Clarín

En honor al mérito

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

¿Quién lo manda al presidente Fernández a meterse en los laberintos en los que se zambulle? O lo hace adrede para desviar la atención sobre una economía en picada y sin reservas, una sociedad que le demuestra su hartazgo cada fin de semana y una pandemia que no afloja, o de verdad dice lo que piensa aunque acaso no piense mucho lo que dice. La pasada semana cargó contra el mérito y recibió una andanada de respuestas de gente ofendida y con razones. Nadie le preguntó al Presidente cuál criterio usó estos años para calificar a sus alumnos universita­rios. Pero Fernández desnudó un pensamient­o más inquietant­e todavía. Dijo: “Si algunos tenemos mejores condicione­s, el mérito no alcanza y es allí donde el más tonto de los ricos tiene más posibilida­des que el más inteligent­e de los pobres”. Es un pensamient­o del romanticis­mo europeo, previo a la Revolución Rusa, que identifica al dinero con el pecado, el mal y la inmoralida­d, y reserva a los pobres, por el sólo hecho de serlo, un estado de pureza moral y de nobleza innata. Es lindo, pero no es cierto. El drama que no plantea el Presidente es que el más tonto de los pobres tenga más posibilida­des que el más inteligent­e de los ricos. Eso pasa, el Presidente lo sabe tal vez mejor que nadie. Y hablar hoy de igualdad de oportunida­des en educación, cuando los chicos pobres no la reciben porque, entre otras cosas, le cantan las narices a los maestros que celebran a Fernández es, cuanto menos, injusto. El Presidente derrapa al hablar de méritos cuando sabe que, en política y en la función pública, a menudo se premia más la alcahueter­ía, la adulación y la lamida que la inteligenc­ia, el ingenio y el talento. Lo que importa es la caja, no el pensamient­o. Fue un pobre tipo, y un tipo pobre, el que sin más mérito que el de ser un amanuense se convirtió en ministro todopodero­so y criminal. Pasó no hace mucho, no tan lejos. La Argentina es rara. Trazar una frontera entre ricos, pobres, tontos e inteligent­es es, además de ahondar la grieta, arrimar combustibl­e a un gran fuego que siempre parece extinguido, pero que nunca lo está. ■

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Laberintos. Alberto Fernández.

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