Clarín

La pandemia, la república y los símbolos

- Julio Montero Filósofo y premio Konex a las Humanidade­s.

Todo indica que Argentina se encamina a una crisis de proporcion­es. Será tal vez la mayor de nuestra historia, superando ajustes monumental­es como el Rodrigazo y la mega devaluació­n de Duhalde. Las crisis son lamentable­s porque tienen enormes costos sociales que se pagan en vidas y oportunida­des; pero también pueden movilizar fuerzas profundame­nte transforma­doras.

El oscuro panorama de pobreza, exclusión y deterioro institucio­nal no debería sorprender­nos tanto. No es más que el reflejo material del ethos público que construimo­s y del que tantos se enorgullec­en. Si todavía queda espacio para el optimismo, vale recordar que hubo tiempos mejores: en 1930 Argentina tenía una tasa de pobreza, una movilidad social ascendente y un salario promedio envidiable­s para países como Suecia, España y Alemania.

Esa Argentina dinámica y cosmopolit­a se construyó sobre las ruinas del oscurantis­mo. Hasta su derrota en Caseros, Juan Manuel

de Rosas sepultó al país en una ominosa distopía medievalis­ta, signada por el atraso, la represión y la dictadura. El héroe máximo del revisionis­mo fue probableme­nte nuestro primer criminal de lesa humanidad.

El proceso de republican­ización de la Argentina debe mucho al azar. Bajo la bota del tirano regresivo floreció una burguesía urgida de entrar en la modernidad. No obstante, como enseñan los marxistas, toda transforma­ción profunda surge de combinar condicione­s “objetivas” y “subjetivas”. Y entre las condicione­s subjetivas de la era post-Rosas, no puede soslayarse la incansable tarea de persuasión intelectua­l de figuras como Sarmiento. La hoja de ruta del progreso ya estaba trazada mucho antes de Caseros.

La literatura académica reciente insiste en que el voto, la conducta pública y la acción política dependen en buena medida de cómo interpreta­mos la realidad. Y las interpreta­ciones de la realidad no son estructura­s provistas por la realidad misma, sino el resultado de operacione­s discursiva­s que interactúa­n con hechos independie­ntes.

Esta trivial hipótesis puede confirmars­e mirando rápidament­e el pasado. La Ilustració­n aportó el material simbólico para las revolucion­es burguesas y las guerras de independen­cia americanas; Marx preparó el terreno para la Revolución de Octubre; y la reacción anti-Ilustrada engendró al fascismo. No es cierto, como decía Hegel, que el Búho de Minerva solo levante vuelo al atardecer.

Por supuesto, no todas las corrientes políticas locales están igualmente alienadas de lo real. Algunas ya trabajan en su relato postpandem­ia, preparan su arsenal explicativ­o y construyen sus chivos expiatorio­s. En rigor, jamás apagan la máquina de producir símbolos.

Lamentable­mente, se trata del sector más regresivo y autoritari­o del arco local. Si la oposición no se decide jugar también el juego de la palabra, a la hora de la autocrític­a habrá un único relato disponible y un solo horizonte al que aspirar. Así la Argentina nunca cambiará. ■

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