sabina Frederic, después de notorios tropezones iniciales, prefirió correrse de la escena, decisión que aprovechó Sergio Berni para cuestionar su gestión, en un ninguneo sin antecedent­es. Luis Basterra, ministro de Agricultur­a, confesó sin ponerse colorado que desconocía la decisión de expropiar Vicentín. Y la reforma judicial de Gustavo Beliz no pasaría la mirada interesada de Cristina Kirchner. La excepción, por razones obvias, es Ginés González García, a quien se le valora haber puesto el cuerpo en una crisis inédita, y Martín Guzmán, quien se ocupó de la renegociac­ión aún en suspenso de la deuda. Juan Cabandié, María Eugenia Bielsa, Gabriel Katopodis y Agustín Rossi, entre otros, segurament­e esperan el relanzamie­nto para copar la cancha.

Pero quizás para entender la falta de tonicidad muscular de los ministros haya que mirar a Cristina. La dinámica del Gobierno muestra un ida y vuelta entre el presidente y la vicepresid­enta, circuito que deja a los ministros en un pálido tercer plano. Se adivina improbable un cambio en ese sentido. La idea de un Gabinete fuerte parece una expresión de deseos de quienes conviven con incomodida­d con la vicepresid­enta. Fortalecer ministros significar­ía horizontal­izar la toma de decisiones. No se advierte en los antecedent­es demasiada vocación para hacerlo. ■

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