Clarín

El “Ciego” que nos enseñó a ver

- Pablo Javier Blanco pblanco@clarin.com

Sábados, 9 AM. #FSOC, UBA. Paredes llenas de afiches, pupitres rotos, pocas caras conocidas y una materia de nombre amplio: Taller de Expresión III. Café en mano, un señor con mucho pelo blanco y bigote canoso, manchado por el cigarrillo, se para frente al pizarrón verde. Saluda y pregunta: “¿Qué es una noticia?”. Hay silencio. Lo rompe. Habla de periodismo, de la importanci­a del dato, de la pirámide invertida, de su trabajo en EFE, DYN y NA. De lo difícil que es escribir fácil, pero que siempre hay que escribir fácil. Sujeto-verbo-predicado, nos achaca. Sin adjetivos.

Con el magnetismo de Merlí, el profesor de filosofía famoso de Netflix, pero más de una década antes, el hombre de voz ronca y lentes culo de botella (lo apodan el “Ciego”), nos explica la diferencia entre informació­n y opinión. “Lean diarios, lean libros, lean. Es la mejor forma de aprender a escribir”, nos alienta. De a poco, nos va haciendo periodista­s.

Nos deja grabado que solo se confiesan los crímenes y los pecados; nunca los secretos y muchos menos una orientació­n sexual. Y repite, siempre que sale el tema, que para él las cámaras ocultas, tan de moda en aquel 2004, son como las picanas. Habla de sus coberturas de las rondas de Madres en plena dictadura, de la Guerra de Malvinas, de cómo fue el Juicio a las Juntas y de su amistad con Alfredo Bravo.

Tacha y recontra tacha los trabajos. “Escribir es una corrección permanente”, nos cuenta que dice Piglia. Sus muletillas se nos hacen carne. Imposible escuchar “de Guatemala a Guatepeor” o “vamos por partes, como decía Jack el destripado­r”, sin pensar en él, en el aula 411. Parvas de abrazos, Osvaldo Gazzola. Hasta siempre y gracias por enseñarnos a ver. ■

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