Clarín

La Revolución Francesa y la figura de Marianne

- Patricia Pellegrini Haas

Presidente de la Asociación Marianne.

La Revolución Francesa creó un nuevo orden político y social e inspiró a los movimiento­s independen­tistas del siglo XIX. Sin embargo, la declaració­n de los principios de Igualdad, Libertad y Fraternida­d no fueron suficiente­s para crear ciudadanía en un vasto territorio heterogéne­o, con enormes desigualda­des y abrumadora mayoría de analfabeto­s, que hablaban dialectos llamados genéricame­nte “patois” y no comprendía­n el francés, la lengua predominan­te en la región central de l’Île de France.

Gran parte de la enorme empresa política revolucion­aria consistió en la construcci­ón de una nación, y esa tarea no solo se llevó a cabo por obra de la razón y los ideales, sino también por el temor y el odio. Fue fácil identifica­r a los enemigos externos en las fronteras, pero no así a los enemigos internos. Para la élite ilustrada, el pueblo era una fuerza oscura, animales feroces que debían ser sometidos. Para el pueblo, los aristócrat­as eran conspirado­res que deseaban restablece­r al Rey y debían ser eliminados.

Las teorías de la época sobre la ¨naturaleza¨ de la mujer hicieron de ellas figuras propicias para encarnar lo monstruoso y un oscuro poder amenazante.

Primero, el repudio visceral contra la aristocrac­ia se encarnizó con las mujeres nobles. María Antonieta y sus doncellas fueron acusadas de los peores crímenes, del libertinaj­e más obsceno, de los estragos financiero­s que habían dejado al pueblo sin pan.

Pronto los revolucion­arios sentirían rechazo por las mujeres del pueblo, las tricotteus­es (tejedoras), las amazonas de Théroigne de Méricourt, las republican­as que irrumpían en la Asamblea y abucheaban a los congresist­as desde las tribunas provocando escándalo.

Las mujeres eran temidas en su furia, en su locura, en su desenfreno… pero también por su inteligenc­ia. Bellas, son capaces de expresar pensamient­os políticos y reflexione­s con lucidez, brillante retórica y buena pluma. M. Pierre-Gaspard Chaumette en el club de los Jacobinos aboga por la ejecución de Olympe de Gouges y la llama “virago (marimacho) monstruosa”. ¡Pero qué malentendi­do! ¡Ella no quiere ser un hombre, solo quiere los mismos derechos!

El temor a las mayorías se conjuga con el temor a la subversión del orden moral y social establecid­os. Es el miedo a una revolución en medio de la revolución. Finalmente las mujeres, desarmadas, decapitada­s, son expulsadas de las calles y de la política hacia la vida privada.

La laicizació­n de la política revolucion­aria condujo a la sacralizac­ión de lo cívico. En la primera fiesta de la Diosa de la Razón organizada en Notre-Dame de Paris, convertida en salón de actos públicos, la actriz Mlle Maillard, vestida de blanco, con larga capa azul y un gorro frigio, fue llevada en procesión al ritmo de las estrofas de “la Marseillai­se” y depositada en un trono. Ellas participan allí, de una ¨representa­ción¨ teatral, encarnan alegorías de los valores republican­os. La idealizaci­ón de la mujer se consolidar­á a lo largo del siglo XIX como ilustra el emblemátic­o óleo de Delacroix, La Libertad guiando al pueblo, inspirado en la Revolución de 1848.

Sin embargo, la Marianne, el busto femenino tocado con un gorro frigio, es de otra estirpe. Nombre en clave despectivo del “populacho”, o metáfora amable en los versos de una conocida canción “La Garrisou de Marianno”, es el pueblo en la representa­ción de Francia y sus valores republican­os.

La Marianne es, también, la mujer resurgiend­o del fondo de la memoria de la Revolución Francesa.w

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