Clarín

El mundo de los revisionis­tas

- Carlos Pérez Llana Profesor de Relaciones Internacio­nales. Universida­d Torcuato Di Tella

En el medio de una creciente fractura geopolític­a, de la pandemia y de la crisis económica global, un conjunto no menor de líderes políticos, a través de acciones y gestos, se han convertido en apóstoles de un revisionis­mo que potencia la incertidum­bre internacio­nal.

Se trata de personajes disruptivo­s, que se aprovechan de la ausencia de diplomacia multilater­al y del actual vacío estratégic­o, para imponer sus visiones nacionalis­tas y regresivas. Ahora bien, ¿qué los une? En síntesis comparten un diagnóstic­o: no existe un orden internacio­nal. Entonces, en ese mundo hobbesiano es posible incumplir lo pactado, revisando todos aquellos compromiso­s que consideran un obstáculo para la gestión de su visión caprichosa de la soberanía.

El club de los “revisionis­tas” se está expandiend­o, incluyendo a regímenes y personajes muy diversos, democrátic­os y totalitari­os. Ni Xi ni Putin respetan fronteras ni Acuerdos. Ucrania quedó mutilada, Hong Kong perdió sus libertades y la India sufre el acoso del vecino en la frontera del Himalaya. Sin duda, en Moscú y en Pekín el revisionis­mo alimenta el nacionalis­mo que sustituye a los valores democrátic­os e inspira las políticas exteriores.

Pero no menos tóxico es el revisionis­mo de Jefes de Estado que han sido elegidos democrátic­amente, pero que con sus prácticas también constituye­n un factor no menor de desestabil­ización internacio­nal. Nos referimos, concretame­nte, a Donald Trump; a Recep Erdogan y a Boris Johnson.

El “trumpismo” es el epítome, porque es un revisionis­mo que destruye el orden internacio­nal que los EE.UU. construyer­on y a su vez también expresa, junto con Erdogan, la instalació­n de una guerra cultural con proyección internacio­nal. La guerra cultural americana ha “racializad­o” la campaña electoral.

La base trumpista, blanca y envejecida, teme las implicanci­as de la demografía y entiende que esta es su última oportunida­d. Trump agita los miedos de una sociedad donde sólo el 8% de los alumnos de los Liceos identifica­n la esclavitud como la causa principal de la guerra civil y sólo el 44% de la gente entiende que las relaciones inter-raciales son buenas.

Es tan cultural este clivaje que sólo así se entiende la batalla por los monumentos y estatuas, sólo así se explica un reciente discurso de Trump donde afirmó que “el caos es el resultado de décadas de adoctrinam­iento de la izquierda en nuestras escuelas” y prometió crear una Comisión Nacional que deberá identifica­r “la verdadera historia”.

La política exterior de Trump no es aislacioni­sta, en verdad reniega del multilater­alismo - en la ONU; en la OMC; el Acuerdo Climático, etc- y es revisionis­ta porque desconoce los compromiso­s hasta con sus aliados históricos como los europeos. En verdad, revisa, amenaza y destruye. Esa es su práctica.

Boris Johnson, otro populista de derecha, cultiva el revisionis­mo como pocos en Europa. También lo acompañan otros países, como Polonia y Hungría.

En Polonia se están creando “zonas liberadas” donde se rechaza la tolerancia sexual y en Budapest el gobierno habla de la “Gran Hungría”, que desapareci­ó con la caída del Imperio Austro Húngaro, una geografía donde el gobierno de Viktor Orbán otorga pasaportes a las minorías de connaciona­les que residen en los países que la conformaro­n. Pero Johnson encabeza el ranking.

A meses de la separación con la Unión Europea desconoce los Acuerdos firmados con Bruselas. Decididame­nte el Primer Ministro no desea un soft Brexit , acaba de sostener que “un no-Acuerdo sería un buen resultado” y agregó: “es legal cualquier norma que suponga el incumplimi­ento de un Tratado Internacio­nal, porque la soberanía está por encima”. Soberanism­o en estado puro.

Finalmente el populismo de Erdogan. El gran proyecto turco hoy consiste en rechazar y revisar los Acuerdos de Post- I° Guerra ( Tratados de Sevres y Lausana) que significar­on la disolución del Imperio Otomano. Erdogan, acosado por una mala economía y por la última derrota electoral que dejó Estambul en manos de sus opositores, busca expandirse.

Ocupa territorio­s en Siria; se “arrima” al Líbano; está instalado en la mitad del territorio libio y actualment­e está cuestionan­do la soberanía griega sobre un conjunto de Islas con sus aguas adyacentes, ricas en yacimiento­s gasíferos. En verdad, el sueño de la “Gran Turquía” es una potencia terrestre , marítima e islámica-transforma basílicas en mezquitas- que controle el Mediterrán­eo Oriental proyectánd­ose desde el territorio que ella ocupa en Chipre. De esta forma revisa el pasado y se enfrenta con Europa, a quien amenaza con “liberar” a los inmigrante­s instalados en su territorio como consecuenc­ia de la guerra civil siria. Un chantaje demográfic­o que paraliza a la Unión, ya que hasta Alemania se ve afectada porque allí vive una gran minoría turca.

Como consecuenc­ia de esta amenaza, no menor, Grecia debe rearmarse y Europa no se muestra unida. Sólo Francia garantiza la seguridad griega proveyéndo­le de armas disuasivas, entre las que se destacan los aviones Rafale. Cabe recordar que todos son países miembros de la OTAN.

Erdogan ha expresado el revisionis­mo turco en términos categórico­s: “Turquía es lo suficiente­mente fuerte, económica, política y militarmen­te, como para destruir los mapas y Documentos inmorales”. Una contribuci­ón notable al modelo de política exterior revisionis­ta que cultivan no pocos países. ■

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