Fragmento del libro
17 de noviembre de 2019
Por la mañana un virus desconocido entra en el cuerpo de un hombre de 55 años cuyo nombre también desconocemos. Por la tarde empieza el siglo XXI.
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21 de noviembre de 2019
Así comienza El mundo de ayer, en la traducción directa del alemán que hizo Alfredo Cahn para la primera edición de la Editorial Claridad, Buenos Aires, 1942, y que a mí me regaló hace muchos años Juan Hernández, el editor en Costa Rica de mi libro Teleshakespeare: «Si me propusiera encontrar una fórmula cómoda para la época anterior a la Primera Guerra Mundial, a la época en la que me eduqué, creería expresarme del modo más conciso diciendo que fue la dorada edad de la seguridad».
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22 de noviembre de 2019
En 1976 Richard Dawkins publicó El
gen egoísta, donde introdujo el concepto de meme. El meme es el gemelo cultural del gen y, según el biólogo evolutivo, es igual de ególatra. Si los genes son biología y se reproducen a través de la sexualidad, los memes son cultura y se propagan mediante la imitación, la copia. El meme, por tanto, es una unidad mimética. Está más allá de la estética, la moral, el bien y el mal. Los memes no son buenos ni malos, bellos ni feos, inteligentes ni tontos, verdad ni mentira, útiles ni inútiles: son emoción, fe, intuición, las líneas maestras de las macroestructuras que nos amparan y a las que nos agarramos, para no sentir el vértigo del vacío, del sinsentido.
Lo que cada uno de nosotros llama su religión, su ética, su poética o su política se puede ver como un memeplex, un complejo de memes.
El estudio de los memes y sus articulaciones en forma de redes lo realiza la ciencia de la memética. Se trata de una tendencia académica que se confunde con tantas otras: la his
toria de la religión y de las ideas, la sociología política o de las emociones. Hasta los años noventa los memes no se podían identificar en una única forma: eras ideas multiformes. Pero entonces llegaron internet y las estrategias de viralidad y empezaron a configurarse los memes virtuales, con su intrínseca ambición de propagarse por las pantallas y las conciencias. Como cualquier otro artefacto narrativo o estético, el meme parte de materiales reconocibles y establece una variación. Es autorreferencial: apela a memes antiguos, clásicos, de carácter sexual, religioso, violento o alimentario, y los actualiza en un contexto muy determinado. La viralidad de la mayoría no supera la potencia. Pero los que se realizan, los que son acto, se expanden como el mal o como el amor o como la pólvora.
Los virus son los memes.
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24 de noviembre de 2019
El concepto viralidad, tal como lo entendemos hoy, surgió en los años noventa en el ámbito del marketing. De la biología pasó entonces a la retórica corporativa: a partir de ese momento el objetivo de un anuncio, de una campaña de publicidad, de un videoclip o de un nuevo producto es
propagarse, contagiarse, infectar las conciencias del máximo número posible de compradores, sobre todo a través de las redes de telefonía. Aunque los anuncios y las campañas fueran emitidas a través de diarios, televisión o radio, la viralidad dependió hasta mediados de la primera década del siglo XXI de la transmisión oral, de la transmisión boca oreja. YouTube, Facebook y el resto de redes sociales comenzaron después a generar un nuevo sentido de lo viral, como aquello que puede comentarse, evaluarse y, sobre todo, compartirse masivamente.
Ser epidemia o pandemia o enajenación colectiva (casi nunca compramos un producto en lugar de otro por un motivo completamente racional).
Aunque desde la guerra de Troya encontremos flechas envenenadas; aunque los virus y las bacterias sean armas desde siempre; aunque la guerra biológica sea tan antigua como el ser humano, la viralidad digital ha situado en otro nivel de conflicto las estrategias informativas y propagandísticas modernas. El de la atención en disputa constante. Vivimos en la época de mayor alfabetización de la historia de la humanidad y, sin embargo, en la que menos tiempo y concentración dedicamos a discernir lo verdadero de lo falso, lo conveniente de lo reprochable. La viralidad como ecosistema. La viralidad como guerra de baja intensidad: constante. ¿Será la viralidad la categoría que mejor define los mecanismos sociales, culturales, políticos y económicos de nuestra época?
Plantea que la realidad online nos vuelve homogéneos en los gustos.