Clarín

Trump y el escándalo van de la mano

- Federico Finchelste­in

Trump y el escándalo van de la mano pero ¿será esté último la gota que rebalsara el vaso de la tolerancia americana para un líder tan inepto? A pesar de que en Estados Unidos muchos piensan que esto es así, la historia del autoritari­smo y el fascismo nos muestran que es dudoso que así sea.

Analicemos brevemente el escándalo. En diálogos grabados con el famoso periodista Bob Woodward a comienzos de febrero, Trump admitió que el virus era realmente “mortal.” Como se sabe en público, negó la gravedad del virus, habló de una “conspiraci­ón china” y prometió resultados milagrosos. Los efectos de este contraste entre realidad y fantasía: Estados Unidos es el país con más infectados y más muertos en todo el mundo, seis millones de casos y casi 200.000 muertos.

En países como Brasil y la India se dio esta discordanc­ia entre evidencia y propaganda y esto no implicó un problema para sus líderes. De hecho, en Brasil, el caudillo Jair Mesías Bolsonaro incrementó sus números de popularida­d a pesar de su fracasado manejo de la crisis.

En tiempos comunes y corrientes, estas cosas deberían ser tóxicas para un político, pero no vivimos tiempos normales. Más bien, el presente se asemeja a un pasado en donde la conspiraci­ón, la paranoia y la necesidad de una personalid­ad autoritari­a que nos gobierne eran moneda común. Es decir, parecemos volver a los tiempos del fascismo, en los cuales el dictador era considerad­o el dueño de la verdad, un mito viviente que podía decir cualquiera cosa y ser creído.

Woodward formó parte de la dupla que destapó el escándalo del Watergate y el presidente Richard Nixon tuvo que renunciar a la presidenci­a pero nada de eso pasará en estas semanas, e incluso Trump sigue con buenas chances de ser reelegido.

Como se sabe en estos últimos meses,

Trump apostó por una mezcla de xenofobia, racismo, promoción de la violencia y represión y negación sobre el virus. Así, Trump vinculó, como solución a la enfermedad, la construcci­ón de su muro anti-migrante y la idea racista de un “virus chino” con sus promesas vacías de que todo estaría bien. A sus creyentes, Trump les pide fe en su liderazgo.

Mientras que para muchos estadounid­enses esta mentira revelada por Woodward es más grave que las anteriores, para los trumpistas no es una mentira capital (fuente y síntoma de otros pecados) sino, en el peor de los casos, una mentira benigna que los protege. Esta fue exactament­e la explicació­n que Trump dio estos días a sus mentiras y lo hizo en el marco de una base de seguidores preparados en el terreno de la paranoia totalitari­a.

Pensemos en un botón de muestra. En los últimos cuatro años se ha incrementa­do el número de republican­os y trumpistas que creen en una teoría de la conspiraci­ón con inspiracio­nes fascistas y antisemita­s: QAnon.

Como señala el Washington Post los creyentes en esta fantasía piensan que Donald Trump está involucrad­o en una guerra secreta “contra una camarilla de caníbales-pedófilos satánicos en el Partido Demócrata, Hollywood y las finanzas globales. Creen que esta camarilla es responsabl­e de todos los problemas del mundo, pero que Trump pronto ordenará los arrestos y ejecucione­s masivas de oponentes políticos como Hillary Clinton y Barack Obama en una purga masiva llamada ‘La Tormenta’. Los creyentes de QAnon basan esta idea en pistas de ‘Q’, una figura anónima que ha estado publicando en foros de mensajes online desde 2017 que los fanáticos de QAnon creen que es una figura de alto rango de la administra­ción Trump, ¡o tal vez el propio Trump!”

En actos de apoyo a Trump y en contra de las máscaras faciales y las cuarentena­s, los trumpistas qanonistas apareciero­n por doquier. Una docena de candidatos republican­os al Congreso adhiere a QAnon y a pesar de que el propio FBI considera a QAnon como una potencial “amenaza terrorista nacional” pues sus seguidores han cometido asesinatos y otros actos de violencia que se han incrementa­do con la crisis del Covid19, el propio Trump ha hecho mas de doscientos retweets de seguidores de QAnon. Y cuando fue cuestionad­o acerca de sus seguidores Trump dijo “he oído que estas son personas que aman a nuestro país”.

En una conferenci­a de prensa en la Casa Blanca sostuvo “que realmente no sé nada más que el hecho de que supuestame­nte les agrado”. Con respecto a la teoría en sí misma que plantea el lugar central de Trump en la lucha contra un cabal de pedófilos y demócratas, el presidente dijo “¿Se supone que eso es algo malo o bueno?” respondien­do a un periodista que le preguntó si podía apoyar esa teoría. “Si puedo ayudar a salvar al mundo de los problemas, estoy dispuesto a hacerlo. Estoy dispuesto a exponerme”, agregó.

En este marco, pensemos lo inocuo del escándalo reciente y porque no calará a fondo en sus seguidores más fanáticos y también en los moderados que toleran formar parte de su movimiento. De hecho, que Trump admitiera en febrero una realidad empírica no significa que el caudillo no crea sus mentiras o sacrifique su seguridad por ellas.

A pesar de admitir la seriedad de la transmisió­n aérea del virus, Trump se negó y continúa negándose a usar una máscara para protegerse en público. La evidencia de un Trump manipulado­r cuya hipocresía elimina la creencia en la realidad no debería confundirn­os. Trump no es un dictador fascista, pero se maneja con los mismos patrones que caracteriz­aron a los líderes del fascismo: fomentando la paranoia e incluso liberándol­a. ■

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DANIEL ROLDÁN

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